Turismo
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Los viajes de nuestros lectores

Los siguientes cinco textos fueron elegidos como los ganadores de la convocatoria de El Espectador, y obtendrán como premio un ejemplar del último libro de Santiago Gamboa, Océanos de Arena, editado por Random House Mondadori.

Redacción Cultura
18 de abril de 2013 - 04:46 p. m.
 El escritor Santiago Gamboa, autor del libro 'Océanos de Arena'.
El escritor Santiago Gamboa, autor del libro 'Océanos de Arena'.

De París a Tokyo

Por: Fuad G. Chacón T.

Cada vez que paso por el asiento 25B me acuerdo de su sonrisa. Ya van 5 años desde ese día en el que cambié de silla con el filipino enfermo y acepté dejarle la mía en clase ejecutiva. Entonces me ubicaron al lado de ella. Increíblemente las 7 horas de vuelo que llevábamos hasta entonces no habían perturbado la esencia encantadora de su perfume de duraznos. Nuestras primeras palabras fueron tímidos balbuceos sobre el entremés plastificado que sirvieron por cortesía de la aerolínea, pero luego sus historias de ornitóloga supieron atraparme entre risas durante la turbulencia taciturna de una tormenta que se veía a lo lejos. Llegó la escala en Ámsterdam, con la noche de perros que pasamos compartiendo frazada en la sala de espera del Schipol, maldiciendo juntos la nevada que nos impidió despegar. Fue un amor de 35 horas que a mí me ha durado un lustro desde el instante en que la vi partir con su maleta tras nuestra llegada a Tokyo. Decidí buscarla de nuevo y por eso aprobé el examen de aeromozo. Trabajo siempre en la misma ruta desde París y aún aguardo por coincidir en el vuelo donde ella y su sonrisa se encuentren.

Caldera

Por: Camilo Agudelo

Después de un largo viaje en tractomula con mi padre desde Medellín, llegamos al puerto de Buenaventura. Era casi medianoche, hacía un calor bastante húmedo, pegajoso, guardamos el carro y fuimos en busca de algún sitio para comer. Era totalmente diferente a lo que me imaginé alguna vez por su nombre, las calles rotas por los pesados camiones que pasan a través de las pequeñas calles, casas tugurianas, en las esquinas tríos vallenateros cantándole día y noche a viejos ebrios y a sus lados prostitutas esperando por algún cliente, toda una caldera de pesares. Llegamos al sitio de comidas, cuando nos sentamos se nos acercó un señor de unos cuarenta años, se hizo notar y dijo: “Buenas noches ¿será que ustedes me pueden invitar a esta comida?” mi papá con una seña lo hizo moverse de en frente pero yo no pude dejar de pensar en la ironía de que allí la gente a veces no pidiera dinero sino comida, mendigando alimentos en uno de los puertos a los que más llegan importaciones para el país, una pobreza infame. Un lugar al que llega todo pero nada se queda y que de Buenaventura no tiene sino la aventura.

Un Viaje por los Sentidos del Caribe

Por: Julián León

Empezar un viaje sin rumbo, es como leer un libro con los ojos cerrados. En 2008 con mis primos decidimos viajar a Cartagena. El destino fue elegido por una razón, antes de morir debía conocer el mar; bañarme en sus aguas y limpiar las culpas de la rutina en la ciudad. Un viaje de unas cuantas horas se transformó en una semana. Cada uno recordaba un lugar y decidíamos romper el trayecto e ir a conocerlo. Sergio sugirió Valledupar y conocer la plaza Francisco el Hombre, los cachacos cantamos vallenatos en media blanca. Evelyn, la única mujer del grupo, quería conocer los delfines, fuimos a dar al Oceanario en Isla del Rosario. El olor del mar Caribe, su salinidad, me llevaba lejos de mí. Al llegar a la torre del reloj, en la ciudad amurallada, ingresé y descubrí un mundo paralelo, los sentidos se incendiaron; el sabor del Caribe en su comida es indescriptible. Los ojos observaron lo histórico, colorido y arquitectónico como ninguno que se vea en fotos. El mar me arrancó la respiración, me sentí minúsculo por su majestuosidad, pero feliz. Un viaje que abrió los sentidos y leí el mundo como nunca más lo haré.

Muñequitas

Por: Hernán Darío Ortega Moreno

Viajando a Lima me sentí pleno, lleno de dicha. Después de un recorrido de casi 3 días, conocí una cultura hermosa que, vaya paradoja, es muy similar a la mía. Los Andes son hermanos, todos. Mi sur, mi eterna morada, mi Nariño con sus sonidos, sus olores y sus colores, venía a mi mente cada vez que veía a las cholas limeñas, bellísimas, con sus trajes majestuosos, con su hablar arrastrado pero lleno de gracia, con sus bailes entre zampoñas y flautas que evocaban a quienes por años han sido fieles guardianes de la pacha mama, a quienes el maíz los ha hecho fuertes para poder edificar con tal maestría, a quienes de pizco en pizco y de chicha en chicha van ofreciendo la confianza y la atención que hacen que cualquier turista se sienta como yo: pleno, lleno de dicha. Odié tener que regresar, odié tener que decirles adiós a los ceviches, a los anticuchos y a los lomos saltados. Odié tener que despedirme de la niña que en plena Plaza Mayor de Lima, frente a la casa de gobierno, me dijo que debía volver por unas muñequitas de lana que, según ella, eran “idénticas a mi mamita”.

Historias de viaje

Por: Oscar Alexander Beltrán

"Veía el transcurrir de paisajes, escenas andinas me evocaban dulces nostalgias ajenas… los rostros del eterno sonrojo y la palabra arrastrada nos seguían con una calma infinita, vaiveneaban sus cabezas el recorrer sinuoso de aquél vehículo lleno de hombrecitos y mujercitas, de tierras distantes y costumbres del mundo, con ansias de beber de la otredad, de hartarse del impostado misticismo que nos sedujo en el folleto turístico, en el empalagoso verbo del guía, en las promesas ocultas del Manco Kapac. De fondo sonaba un huayno en voz de Abanto Morales, el Mambo de Machaguay: “Río de Puyurca, déjame pasar” gemía desde las roncas membranas Pioneer del viejo bus. Haciéndose campo entre montañas y áridos parajes puneños, el Titicaca contiene el tiempo y el espacio que parecen sucumbir a su vastedad. Sencillos letreros en español y aymara dan la bienvenida, no esa bienvenida entusiasta que ofrecen los nativos a los turistas, es una bienvenida austera, con visos de desahucio, cajas de Pringles y botellas de Inca Kola en las playas del gran lago, y evidencian sus heridas de muerte."

Por Redacción Cultura

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