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Un vistazo de colombiano a Brasilia

En la capital federal de Brasil viven 150 colombianos.

Fabio Padilla Castro* / Brasilia
12 de mayo de 2010 - 02:19 a. m.

“¿Y cómo te parece?”... “Pues… bonita... ¡chévere! Se ve todo muy amplio, muy verde”... “A mi también me gustaba al comienzo. Con Brasilia es difícil tener puntos medios, o la quieres o la odias… aunque te esté gustando lo que ves, espérate a que pases unos seis meses aquí y me cuentas”. Esa fue la breve introducción que me hizo una amiga de mi novia —por quien vivo en estas tierras— luego de recogerme en el aeropuerto internacional Jucelino Kubitschek la primera vez que vine a la capital de Brasil, en 2007.

Tres años después lo ratifico: Brasilia es una ciudad de contrastes, como Brasil. Con ricos muy ricos, fáciles de ver por sus yates, carros deportivos, motos o mansiones, y pobres muy pobres, que sólo se hacen “más visibles” al recorrer algunos barrios de las ciudades cercanas, en las que se asentaron buena parte de los trabajadores de la gran obra inicial en 1960.

El Distrito Federal tiene 2 millones 600 mil habitantes (IBGE 2009) y está compuesto por 30 regiones administrativas, consideradas barrios de Brasilia, y otras como ciudades satélite. Pasaron cientos de años sin que el centro del país fuera explorado y el “cerrado” —como se le conoce a la vegetación semidesértica que caracteriza esta región— es aproximadamente una vez y media el tamaño de Colombia.

Así que tomar la decisión de construir una ciudad a partir de cero en un ambiente tan inhóspito como ese, con todas las controversias y problemas que eso implicaba, hace que Jucelino Kubitschek, el presidente que acometió dicha tarea, sea considerado un visionario. Y por eso muchas cosas aquí se llaman J.K. El jardinero que de vez en cuando nos ayuda se llama Jucelino y el superpuente que cruzo todos los días, con tres arcos metálicos gigantes y 1.200 metros de longitud, uno de los majestuosos emblemas de la ciudad, obviamente se llama “Ponte J.K.”. Esos tres arcos asimétricos simulan el movimiento que haría una piedra rebotando sobre el agua. A pesar de haber sido un proyecto de altísimo costo (160 millones de reales de 2002) el DF consideró que la inversión valía la pena, pues el puente debía estar al mismo nivel de monumentalidad con el que Brasilia fue proyectada.

Es una ciudad diseñada en forma de avión, que fue declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad por la Unesco en 1987. Por eso hay muchos edificios que no se pueden modificar. Áreas donde no se debe construir nada.

La colonia colombiana es de unas 150 personas, con varios médicos, profesores universitarios y otros profesionales que encontraron opciones de vida aquí. Como Teresita, la coordinadora informal del grupo, sicóloga que nos llama a todos para celebrar nuestras fechas importantes y encontrar alguna disculpita para deleitarnos con las comidas típicas que tanto extrañamos. Además de darle la respectiva y formal bienvenida al embajador de turno. Hasta ahora conocí a dos. Me falta la tercera, María Elvira Pombo, quien recién llegó y viene de ser la directora de Proexport.

Yo llamo a Brasilia “la ciudad déjà vu”, porque como todas las cuadras de las alas norte y sur son iguales, es muy difícil saber o recordar en dónde fue que uno vio alguna tienda o lugar al que quiere regresar o ir por primera vez. Todo parece exactamente igual. Sólo los números de las “quadras” orientan un poco, si tiene la suerte de saberlos (aquí son cuadras con “q”, pero no diga “qu” porque será objeto de burla hasta que alguien se apiade de usted y le señale el “4 letras” que corresponde a esa palabra en portugués).

Aquí no se maneja el concepto de cuadra que tenemos los colombianos, lo que se tiene son “superquadras”, que son un grupo de edificios en bloques, numerados con letras, una vía de entrada común y zonas de estacionamiento y áreas verdes muy grandes que los separan. Todo de uso público y sin rejas ni talanqueras.

