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Guía de viaje en Budapest: dos ciudades, un destino

Un recorrido por la ciudad más bella del Danubio.

Camilo Bernal*
01 de septiembre de 2024 - 03:00 p. m.
Budapest primer plano.
Budapest primer plano.
Foto: Camilo Bernal
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Camino la ribera del Danubio en la capital húngara. Barcos, ferris, yates y todo tipo de embarcaciones navegan el río, mientras en la calle, tranvías antiguos, vienen y van. De telón de fondo las colinas encuadran un paisaje de edificios preciosos, balnearios palaciegos y miradores fotogénicos.

Como si fuera un cubo Rubik, el tan apreciado invento local, voy armando a cada paso que doy y con cada zona que visito, las diferentes caras que ofrece la ciudad. Observo un escenario enmarcado en una elegante atmósfera arquitectónica que invita a siempre volver. Una ciudad, que en medio de su belleza infinita, esconde la tristeza de los golpes de la guerra. Un lugar donde lo decadente y majestuoso convergen como en ninguna otra parte del mundo.

Descubriendo la ciudad

Budapest es perfecta en cualquier momento. Sin embargo, su energía y personalidad las percibo más en invierno. Aunque puede estar soleado, es mayormente gris, lluviosa y con nieve. Hace mucho frío, y en esta época la temperatura ronda los once grados bajo cero. Son las ocho de la mañana y apenas sale el sol. Mientras tomo el desayuno, pienso que Budapest es más que gulash, su principal comida típica. Es esta mantequilla de singular suavidad y textura, que unto sobre una tostada, y que no encuentro en ningún otro lugar. Donde me alojo habitualmente, la ofrecen con generosidad para que los huéspedes nos sirvamos, como si fuera un postre, a nuestro antojo.

Frente a mis ojos, encima de un bello edifico de la plaza Oktogon, el enorme letrero de Rolex, vistoso de día, luminoso de noche, pronostica tiempo especial. Estoy frente a la avenida Andrássy, principal arteria de la ciudad, y declarada patrimonio de la humanidad por la Unesco. Son 2.300 metros de este eje urbano que comunica el parque de Városliget, el más representativo de la capital, donde está la plaza de Los Héroes con Erzsébet tér (plaza Isabel), corazón de la ciudad. Una zona que, a través del tiempo, ha acogido vistosos palacios de la aristocracia y soberbias edificaciones pertenecientes a la alta burguesía.

En el tramo, antes de llegar a Erzsébet tér, exclusivas y sofisticadas tiendas como Louis Vuitton, Dior, Gucci, Zegna o Armani y edificios emblemáticos tipo neobarroco como la Ópera Nacional de Hungría, engalanan estas calles diseñadas para enseñarse al mundo. Debajo de ellas transita imparable la línea 1 del metro, que junto al de Londres es el más antiguo del planeta.

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En dirección al monte Gellért, punto más alto de la ciudad, me encuentro con el Mercado Central; un vistoso edificio, muy concurrido por locales y turistas, que se distingue por su colorido techo de formas geométricas. Puestos de fruta, verduras, toda clase de carnes frías, embutidos y venta de artesanía típica en el primer piso. En la parte de arriba, restaurantes con lo mejor de la comida húngara, donde por 1700 florines (la moneda local) unos 5 euros, me tomo una sopa gulash, perfecta para el frío que hace.

Magia en las calles

Justo del otro lado se encuentra Buda. Atravieso el puente de La Libertad (Szabadság híd); una estructura de metal, pintada de color verde, remachada en aluminio y decorada en sus bases con el escudo húngaro, y en sus pilares figuras de halcones en bronce, es una de las más bellas y elegantes del mundo. Sus faroles y el paso del tranvía antiguo me transportan al pasado, a una película blanco y negro.

Al cruzarlo, llego a la rotonda ubicada frente al impresionante hotel Gellért, donde se encuentran sus distinguidos baños turcos. Situado a orillas del Danubio y a los pies de la montaña, su maravilloso estilo art nouveau capta toda mi atención. Aquí converge una energía muy especial por la dinámica de su alrededor: la actividad de la calle frente a su hermosa fachada, paradas de metro, gente que camina, los otros edificios, la montaña, el tránsito, el puente y el ir y venir de tranvías antiguos y modernos.

