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Recorra Santander a pie por los caminos de Lengerke

Un paseo por senderos construidos en el siglo XIX, que comunican algunos de los pueblos coloniales más bellos de la región: Barichara, Guane y Zapatoca.

Laura Dulce Romero*
21 de septiembre de 2016 - 03:00 p. m.
Los caminos de Lengerke recorren algunos de los municipios más concurridos y hermosos del departamento de Santander: Barichara, Guane y Zapatoca ./ iStock
Los caminos de Lengerke recorren algunos de los municipios más concurridos y hermosos del departamento de Santander: Barichara, Guane y Zapatoca ./ iStock

Algunos consideran que Geo von Lengerke fue el creador de la primera concesión que se adjudicó en el país, a pesar de que en el siglo XIX esos términos ni siquiera se pasearan por las mentes de quienes habitaban América. En su estadía en Colombia, este alemán construyó múltiples caminos de herradura en Santander para explorar tierras, hallar productos, llevarlos hasta el Magdalena y así comercializarlos.

“En 1864, el gobierno del Estado Soberano de Santander otorgó una serie de contratos y licencias para reconstruir los caminos denominados de utilidad pública. Algunos de dichos contratos fueron dados exclusivamente a la Sociedad Lengerke y Cía… Sea cual fuere la dirección, estas vías de acceso impulsarían el intercambio comercial, conduciendo simultáneamente a los diferentes grupos de comerciantes nacionales y extranjeros desde y hacia la Costa Caribe a través del río Magdalena”, explica un artículo de investigación de la Universidad Nacional.

El ingeniero Lengerke fue todo un personaje. Según cuenta la historia, llegó a nuestro país huyendo de la justicia alemana por matar a un coterráneo por un lío de faldas. Ese exilio lo obligó a refugiare en estas tierras. Trabajó y terminó convirtiéndose en uno de los hombres más adinerados de Colombia. Explotó la quina y el tabaco y alcanzó a tener 12.000 hectáreas. El Corregidor, Montebello y El Florito fueron sus haciendas, ubicadas en los municipios de Girón, Zapatoca y Betulia.

También fue conocido por sus amoríos y descendencia (dicen las malas lenguas que tuvo más de 500 hijos); por su cariño hacia la música, que lo impulsó a traer desde Alemania el primer piano de cola de Santander, y por ser el mayor promotor de la artesanía de la zona. Y aunque todo esto ya lo convierte en un protagonista de la historia del departamento, su mayor legado fueron las vías que construyó con la mano de obra de los presos. En su momento, los caminos fueron claves para hacer prosperar la economía. Hoy continúan con esa labor, pero desde otra orilla: el turismo. Se han consolidado como uno de los atractivos predilectos de quienes visitan Santander.

Estas rutas se encuentran rodeadas de naturaleza. Recorrerlas no sólo crea una conexión con nuestro pasado, sino también con el presente y la fortuna de contar con un edén como las tierras de Santander. Montañas, sol y un viento suave que refresca acompañan esta travesía que permite conocer algunos de los pueblos mejor conservados de la región.

El viaje empieza en la Mesa de los Santos, un municipio de clima cálido en el que se practican deportes extremos como parapente y que es reconocido por su variedad de café orgánico. Aquí se encuentra la hacienda El Roble, donde se produce el tercer café más caro del mundo. Para los interesados, hay recorridos por los cafetales y catas.

De este territorio, en el que tiembla todos los días, hay que dirigirse a Jordán. Durante la Colonia, los habitantes de los pueblos medían las distancias con tabaco. “Estoy a un tabaquito”, decían cuando se iban a demorar una hora. De la Mesa de los Santos se deben fumar entonces tres hasta Jordán, descendiendo por el imponente paisaje del cañón del Chicamocha. Este municipio fue muy importante porque comunicaba las provincias del sur con Bucaramanga.

De Jordán hay que tomar de nuevo el camino de herradura durante un día y llegar hasta Barichara. Una carpa, ropa sport, comida y bloqueador garantizarán un viaje más cómodo. Acampar en este sitio es seguro, pero sobre todo muy tranquilo. La caminata continúa hasta la tierra de los patiamarillos, como se conoce a quienes son oriundos de Barichara, por el polvo que deja su particular tierra.

Este es uno de los pocos pueblos de Colombia que aún conservan su infraestructura colonial, por eso fue declarado Patrimonio Cultural de la Humanidad en 1978. Sus angostas calles, paredes blancas y suelo amarillo lo han convertido, para muchos, en el pueblo más lindo de Colombia. La plaza, llena de cafés, restaurantes y artistas, invita a pasar un rato placentero en medio de la cotidianidad de sus habitantes. De hecho, se ha convertido en el lugar favorito de turistas y enamorados, que lo eligen para sus matrimonios, por su atmósfera romántica.

Planes en Barichara hay muchos: visitar el Museo Arqueológico y Paleontológico, conocer la iglesia de la Inmaculada Concepción de Barichara, construida en 1838, o recorrer el cementerio, cuyas tumbas son de piedra labrada y adornadas con cruces de hierro. El recorrido sigue hasta Guane, un pequeño pueblo que en la época precolombina era el cacicazgo más importante de los indígenas guanes. Resaltan sus calles empedradas, casas blancas y su iglesia, Santa Lucía, declarada Monumento Nacional.

El último trayecto es de Guane a Zapatoca, donde Lengerke manejó sus negocios y años después murió. Aquí hay una mayor variedad de actividades, desde visitar su centro colonial, con más de 200 años, hasta aventurarse a recorrer los viñedos, la cueva del Nitro, la cascada La Lajita y los pozos Azul y del Ahogado, en donde el contacto con la naturaleza será inigualable.

Para adentrarse por los caminos de Lengerke hay que tener un buen estado físico, pero sobre todo curiosidad por explorar sitios históricos, hablar con las personas que viven en inmediaciones de los senderos y disfrutar del aire libre. Es una ruta que vale la pena porque permite visualizar el progreso que ha tenido Santander y el esfuerzo de nuestros antepasados, que lograron conectar al departamento con el resto del mundo. Sí, fue planeado por un alemán, pero construido por gente de la región que con sus manos y sus mulas puso cada piedra.

 

* Invitación de Cotelco.

Por Laura Dulce Romero*

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