No es una ciudad hecha para andar a pie, a pesar de que tiene metro en el ala sur. Salvo algunas zonas puntuales, como la Rodoviaria (terminal de buses urbanos), la sensación de seguridad es muy buena. Hay diversos proyectos en curso para mejorar el transporte y otras zonas turísticas, todo con miras a los próximos eventos mundiales que Brasil organizará.

La arquitectura es sorprendente. Las ideas y el estilo de Niemeyer (arquitecto original de los principales edificios) están por todas partes, con grandes espacios, espejos de agua, rampas de acceso gigantes y trazos redondeados poco convencionales. Todavía es él quien autoriza modificaciones o proyecta los nuevos edificios.


El diseño original preveía que el cuerpo principal del avión se pareciera al National Mall de Washington DC, otra ciudad diseñada para ser sede de gobierno. Es una gran avenida con seis carriles en cada sentido y una inmensa zona verde en el medio, escenario de mil espectáculos y protestas, desde torneos de volei playa y diversas muestras artísticas, hasta carpas de indígenas o grupos de diversa índole que cada tanto protestan por algo.

A Brasilia uno puede buscarle el lado que quiera y se lo encuentra, el político (que abunda), el cultural (increíblemente variado y asequible), el rumbero y gastronómico (con excelentes opciones para todos los bolsillos), el deportivo, el académico, el diplomático, el internacional. A mí me siguen sorprendiendo las muchas cosas que no se perciben a simple vista, pero que preguntando un poco, entrando en los edificios —aunque parezcan fríos y deshabitados— o simplemente explorando la ciudad con curiosidad, se revelan como excelentes opciones para alegrar la vida en este DF.

El Distrito Federal, con Brasilia como su centro, reúne todos los acentos y sueños de un país multicultural de casi 200 millones de habitantes, con un importante componente de inmigrantes. Entonces, encontrar personas con rasgos de afrodescendiente, de europeo, de asiático o de latino no es garantía de nada, “Brasileiro pode ser qualquer um”, dicen ellos mismos. Y como es ciudad sede de muchas organizaciones internacionales y embajadas, tan pronto le oyen a uno el acento de extranjero se imaginan que trabaja como diplomático y quieren cobrarle en proporción. Por tanto, hay un trabajo extra de verificación de precios y proveedores que hay que aprender aquí.

Esa misma mezcla le da la riqueza cultural a esta ciudad, que a pesar de su tamaño mediano, tiende a recibir también buena parte de los espectáculos importantes que hacen giras por São Paulo y Río. Esas dos ciudades quedan a 1.000 y 1.300 kilómetros en carro, respectivamente.

Como característica cívica llamativa existe la cultura de prioridad al peatón, entonces en las cebras donde no hay semáforos, cuando un peatón va a cruzar, es obligación del carro parar. Como contraste, a lo que me cuesta acostumbrarme es que muchos brasilienses (recuerden que la mayoría son venidos de otros estados de Brasil) no sienten amor o pertenencia hacia la ciudad. Entonces el nivel de basura y descuido con muchos bienes públicos es lamentable. Ese es el inmenso valor que tiene construir una cultura ciudadana como la que se generó en Bogotá o Medellín, que aquí todavía no existe. Aunque las ciclorrutas ya están empezando a aparecer y la capital colombiana ha sido tomada como referencia.

Para los que vivimos aquí y conocemos un poco este mundillo, es claro que Brasil tiene a buena parte de su mejor gente trabajando para el gobierno y si bien sigue habiendo politiquería y corrupción, estoy convencido de que este gigante va a seguir dando pasos para consolidarse como líder regional y actor importante en el escenario mundial. ¿Qué tal empezar a preparar su portunhol y venir para el Mundial de Fútbol en 2014?.

*Vive en Brasilia desde 2008.

Por Fabio Padilla Castro* / Brasilia

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