La empresa colombiana que mejorará la vida de discapacitados en el mundo

El emprendimiento social Assistive Labs fue creado por un grupo de latinos motivados por el movimiento mundial de “makers”. Mediante tecnologías sencillas buscan fabricar dispositivos de asistencia médica a muy bajo costo.

María Paulina Baena Jaramillo
19 de agosto de 2016 - 03:00 a. m.
Aliviará es un sistema que pretende aplacar el dolor diario de las personas que viven con artritis. / Fotos: Cortesía Assistive Labs
Aliviará es un sistema que pretende aplacar el dolor diario de las personas que viven con artritis. / Fotos: Cortesía Assistive Labs

Alexandra Berrío tuvo el impulso de ser emprendedora desde que escuchó la historia de un hombre en la India que se había inventado una nevera de 50 dólares. De un momento a otro, toda la población podía refrigerar sus alimentos y el creador se volvió millonario a través de un electrodoméstico sencillo y económico. Desde ahí empezó a darle forma a una idea todavía muy difusa: quería encontrar un producto accesible que se pudiera llevar a países en vía de desarrollo para mejorar la calidad de vida de las personas.

Sin tener muy claro qué hacer y sabiendo que su única herramienta era “hablarle a todo el que se me atravesara” –como dice Alexandra–, empezó la historia de Assistive Labs, una empresa que se dedica a crear dispositivos de bajo costo para personas con discapacidades. El equipo está compuesto por Tomás Vega, un estudiante peruano de Ciencia Cognitiva y Computación de la Universidad de Berkeley; la colombiana Stephanie Valencia, del Centro de Ingeniería Biomédica y Aprendizaje de la Universidad de Yale, y Alexandra Berrío, CEO de la compañía, de padres quindianos y quien vivió toda su vida en Estados Unidos, pero ahora decidió manejar la empresa desde Medellín..

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Alexandra estudió Ciencia Política en la Universidad de la Florida y luego hizo una maestría en educación, género y desarrollo en Londres. Cuando terminó sus estudios, empezó a trabajar en el Fondo Mundial de Alfabetismo (WLF, por sus siglas en inglés), pero rápidamente se dio cuenta de que este gran organismo no sabía llegar a los lugares más necesitados, hacía falta un puente. Y aunque su trayectoria no tenía mucho que ver con discapacidad, asegura que llegó allí por sorpresa.

Lo poco que conocía de ese tema era la historia de su tío, quien hace cuatro años tuvo una cirugía y quedó inválido, sin poder hablar ni moverse. “Cuando eso pasó, le dije a mi tía que tenía que existir un dispositivo barato, no del tipo Stephen Hawking que valía 10 o 15 mil dólares. Pero me puse a buscar y por ningún lado lo vi”.

Lo único que existía eran familias con hijos discapacitados que creaban algún dispositivo por su cuenta, pero como no conocen el tejemaneje de los mercados, no saben dónde venderlos ni cómo comercializarlos. Y de otro lado, estaban las grandes organizaciones que necesitan los dispositivos y no saben en dónde buscarlos. Le quedó la duda rondando en su cabeza y a los dos años conoció al que sería su socio: Tomás Vega.

En ese entonces Tomás tenía 20 años y su obsesión consistía en lograr que el cerebro tuviera una capacidad ilimitada de memoria. Recuerda que se encontraron por casualidad en un salón grande en medio de una competencia de la Universidad de Berkeley llamada “Big Ideas”, que premia los mejores inventos sociales y en donde Alexandra era jueza. Tomás había llegado a la exhibición afanado, comiéndose una pizza y con cables que le colgaban del cuerpo. “Me contó sobre los prototipos que hacía y me dijo que no quería trabajar con Google o Apple, porque no eran inventos accesibles para las comunidades”, cuenta Alexandra. “Nos encontramos de nuevo la semana siguiente y decidimos explorar la posibilidad de iniciar una empresa juntos”, dijo.

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Con la idea de hacer dispositivos para discapacitados por el mundo, Alexandra escribió a Resna, la red mundial más grande de ingenieros en tecnologías de rehabilitación, buscando un experto en discapacidad que los pudiera guiar y contarles acerca de las tecnologías que ya existen y las que se necesitan. Una semana más tarde, Usaid y algunos maestros de educación especial de todo el mundo respondieron el mensaje.

