El avión aterriza suavemente en el Aeropuerto Reyes Murillo, y de inmediato el calor húmedo anuncia la llegada a Nuquí. Al descender, la vista se llena de verde: la selva se extiende en todas direcciones hasta encontrarse con el mar que brilla a pocos kilómetros, parece que uno viera en vivo un paraíso mismo. La sensación que sentirá es clara: se trata de un lugar apartado, donde el ritmo de la ciudad queda atrás y la naturaleza marca cada instante.
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No es casualidad que, reconociendo esta riqueza natural y las experiencias que despierta, el ecoturismo represente cerca del 60% de la economía del Chocó, según la Gobernación. En municipios costeros como Nuquí, el turismo se ha convertido prácticamente en el eje de toda la actividad productiva. Hoteles, restaurantes, guías, lancheros, la pesca artesanal, la ganadería e incluso las artesanías giran alrededor de quienes llegan a descubrir este rincón del Pacífico colombiano.
Este lugar, donde la playa se funde con la selva y el mar se confunde con el horizonte, es cuna de ballenas jorobadas, tortugas marinas, manglares y una riqueza cultural que integra a comunidades afrodescendientes e indígenas, junto con tradiciones como el viche. Los visitantes llegan gracias a las conexiones de aerolíneas como Clic, Satena, Pacífica y Moon Flights desde Medellín y Quibdó, además de vuelos chárter desde otras ciudades.
Sobre la magnitud del turismo, Yadid Martínez, coordinadora de Turismo de la Gobernación del Chocó en una entrevista con nosotros, reconoce que aún no existe un consolidado exacto del número de visitantes que recibe el departamento. Sin embargo, explica que por ejemplo durante Semana Santa de 2024 se registraron alrededor de 17.000 visitantes y que, en promedio, se estima la llegada de 345.000 personas al año. Aunque no es una cifra definitiva.
El municipio es tan especial que vale la pena recorrerlo con calma. Para mostrarlo, hemos preparado una guía de cinco días que realizamos en nuestra visita, pensada para evidenciar que este destino ofrece mucho más que la temporada de ballenas —que va de julio a octubre—, con aventuras que van desde caminatas por la selva hasta experiencias gastronómicas.
El primer día comienza con un safari nocturno, una de las propuestas más innovadoras de la región gracias a Nuquí Herping, iniciativa liderada por Felipe Reyes, un joven de Jurubirá que convirtió su cercanía con la naturaleza en una oportunidad de vida y desarrollo sostenible. Su proyecto busca ampliar la oferta turística más allá del avistamiento de ballenas, mostrando la riqueza de ranas de cristal, serpientes, orquídeas, aves y otros tesoros naturales únicos del Chocó. Para llegar, basta con subir a una lancha que conduce hasta Jurubirá, una de las zonas más biodiversas del municipio.
El safari nocturno es una experiencia que comienza al caer el sol, cuando la selva se sumerge en penumbras y los sonidos de la noche se intensifican. Equipados con linternas de luz tenue, los visitantes avanzan por senderos húmedos y frondosos, iluminando poco a poco la vida silvestre que habita entre ramas y hojas. Los ojos brillantes de un lagarto, la transparencia delicada de una rana de cristal o los colores vibrantes de una serpiente aparecen como destellos en la oscuridad. En cada corregimiento se descubren especies distintas: desde seis tipos de ranas venenosas en Jurubirá hasta especies endémicas que solo se encuentran en Coquí o Guachalito, lo que convierte cada recorrido en una experiencia irrepetible.
La experiencia requiere preparación y conciencia ambiental. Reyes recomienda investigar previamente el ecosistema, vestir ropa de manga larga, pantalones resistentes, botas impermeables y evitar el uso de repelentes químicos o perfumes que alteren el ambiente. “Cada detalle del recorrido —desde cruzar un sendero encharcado hasta el encuentro con una rana de cristal— es parte de la experiencia. Disfruten con tranquilidad y con mente abierta".
Pero no se vaya tan rápido de Jurubirá. Si decide hospedarse unos días allí, el segundo día podrá combinar su estadía con uno de los planes favoritos de Nuquí: visitar las termales. Y es que en medio de la selva húmeda y cerca de la playa de Morromico, un sendero conduce a los Termales de Jurubirá, piscinas naturales de agua caliente que brotan de la tierra. Aunque su origen no está del todo claro —posiblemente por aguas subterráneas que se calientan en el interior terrestre—, hoy son un refugio de bienestar. Allí, los visitantes se sumergen en aguas ricas en minerales mientras disfrutan de los sonidos de la selva y de la brisa fresca del Pacífico.
Más allá del baño relajante, muchos viajeros prueban la terapia de contraste: alternar un chorro de agua fría con inmersiones de 15 minutos en las aguas termales. Este choque térmico ayuda a liberar tensiones, relajar los músculos y mejorar la circulación, convirtiendo la visita en una experiencia de renovación completa.