Sentado en una banca de la calle, agradezco a la vida todo lo que observo. Destapo una botella de vino y brindo por estar nuevamente en uno de mis lugares favoritos del mundo; aquí, frente a este hotel, puedo estar horas y horas, pensando en todo, pensando en nada. Viendo simplemente la vida transcurrir. Algo que disfruto infinitamente cuando vengo.

Puntos de vista

Como un ritual para entrar en sintonía y entender mejor la ciudad, decido subir el monte Gellért y observar el panorama. La subida es corta pero bastante empinada. El zigzagueante sendero en piedra atraviesa el bosque y conduce por múltiples miradores donde se obtienen espectaculares vistas y se aprecia el Danubio en toda su dimensión.

Al llegar a la cima, la imponente estatua de La Liberación, celebra el triunfo soviético en la Segunda Guerra Mundial, y se sitúa solemne en lo alto de la montaña. Mitad montañosa (Buda), mitad plana (Pest), conforman desde 1873 (junto a Obuda, su primer asentamiento), una ciudad monumental de un millón setecientos mil habitantes en la actualidad. Observo en silencio y valoro infinitamente este momento de soledad que me regala la existencia frente a esta joya urbana. Un lugar con una alta carga energética donde me renuevo para luego sumergirme y perderme entre sus calles.

Recorriendo la ciudad

Caminar Budapest en invierno, agudiza mis sentidos y me permite sentir su carácter. Al recorrerla, en esta época, siento la alegría de quienes disfrutamos con el alma la brisa gélida bajo cero. Estar aquí da la sensación de sentirse en una de las ciudades más europeas y distinguidas del continente, quizás por el arraigo a las costumbres y tradiciones populares que predomina en los países del este como Hungría.

El centro de Budapest es todo un elogio a la arquitectura; elegante y suntuoso por muchas calles y desaliñado y decadente en otras. Un espacio selecto, distinguido y refinado, de grandes academias musicales, donde el arte y la cultura tienen un lugar especial. Sus diversos ambientes matizados por la luz de los faroles, han servido de refugio e inspiración, a través del tiempo, para que escritores, músicos, pintores y artistas de toda índole, hagan presencia en este lugar. Acá tengo la sensación permanente en cualquier calle o esquina, de transitar un escenario cinematográfico donde se está rodando la vida real.

Me detengo por un momento para hacer unas fotos. Observo sentada en una banca a una abuela leyendo el periódico. Sombrero negro con velo, collar de perlas, guantes lila, abrigo negro de paño, elegante cartera púrpura y zapatos del mismo color. Cada prenda y cada detalle combinan a la perfección. Esta abuela, no es la única; es el reflejo de todas aquí y puedo decir que las abuelas de Budapest tienen ese toque chic que las distingue, y son de las más cool del planeta.

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De gentes reservadas, distantes, pero educadas, en la calle nadie mira a nadie. Sus miradas esquivas traen esa herencia de la historia: desde la guerra, el asesinato en masa, la dictadura, la pobreza forzada y el aislamiento del mundo. La gente luego de vivir tan atroces experiencias, se volvió fría y guarda, generación tras generación, las cicatrices imborrables de su pasado.

Se habla húngaro, un idioma considerado uno de los más difíciles de aprender en el mundo. Un lenguaje casi indescifrable y en extremo complejo para quien intente aprenderlo sin ser su lengua materna.

Es una sociedad muy conservadora, donde al contrario del resto de Europa, no se observa ningún tipo de migración debido a las estrictas y cuestionadas políticas del Gobierno frente al tema.

Siempre única

Hay luna llena y salgo a caminar por el bulevar junto al río, rumbo al castillo. Creo que cada viaje y cada ciudad tienen su propia banda sonora, así que prendo mi reproductor mp3 y subo el volumen. Budapest me suena a Franz Liszt y a Gustav Mahler, quienes dejaron para siempre su impronta sonora de armonías románticas, melancólicas y nostálgicas en este lugar. También me suena a jazz y a suaves beats de música electrónica. Así amo escucharla, sentirla y recorrerla.

Observo los barcos; unos con ambientes elegantes y románticos, otros con aires sofisticados color neón. En su gran mayoría, pasajeros europeos, amantes del buen vivir, que vienen a pasar el fin de semana, a comer exquisito y a escuchar músicas hermosas navegando el Danubio.

