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¿Vacunación masiva contra la fiebre amarilla? Primero hay que priorizar

Aunque el Ministerio de Salud había estimado inicialmente que 14 millones de personas recibirían la vacuna, el presidente Gustavo Petro propuso ampliar el alcance del programa para cubrir a toda la población colombiana. Sin embargo, quienes han estudiado los brotes de fiebre amarilla insisten en que hay que priorizar la vacunación en las zonas de alta transmisión. ¿Qué desafíos hay en el camino?

Juan Diego Quiceno

20 de abril de 2025 - 10:01 a. m.
Vacunación contra la fiebre amarilla en Melgar, Tolima, donde se observa a los ciudadanos participando en la jornada. El departamento lidera el número de casos con 59 contagios. / Minsalud
Foto: Minsalud
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“En dos meses toda la población colombiana debe estar vacunada contra la fiebre amarilla. Debemos hacerlo, y nuestro sistema de salud debe garantizarlo”. Así lo escribió el presidente Gustavo Petro en un mensaje publicado en X el pasado 17 de abril, pocas horas después de que su gobierno declarara la emergencia sanitaria nacional. Desde septiembre de 2024 y hasta la fecha, el país ha registrado 75 casos y 34 muertes. Aunque salubristas y epidemiólogos coinciden en que se trata del brote más importante de las últimas dos décadas y respaldan la necesidad de una campaña de vacunación, hay algunas dudas sobre si esta debe aplicarse en todo el territorio nacional o si conviene priorizar las zonas de mayor riesgo. También hay desafíos que el país debe sortear para lograr que la vacunación sea efectiva.

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Para dimensionar bien lo que está ocurriendo, hay que tener un par de datos claros. La fiebre amarilla es una enfermedad viral hemorrágica aguda que es endémica en áreas tropicales de África y América Central y del Sur. La Organización Panamericana de la Salud (OPS) reconoce dos grandes formas de transmisión: la selvática o rural y la que es urbana. La transmisión selvática o rural, que durante los últimos años ha sido la única forma documentada en las Américas, ocurre en zonas boscosas donde los monos —principales reservorios del virus— son picados por mosquitos silvestres de los géneros Haemagogus y Sabethes. Estos insectos actúan como vectores, transmitiendo el virus entre los monos y, eventualmente, a los seres humanos que viven, trabajan o transitan por esos entornos rurales.

Este modo de transmisión es el que está ocurriendo actualmente en Colombia. Según el Ministerio de Salud, hasta el 17 de abril se había confirmado casos en nueve departamentos: Tolima (59), Putumayo (7), Nariño (2), Caquetá (2), Huila (1), Vaupés (1), Cauca (1), Meta (1) y Caldas (1). Todos estos departamentos reúnen las condiciones propicias para la transmisión selvática del virus, al contar con áreas boscosas, zonas rurales y ecosistemas tropicales donde habitan los principales reservorios del virus —especialmente los monos aulladores (Alouatta), que son altamente susceptibles, así como los capuchinos (Cebus) y algunas otras especies—, junto con los mosquitos de los géneros Haemagogus y Sabethes.

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Pese a eso, las autoridades reconocen que el brote, que es el mayor que ha vivido Colombia en los últimos 20 años, se está comportando de una manera inusual, pues se ha expandido a zonas de la cordillera en las que no se había reportado hace mucho. El caso más grave es el de Tolima, que acumula 59 casos y 23 muertos. Allí el brote comenzó a finales de 2024 en la zona rural colindante a la zona suroccidental del Parque Natural Regional Bosque de Galilea, el mayor ecosistema boscoso natural de este departamento. Comprende 26.700 hectáreas y es hábitat de animales como el oso de anteojos, el puma y de primates como el capuchino.

Los científicos creen que hay varios elementos que pueden estar detrás de este comportamiento inusual, aunque ninguno hoy está comprobado a ciencia cierta.

