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Las dos latitudes de Puerto Rico

Avianca inaugura el vuelo directo Bogotá-San Juan. Historia entre la modernidad y la herencia salsera y taína.

Santiago Valenzuela
19 de julio de 2013 - 02:22 p. m.
El Viejo San Juan desde el aire. De frente, el fuerte antiguo de San Cristóbal. / Oficina de Turismo de Puerto Rico
El Viejo San Juan desde el aire. De frente, el fuerte antiguo de San Cristóbal. / Oficina de Turismo de Puerto Rico

Divisar el horizonte en la playa de Añasco y ver que el cielo se niega a oscurecer. Ver en el paisaje estático unas sombras que se acercan a tierra impulsadas por un oleaje que se hace cada vez más fuerte. El entorno pierde la tranquilidad ante la llegada de una tortuga tinglar. Es la más grande del planeta (mide alrededor de 2 metros). Pesa, según un lugareño, más de 600 libras.

Los turistas que observan no pueden explicar el trayecto del animal; puede que venga del Atlántico, del Pacífico. Lo único claro es que Puerto Rico es el único lugar en donde esta tortuga decide anidar. En su nido deja cientos de huevos. Sólo basta mirar su caparazón y sus ojos desconfiados para mantener distancia.

El anochecer abre una puerta secreta en la bahía de Vieques, Puerto Mosquito. Este lugar (a una hora del archipiélago de Puerto Rico) siempre está iluminado: diminutos organismos resplandecen tocando la superficie del océano. Hay alrededor de 7 millones de seres vivos por cada galón de agua en esta bahía, que es la más brillante en todo el planeta. Aquí, tocar el agua es lo mismo que encender fuego en el mar. Estos seres se llaman dinoflagelados y producen un brillo que supera considerablemente su tamaño.

—Ay, bendito —dice al mediodía un artesano que mientras camina recibe con inclemencia los rayos del sol en Plaza del Quinto Centenario. Levanta la mirada prevenido y se presenta—: Soy Kenneth Hernández, vengo desde Ponce. Estoy trabajando en unas tallas en homenaje a Pedro Pablo Giraldo, que cumple 40 años como maestro de tallador. Con él aprendí a tallar a Jesús.

El puesto de artesanías queda a pocos metros del barrio La Perla, asentado en el Viejo San Juan. El artesano continúa: “Hice 28 piezas, tejidos, vitrales, cerámicas, dulces tropicales de Puerto Rico”. Guarda silencio por una canción que suena en la entrada a La Perla: “Allá abajo, en el hueco, en el boquete, nacen flores por ramillete. Casitas de colores con la ventana abierta, vecinas de la playa puerta con puerta. Que yo tengo de todo, no me falta nada”.

La canción tiene el mismo nombre del barrio. En 2009 el reguetón ya se había consolidado como el género musical predilecto de los bailaderos de esquina, de los centros comerciales, de todas y cada una de las emisoras. Pero la canción La Perla, que se estrenó en ese mismo año, dejó un precedente: fue la unión entre Rubén Blades y Calle 13, un grupo que poco a poco se fue apartando del reguetón.

En las calles del Viejo San Juan el silencio aparece por las esquinas. Mientras en la zona de restaurantes el ruido es común en la cotidianidad de la ciudad, cerca de la playa hace eco el día 26 de mayo de 1962, cuando se fundó la orquesta salsera El Gran Combo de Puerto Rico. Y aunque Héctor Lavoe y toda la Fania tienen su lugar en la isla, el Gran Combo sigue produciendo, sigue armonizando. Lo saben muy bien aquellos que viven en Bayamón y los escucharon en el Coliseo Rubén Rodríguez en 2010. La vigencia de Ojos chinos o de A ti te pasa algo sigue intacta.

Desde el mirador del castillo San Cristóbal se puede ver La Perla. Una mirada quizás ajena. Aquí los españoles vigilaban el movimiento de todas las embarcaciones. Es la fortificación más grande del continente. En el siglo XVI las paredes de este lugar eran la única protección de la población contra cualquier ataque marítimo. Túneles, faros, muros, cañones, troneras, pozos. Ni siquiera 7.000 tropas inglesas pudieron tomarse este bastión. Adentro están los dibujos de todos aquellos que tuvieron que pasar por este oscuro laberinto.

No es usual recordar la sangre taína (la etnia más antigua de la isla) en las calles del Viejo San Juan. Sin embargo, en la edición de abril de 2013 de Paréntesis, diario puertorriqueño, un artículo ponía en tela de juicio si la “raza blanca” era en realidad la que predominaba en la isla. “En el censo del 2010, volvió a registrarse un gran porcentaje de personas que se identificaron con la raza blanca, siendo estas un 75% del total de la población”.

Una guía turística celebra un dato que se dio a conocer recientemente en la isla: “¡El 60% de los puertorriqueños tenemos genes taínos!”. En efecto, un estudio publicado en la Revista de la Historia y Antropología de los Indígenas del Caribe señala que esa etnia se habría apartado de los asentamientos españoles para luego aparecer cuando ya había mermado la tempestad.

El aire es más denso. No es fácil pasar de las calles del Viejo San Juan a la Reserva del Bosque Toro Negro, en donde está el pico más alto de Puerto Rico (1.338 metros de altura). En el bosque pluvial los árboles dejan descansar sus raíces en la superficie de la tierra. Desde las cascadas intactas se asoman pájaros con pecho naranja. Allí no hay ruidos urbanos. Quizá este lugar fue un refugio taíno.

 

* Este artículo fue posible gracias a la invitación de la Oficina de Turismo de Puerto Rico.

Por Santiago Valenzuela

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