El tercer día la propuesta cambia de ritmo. Se toma nuevamente la lancha y el viaje avanza hacia Guachalito, vereda donde el mar y la selva enmarcan una de las tradiciones más arraigadas del Pacífico: el viche. Este destilado artesanal de caña de azúcar, reconocido como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Nación en 2021, es mucho más que una bebida. Es memoria, medicina y símbolo de identidad para las comunidades afrocolombianas que lo han mantenido vivo generación tras generación. Allí, el maestro Diego González Valdés abre las puertas de su proyecto, la Ruta del Viche, para mostrar cómo la caña se convierte en cultura.
El recorrido inicia en los cultivos, donde se reconocen variedades como la caña amarilla, la zamba o la morada, y se explica la importancia de cada una en el sabor final del viche. Luego, en el trapiche, los visitantes participan en la molienda y comprenden la fuerza física y la tradición que implica este proceso.
“Más adelante, en las ollas, el jugo dulce se transforma en destilado, mientras se aprende sobre la fermentación y se prueban tanto el guarapo fresco como los diferentes tipos de viche que nacen de este saber ancestral”, explica González.
El cierre de la ruta llega con la degustación de los famosos curados, preparados a base de viche y hierbas medicinales como jengibre, guaco o bejuco Zaragoza. Para el maestro González, cada sorbo es un viaje a la memoria colectiva, una muestra de resistencia y un recordatorio de la riqueza cultural que aún late con fuerza en el Pacífico.
Y como si fuera poco, Guachalito invita a prolongar la experiencia más allá de la tradición. Aquí es posible nadar en aguas tranquilas, visitar los termales cercanos o simplemente dejarse llevar por la calma de la playa y la suavidad de la arena. Todo el día se convierte en un espacio para la contemplación y el descanso, donde naturaleza y cultura se entrelazan en un mismo escenario.
El cuarto día está reservado para una experiencia que combina río, cascada, aventura y tradición. El punto de encuentro es la Quebrada La Chontadura, bajo la guía de Robert Henao, vicepresidente de la Asociación de Guías Pichindé del corregimiento de Joví.
La travesía comienza con un recorrido de 45 minutos en “chingo”, una canoa tradicional que por generaciones ha conectado a las comunidades con sus parcelas y con el río. El viaje culmina en la cascada homónima, un lugar ideal para disfrutar de un baño refrescante y dejarse llevar por el masaje natural que ofrece la caída de agua.
Durante el camino en canoa, la selva revela su riqueza: árboles como el Pichindé, que protegen y estabilizan la ribera, y aves como los tucanes, arrendajos y garzas acompañan la travesía. Uno de los instantes más memorables es atravesar el túnel natural conocido como Guachorrocera, donde las ramas se entrelazan formando un dosel verde que proyecta una sombra y crea un ambiente de quietud, perfecto para respirar aire puro y contemplar el bosque en silencio.
Para quienes planean la visita, el recorrido tiene un costo que va desde 160.000 hasta 250.000 pesos colombianos, según el número de participantes, y se recomienda ropa de manga larga, zapatos que se puedan mojar y protección para los dedos debido a las piedras del trayecto.
“Lo especial de esta experiencia es que quienes nos acompañan también pueden disfrutar de la música tradicional de Jovicun, con los ritmos de cumbacha interpretados con tambora, maracas y otros instrumentos de percusión”, destacó Henao. Agregó que la costa pacífica chocoana es ese lugar único donde el mar se encuentra con la selva, ofreciendo a los visitantes la posibilidad de conectarse con la naturaleza, la cultura y la biodiversidad en su máxima expresión.
El último día nos lleva al Parque Nacional Natural Utría, un lugar donde la selva húmeda se encuentra con el mar y los arrecifes de coral conviven con manglares, playas y una biodiversidad excepcional. En esta ensenada, considerada la “sala cuna de las ballenas jorobadas”, cada año estos gigantes llegan a aparearse y dar a luz, mientras en tierra habitan jaguares, monos, águilas harpías y una gran riqueza de flora. Más que un destino turístico, Utría es un territorio de vida, cultura y conservación, en el que las comunidades indígenas y afrodescendientes han construido, por siglos, una relación de respeto con la naturaleza.
El parque organiza sus experiencias a través del Plan de Ordenamiento Ecoturístico, que delimita senderos terrestres y acuáticos para que los visitantes puedan recorrer el territorio sin afectar sus ecosistemas. Entre ellos están los caminos de manglar como Cocalito y Bayutría, o los senderos marinos ideales para careteo en Playa Blanca, Punta Diego y el barco hundido. También se puede hacer buceo autónomo en Punta Esperanza, o simplemente disfrutar de la tranquilidad de la ensenada, donde la naturaleza se revela en su máxima expresión.
La voz del guardaparques Ronaldo Palomeque finaliza el recorrido, recordándonos que cada paso y cada mirada son parte de un pacto con la conservación. “Visitar Utría es dejarse sorprender por la naturaleza y vivir la experiencia con respeto y responsabilidad —dice—, porque sin conservación no es posible hablar de turismo”.
Y con esas palabras, se comprende que lo vivido aquí trasciende el viaje: es un aprendizaje sobre el valor de cuidar lo que nos cuida.
*Invitación especial de Fontur
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