“Hipótesis pueden ser muchas”, nos explicaba hace unas semanas José Fair Alarcón Robayo, médico epidemiólogo, coordinador del grupo Sivigila Tolima, que atendía los inicios del brote. “Algunas de las que epidemiológicamente más se aceptan, giran alrededor de cómo el cambio climático ha generado migración, no solo en los reservorios no humanos, como los primates, sino en los vectores (los mosquitos). Ese desplazamiento parece que se ha dado a través de la cordillera Oriental y ha empezado a afectar a zonas, en este caso Tolima, que están más hacia el norte de las regiones donde usualmente hay casos de fiebre amarilla”. También es posible, agrega Zulma Cucunubá, epidemióloga y directora del Instituto de Salud Pública de la U. Javeriana, que la movilidad humana de la sociedad actual esté facilitando que el virus se propague con los humanos de un lugar a otro con mayor facilidad.

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La otra vía de transmisión (la urbana), ocurre cuando personas infectadas introducen el virus en áreas densamente pobladas con alta densidad de mosquitos Aedes aegypti y donde la mayoría de las personas tienen poca o ninguna inmunidad, debido a la falta de vacunación o exposición previa a la fiebre amarilla. Sin embargo, desde 1929 no se ha reportado transmisión urbana de fiebre amarilla. Y esto es importante a la hora de pensarse cómo se van a priorizar los 14 millones de dosis.

¿Qué tan masiva debe ser la vacunación?

La vacunación es la medida preventiva más importante contra la fiebre amarilla. Se ha utilizado durante seis décadas en el mundo y es segura, asequible y altamente efectiva. Se necesita solo una dosis para tener protección por toda la vida. En un principio, el Ministerio de Salud anunció que espera vacunar alrededor de 14 millones de colombianos. Hasta ahora tiene disponibles 3,1 millones de dosis y prevé la llegada de 1,5 millones más en los próximos siete días. Además está a la espera de dos millones de vacunas adquiridas previamente a través de la Organización Panamericana de la Salud y ha solicitado ocho millones adicionales para cubrir la demanda nacional. En total, serían poco más de 14 millones. No obstante, el presidente Gustavo Petro dijo en X el pasado jueves que espera que “en dos meses toda la población colombiana” esté vacunada contra la fiebre amarilla.

Aunque aún no se ha publicado el decreto de emergencia sanitaria ni se conoce cómo será la distribución de las vacunas —consultamos al Ministerio de Salud para saberlo, pero hasta el cierre de esta edición no obtuvimos respuesta—, expertos coinciden en que debe establecerse una estrategia de priorización que favorezca las zonas con circulación activa del virus y a las personas que residen o se movilizan hacia esos territorios. “Esto debe ser de una forma eficiente y sostenida para que pueda fluir. Cuando digo eficiente, es que se deben priorizar a las personas que no se han vacunado, que seguramente son aquellas entre los 20 y 60 o 70 años, de las zonas donde está circulando el virus”, dice Carlos Arturo Álvarez Moreno, profesor en enfermedades infecciosas y medicina tropical de la Universidad Nacional.

El rango de edades señalado por Álvarez tiene una razón de ser: la vacuna contra la fiebre amarilla fue incorporada al esquema nacional de vacunación infantil en Colombia en 2002. Desde entonces se ha aplicado de manera sistemática, especialmente en las zonas endémicas del país. ​Inicialmente, la vacuna se administraba a los 18 meses de edad en todo el territorio nacional. Sin embargo, en áreas de alto riesgo, como la Amazonia, Orinoquia y otras regiones selváticas, se ha recomendado su aplicación incluso desde los nueve meses de edad. En situaciones de brote o de alta circulación del virus, como la actual, también se ha extendido la vacunación a adultos mayores de 60 años. Esto significa que, en teoría, si alguien nació después de 2002, debería estar ya vacunado contra la fiebre amarilla.

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En Tolima, de hecho, la mayoría de las personas que han fallecido por fiebre amarilla son mayores de 20 años. “La población mayor de 14 años, en general, no había recibido la vacuna hasta el inicio de este brote”, nos decía Alarcón.

“La vacuna debe ser usada como una medida de contención en las zonas donde se presenta transmisión”, concuerda John Mario González, coordinador del Laboratorio de Ciencias Básicas Médicas de la U. de los Andes. “La noticia de la emergencia puede generar una alerta entre la población general y habrá personas que no estén en áreas de transmisión que puedan demandar por la vacuna. No es necesario vacunar a toda la población”. Como no hay transmisión urbana de fiebre amarilla en el país, ciudades como Bogotá, Medellín o Cali no son focos de riesgo.

