Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Corría el año 2016 y mi vida parecía tranquila a simple vista: una relación y un trabajo estable, vida social en movimiento, todo parecía estar en armonía. Sin embargo, pasaba algo en mi mundo que no me dejaba concentrarme, me robaba la tranquilidad y cualquier día, de la nada, me invadía la depresión y la nostalgia amenazaba mi aparente paz: estábamos luchando, junto con mi familia, por rescatar de la droga a un familiar muy cercano.
Mis días y noches eran eternas. No dormía, no disfrutaba la comida, no tenía vida. Un día alguien me dijo: “Necesitas distraerte, te estás haciendo daño, necesitas ocupar tu mente. ¿Por qué no te abres una cuenta de Tinder?”. Luego de pensarlo varias veces, accedí y me hice un perfil rápidamente y sin muchas pretensiones. (Lea "Hay que tener claro que Tinder no se hizo para buscar marido, sino para pasarla bien")
Empecé a entablar diálogos con varios hombres y esto se fue convirtiendo en una dinámica que ocupaba mi tiempo y me hacía olvidar levemente mi tristeza.
Conocí gente en iguales circunstancias que me guió, gente que entendía mi dolor, y con cuidado, dedicación y presteza se dedicaron a “ayudarme”. Moví mi mundo de una manera tan intensa durante unos cuatro meses que cuando me di cuenta me había convertido en otra persona, capaz de soportar el dolor con dignidad y sin amargura, sin llevar pesos que no me corresponden y entendiendo que sólo desde mi fortaleza podría ayudar a amortiguar esa carga.
Encontré gente hermosa. Me sorprendí de que en una red que tiene fama de ofrecer compañía exclusivamente sexual hubiera tantas personas educadas, amorosas, dispuestas a escuchar, a dialogar, a compartir la vida sin ninguna pretensión.
Y aunque por supuesto abundaron ofertas sexuales que decliné o acepté (aquí lo dejo a su imaginación), puedo decir con certeza que mi vida cambió a través de Tinder.