Al llegar al puente Széchényi (puente de las Cadenas), el más antiguo de la ciudad, y otro de los más hermosos del mundo, dos imponentes leones de piedra me dan la bienvenida a un mundo encantador. Iluminado en la oscuridad de rojo, blanco y verde, los colores de Hungría, este puente, junto a los demás, fueron volados durante la Segunda Guerra Mundial. Hoy son uno de sus principales atractivos.

Otra mirada

Arribo al castillo de Buda, que en la noche tiene una perspectiva muy diferente. Me emociona la idea de recorrerlo en solitario bajo el amparo de la oscuridad.

El primer tramo son unas rampas entre jardines y estatuas que silenciosas lo observan todo. Luego unas largas y empinadas escaleras eléctricas, y por último, ascensor tres pisos hasta llegar a la entrada del monumental complejo que nunca cierra sus puertas. Una vez arriba, en lo alto de la montaña, el inmenso panorama sobre el abismo es alucinante; las luces de la ciudad y los reflejos de los edificios se desdibujan y distorsionan sobre las oscuras aguas del Danubio. El frío es estremecedor y así lo disfruto.

El castillo de Buda, está conformado por una serie de edificaciones donde se destaca el Bastión de los Pescadores; una fortaleza de estilo medieval que ofrece un excelente panorama. También hacen parte la Biblioteca Nacional, el Museo de Historia de Budapest y la Galería Nacional Húngara, entre otras vistosas construcciones.

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Poco a poco la espesa niebla bajo cero lo cubre todo y se desplaza agresivamente, en silencio por todos sus rincones. El lugar es patrimonio de la humanidad y vengo a disfrutar el pedazo de torta que me corresponde, mi espíritu lo sabe y transita libre por cada uno de sus espacios. Por momentos siento escalofríos, quizás sea el reflejo de mis propias sombras lo que a veces me perturba. Soy un príncipe sin reino, pero esta noche tengo el castillo para mí solo. Decido recorrerlo y perderme entre sus paredes de piedra para encontrarme una y otra vez.

Aires de decadencia

A diferencia de otras capitales europeas donde los edificios están reformados, lucen limpios y nuevos; en Budapest las edificaciones, palacios y calles antiguas, mantienen las huellas del pasado. En pocas ciudades del mundo uno siente las cicatrices de la historia tanto como aquí, y es especialmente notable la coexistencia entre decadencia y elegancia. Al sumergirme en distritos como el seis o siete, observo ese aspecto abandonado, sucio y oscuro. Ese aire de dejadez en los edificios donde se aprecian cornisas, marcos de ventanas y portones desportillados, fachadas descascaradas, despintadas y rotas donde la vida dibuja sus contrastes.

Viaje al pasado

En 1944, la Alemania nazi ocupa Hungría debido a que el Gobierno húngaro, que en principio estuvo de su lado, no confió en su victoria y quiso firmar la paz anticipadamente con los aliados. Los nazis reaccionaron tomando el poder y nombrando un nuevo Gobierno afín a sus intereses. Así las cosas fue campo de batalla entre soviéticos y alemanes quienes, en la disputa a muerte de su territorio, dejaron la ciudad prácticamente destruida.

A partir de 1946, luego de la derrota nazi, y fuertemente golpeada por la Segunda Guerra Mundial, el panorama político y económico de Hungría, quedó bajo influencia soviética hasta la caída de la cortina de hierro en Europa.

Recorriendo la zona, observo edificios llenos de hollín, quemados, con heridas de bala y cicatrices de guerra. Imagino la ocupación nazi; las banderas con las esvásticas, los disparos, las explosiones, las edificaciones totalmente derruidas. Una ciudad llena de escombros y salpicada de cadáveres que sufrió las consecuencias de haber estado de parte del bando equivocado.

Entro a un pub de la zona, un ruin bar (bar en ruinas), como se le conoce a estos espacios por estar ubicados en sitios como este; donde los acontecimientos y el paso del tiempo dejaron huellas. El lugar es sobrio, hay una gran y colorida barra multicolor con diferentes tipos de licores. Paredes descascaradas en algunas partes, con el ladrillo expuesto. Sofás de terciopelo rojo, y algunas mesas. De fondo suena un sofisticado chill out bastante oportuno, mientras observo a través de la ventana la calle y los edificios cercanos, y pienso sobre la capacidad que tuvo este lugar para resurgir de sus cenizas. Al fin y al cabo eso somos; un cúmulo de ruinas de los golpes que nos da la vida buscando reinventarnos y darle un nuevo sentido a nuestra existencia.