Por el contrario, ciudades como Yopal, Villavicencio, Neiva, Cúcuta, Ibagué y Florencia deberían ser priorizadas, opina Álvarez, ya que funcionan como puntos de conexión frecuentes con zonas de alto riesgo. En estas ciudades hay un constante flujo de personas que viajan hacia áreas endémicas o regresan de ellas.

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Con ambos expertos concuerda Lyda Elena Osorio, epidemióloga, investigadora de la Universidad del Valle y asesora de la Organización Panamericana de la Salud (OPS). “Estoy de acuerdo con declarar la emergencia para movilizar los recursos que se requieren ante el riesgo de propagación del virus. La vacunación se debe priorizar en las zonas con mayor riesgo y viajeros a esas zonas”. Pero, agrega Osorio, “la vacuna está disponible y las personas pueden vacunarse para prevenir a futuro”.

En las grandes ciudades, como Bogotá, la vacunación que adelantan las autoridades se realiza con el enfoque preventivo que señala Osorio, pensando en escenarios futuros. “Bogotá no es endémica para fiebre amarilla y, aun así, en el marco de la protección de su población, hemos acelerado la vacunación de todas las enfermedades inmunoprevenibles, incluyendo fiebre amarilla”, afirmó el secretario de Salud de la capital, Gerson Bermont. Entre el 1° de enero y el 14 de abril de 2025 Bogotá ha vacunado a 68.817 personas contra la fiebre amarilla. La aplicación de las dosis se está priorizando en puntos claves de salida de viajeros, como las terminales de transporte y el aeropuerto, apuntando a la protección de quienes se desplazan hacia zonas de riesgo. “Contamos con 170.750 biológicos disponibles para quienes deban viajar a zonas de riesgo”, aseguró Bermont.

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En su más reciente alerta epidemiológica sobre fiebre amarilla, la OPS recomienda que los países prioricen la vacunación en las zonas de riesgo, con el objetivo de alcanzar una cobertura mínima del 95 % entre los residentes —ya sea en áreas urbanas, rurales o selváticas—. Para lograrlo, sugiere implementar estrategias que permitan llegar a poblaciones no vacunadas, grupos etarios con coberturas subóptimas y trabajadores que, por razones profesionales u ocupacionales, están expuestos al virus en entornos selváticos o boscosos. En Colombia, la Federación Nacional de Cafeteros, por ejemplo, se ha mostrado dispuesta a participar de los espacios de diálogo a los que sea convocada, tanto a nivel regional como nacional, para enfrentar el brote, aunque señala que el Gobierno no la ha invitado a ninguno.

La OPS también ha advertido sobre la escasez global de vacunas contra la fiebre amarilla que el mundo ha enfrentado en los últimos años. En 2000 se produjo una escasez mundial debido a una combinación de factores: el tiempo relativamente largo que se requiere para producir la vacuna, la deficiente vigilancia epidemiológica y la presentación de reportes en los países en riesgo. En 2001 se estableció inicialmente una reserva de dos millones de dosis para la respuesta a brotes. Desde mayo de 2016, la reserva se aumentó a seis millones de dosis disponibles en todo momento para la respuesta a brotes.

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Para acceder a esas reservas, Colombia debería presentar una solicitud formal al Grupo Internacional de Coordinación (ICG). Una vez recibida, la Secretaría del ICG la revisa y evalúa en un plazo de 24 horas. Si la solicitud es aprobada, la decisión de liberar las vacunas y otros insumos se comunica al país en un máximo de dos días hábiles. Luego la Unicef coordina la entrega, que idealmente debe concretarse en un plazo de siete días. En escenarios de brote, como el que atraviesa el país, el organismo insiste en que las campañas de vacunación deben basarse en una evaluación rigurosa de la población objetivo, considerando tanto el riesgo de exposición como los antecedentes de inmunización.