Y a través de ese escueto mensaje, también, la organización británica Handicap International les pidió un dispositivo para niños en Ruanda con problemas de comunicación que fuera solar y de bajo costo. Los que ya existían en el mercado costaban entre $250 y $3.000 dólares, además de que se dañaban fácilmente y necesitan baterías o tomas eléctricas, en un país donde el 70% de las escuelas no tienen electricidad.

Al poco tiempo, ese mismo mensaje que fue enviado sin mucha expectativa a esa red de ingenieros, trajo a la otra integrante del grupo, Stephanie Valencia, de Medellín, quien creaba dispositivos en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), pero se sentía desmotivada después de ver que los grupos de estudio no hacían cosas para el mundo en áreas de discapacidad. En el mensaje les pedía ser parte de su equipo y “fue muy emocionante ver cómo alguien se conectaba con nuestra misma pasión”, dice Alexandra.

Hoy, después de un año y medio de trabajo Assistive Labs cuenta con siete dispositivos médicos que aún no se han comercializado y que no costarán más de $300 dólares. El primero se estrenará en octubre y son las tabletas solares programadas para colegios ruandeses.

También está Biokneek, una plantilla que se inserta en las prótesis y que estuvo inspirada en un atleta peruano. El invento ayuda a los usuarios a distribuir adecuadamente el peso, con el fin de prevenir atrofias musculares, problemas de espalda y dolores de cadera provocados por la rigidez de las prótesis. La plantilla se une a una aplicación para iOS que, en tiempo real, le indica por medio de vibraciones al usuario la presión que debe hacer sobre sus prótesis.

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Por otro lado, el guante Aliviará es un sistema que pretende aplacar el dolor diario de las personas que viven con artritis. El guante se encarga de hacer ciertos masajes y está conectado con los doctores que tratan a los pacientes. El sistema reconoce el dolor y el doctor modifica las terapias virtualmente.

Haptic Braille, la primera creación con la que arrancó la empresa, es una especie de reloj conectado con Bluetooth a la aplicación de libros virtuales Ebook. Es útil para que las personas ciegas, gracias a vibraciones, sean capaces de leer un libro de una forma diferente a como tradicionalmente se ha entendido el braille. “Es hacer que la historia vibre”, comenta Alexandra.

Y así, toda esta lista de inventos está enmarcada en el movimiento “maker” o cultura de los “creadores”. Esto significa ser artesanos tecnológicos o utilizar la tecnología como base para hacer inventos sencillos con códigos abiertos para que cualquier persona los pueda fabricar si tiene a la mano una impresora 3D. Como explicó Tomás en una maratón de “makers” o “makeathons”, que ya son famosas en Estados Unidos, “la idea es trabajar prototipos físicos y digitales para solucionar problemas a personas con discapacidades”.

A esas “makeathons” se dedica, entre ese catálogo de dispositivos, esta empresa que está naciendo y que busca mapear las discapacidades de las personas en el mundo. Esta semana Tomás y un equipo de estudiantes se internaron en la casa de Dany, un niño en San Francisco que tiene parálisis cerebral. Su objetivo es analizar su día y noche, sus hábitos y sus problemas para crear cosas útiles que no necesariamente son tan sofisticadas. Como sostuvo Tomás se trata de “juntar a personas de diferentes disciplinas, como ingenieros, artistas, diseñadores y desarrolladores, con la finalidad de crear proyectos multidisciplinarios que solucionen un problema reales en tan sólo 48 horas".

El siguiente paso para Assistive Labs será hacer una “makeathon” en Bangladesh en el centro más importante de ese país que se enfoca en paliar discapacidades. La idea es compartir conocimientos entre terapeutas de ese país y expertos norteamericanos y hacerles seguimiento a sus creaciones. De ahí que, como remata Alexandra, este movimiento de “creadores” sea “una disrupción en la cultura de la medicina asistida y el concepto de poner grupos juntos de distintas disciplinas puede ser más positivo que una compañía inmensa”.
 

 

Por María Paulina Baena Jaramillo

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