Muerte a orillas del río

Camino frente al Parlamento, una obra arquitectónica de estilo neogótico considerada la más importante e imponente de la ciudad y que de noche, desde cualquier punto, impacta por su alucinante destello dorado y su majestuosa belleza.

En este tramo frente al Danubio, se encuentra uno de los monumentos más estremecedores del Holocausto en Budapest. Son aproximadamente sesenta pares de zapatos en hierro fundido que representan los judíos húngaros asesinados durante la Segunda Guerra Mundial por Arrow Cross (Cruz Flechada), un partido político húngaro, ultraderechista y pro nazi que tomó el poder y sembró el terror.

Tirados de lado, juntos o desparejados, estos zapatos me permiten imaginar los horrores vividos en este lugar. Disparo y al agua, disparo y al agua y así, miles de humanos inocentes; hombres, mujeres y niños, fueron ultimados hasta que el río color marrón se tiñó de sangre.

Al interior de estas esculturas propios y extraños depositan imágenes religiosas, veladoras y flores que desgastadas y marchitas por el paso del tiempo, recuerdan el dolor que permanece sin quedar en el olvido.

Se estima que más de medio millón de judíos húngaros murieron en el Holocausto, la mayoría deportados al campo de exterminio de Auschwitz en aquel 1944.

Cambio de rumbo

Al final de la avenida Andrássy, se encuentra el parque Városliget; pulmón verde del centro de Budapest. A pesar que es fácil llegar caminando, utilizo esta vez transporte público. Un excelente sistema que integra buses, tranvías modernos y antiguos, y metros, a través de una extensa red que conecta toda la ciudad. Como tengo tiquete ilimitado, por varios días, lo uso a mi antojo, en cualquier momento y sin problema. No sin antes advertir que, a pesar de no existir torniquetes, ni puntos de registro del tiquete para el acceso al sistema, es necesario adquirirlo para usarlo y así evitar malos ratos y costosas multas en alguno de sus repentinos controles.

Un aire de vida

Una vez en el oasis verde, camino por la monumental plaza de Los Héroes, la Casa de la Música, el nuevo Museo Etnográfico, el balneario neobarroco Széchenyi, con sus piscinas termales al aire libre y el castillo de Vajdahunyad, donde me detengo por unos instantes. Esta misteriosa y llamativa construcción, es un lugar ideal para imaginar escenarios de vampiros. De hecho allí se encuentra un busto tallado del mítico actor austro-húngaro Bela Lugosi, el más famoso Drácula de todos los tiempos.

Justo al lado, se sitúa una de las pistas de hielo más grandes de Europa. Allí niños, jóvenes y adultos, quienes esperan ansiosos el invierno, se divierten sin parar. Observo en detalle a destacados patinadores, que camuflados entre la multitud, se deslizan con maestría, haciendo inesperadamente giros y saltos perfectamente ejecutados sobre el hielo.

Y es que en Budapest se pueden encontrar detalles de su grandeza en lo cotidiano y lo diminuto, como sucede con un pequeño Drácula de bronce, que veo justo a mi lado, empotrado en una de los muros adyacentes al castillo Vajdahunyad donde me encuentro. La obra hace parte de una colección de veintisiete estatuas de diferentes motivos en miniatura, repartidas en distintos puntos de la ciudad. Para encontrarlas hay que estar siempre muy atentos, lo que se convierte en un divertido y verdadero reto para quienes no pasan por alto el placer de observar.

Al final, luego de ir y venir, recorro nuevamente el bulevar del Danubio. Veo el río y su tránsito, los tranvías antiguos que vienen y van y su hermosa y decadente arquitectura, que tras unos momentos se convierte en una instantánea en blanco y negro impresa perpetuamente en mi memoria. El cubo Rubik tiene ahora varias de sus caras armadas, así me despido en silencio y con el alma llena de este sobrio y mágico escenario que me invita a siempre volver.

*Periodista y viajero.

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Por Camilo Bernal*

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