Algunos otros retos a considerar

Además de la necesidad de establecer criterios de priorización, hay otros elementos que los expertos consideran que se deben tener en cuenta para el buen avance de la campaña. Uno de ellos son las condiciones técnicas de la vacuna. “La vacuna contra la fiebre amarilla utiliza una plataforma que nosotros denominamos virus vivo atenuado”, explica González. Esto significa que la vacuna contiene una versión debilitada del virus que no puede causar la enfermedad en personas sanas, pero que es lo suficientemente activa como para estimular al sistema inmunológico. Una vez administrada, el cuerpo “reconoce” el virus atenuado como una amenaza y genera defensas —anticuerpos específicos— que quedan en memoria inmunológica.

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“Este tipo de vacunas necesita requerimientos especiales. Necesitan cadena de frío y aplicación rápida”, agrega González. Es decir, deben mantenerse a temperaturas controladas desde el momento en que salen del laboratorio hasta que se aplican para garantizar su eficacia. Además, una vez se descongelan o se reconstituyen, deben administrarse en un tiempo limitado, lo que exige una logística rigurosa y bien coordinada, especialmente en regiones apartadas o con dificultades de acceso, justamente aquellas en donde hoy hay transmisión. “El principal reto que se tiene es la vacunación de población dispersa y en zonas rurales. A veces llegar a estos puntos no es tan fácil y son aquellos que podrían tener mayor necesidad de vacunarse”, dice Álvarez.

Muchas de estas zonas son selváticas, fronterizas y algunas presentan problemas de orden público que pueden limitar la llegada de las brigadas de salud. Esas dificultades se han presentado en Tolima, donde todo comenzó y donde hoy los esfuerzos de vacunación están más consolidados. “Esta es una población campesina rural dispersa, donde llegar a cada casa es un poco más complicado. Hay que entender que existen unas brechas de desigualdad en departamentos como Tolima y que se han puesto de manifiesto en este brote”, nos decía hace unas semanas Karen Correa Tello, epidemióloga de la Facultad de Ciencias de la Salud de la U. del Tolima. Por ejemplo, como muchas personas en estas zonas trabajan lejos de sus hogares, cuando llegan los equipos de vacunación, a veces no hay nadie.

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“Colombia ha demostrado que puede desarrollar estos planes de vacunación, si se hacen programas establecidos, como ocurrió con el covid-19. Se necesita usar las redes que se tienen del Programa Ampliado de Inmunizaciones”, opina González.

El país podría apoyarse en esa infraestructura ya existente —que incluye personal capacitado, rutas de distribución y experiencia logística— para garantizar que las vacunas lleguen incluso a las regiones más apartadas. Sin embargo, esto requiere una articulación efectiva, fluida y permanente entre las autoridades nacionales, departamentales y locales que, según el Ministerio de Salud, ya está en marcha.

Por último, hay una preocupación final alrededor de la información y comunicación que los expertos no quieren pasar por alto. En primer lugar, “mucha gente se vacuna y no guarda evidencia de la vacunación. Muchas personas van a seguir repitiendo vacuna. Una de las cosas que se recomiendan a las personas es que guarden su carné. No tenemos un sistema de información que nos permita identificar quiénes ya se han vacunado”, dice González. Para Cucunubá, de hecho, “es importante que a nivel nacional se disponga de un portal público (como ha ocurrido en epidemias previas), en el cual los ciudadanos y la academia podamos hacer seguimiento al reporte de los casos y a la vacunación”.

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Y en segundo lugar, a los expertos les preocupa algo que Álvarez resume como “una fatiga del sistema de salud, especialmente después del covid-19, y la desinformación alrededor de las vacunas. Se debe hacer énfasis en esa comunicación”. En este contexto, la Asociación de Epidemiología de Colombia presentó al Gobierno una serie de recomendaciones claves: “La comunicación del riesgo no debe limitarse a hablar del peligro. Debe enfocarse en generar confianza, orientar las acciones, prevenir el pánico y, sobre todo, promover la adherencia”. La organización también destacó la necesidad de mostrar empatía y comprensión, especialmente hacia las comunidades rurales, étnicas y cafeteras, que son probablemente las más afectadas por este brote. A estas comunidades no se les debe culpar, sino acompañar en el proceso.

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