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Valle de Tenza: paraíso para el turismo de cocreación y los nómadas digitales

Recomendaciones en esta región cultural y geográfica que se encuentra entre los departamentos de Boyacá y Cundinamarca.

Sebastián C. Santisteban
03 de febrero de 2023 - 04:19 p. m.
Valle de Tenza es un destino atractivo, bien conectado y poco conocido.
Valle de Tenza es un destino atractivo, bien conectado y poco conocido.
Foto: Cortesía Sebastián C. Santisteban

El Valle de Tenza, ubicado entre Boyacá y Cundinamarca, y a tan solo dos horas de Bogotá por carretera, ofrece un clima perfecto todo el año, experiencias de alojamiento rural y gastronómicas únicas, pueblos tradicionales, la posibilidad de hacer deportes de aventura en paisajes de clase mundial y la vista más espectacular de un embalse en medio de las montañas en Colombia.

Para llegar al Valle de Tenza se debe tomar la carretera que de Bogotá conduce a Tunja. A medio camino, en la represa del Sisga, se toma el desvío hacia el oriente y en media hora uno ya se encuentra en la región, disfrutando de su clima templado y de la impresionante vista.

El descenso desde el altiplano es rápido y sinuoso, se debe manejar con cuidado, pues la carretera nueva y en excelente estado invita a subir la velocidad más de lo que se debería; en sentido contrario suelen transitar camiones cargados de pollos, vacas y buses grandes provenientes del Casanare, por lo cual se recomienda precaución.

Una vez en Tibirita, el cañón se abre y permite ver un mundo entero a la distancia; cientos de kilómetros cuadrados de tierra verde, fértil y tendida, salpicados de casas campesinas de adobe, que se alzan para rivalizar con las nubes y el cielo. No sería exagerado asegurar que el paisaje es una digna competencia del cañón del Chicamocha, solo que más verde, autóctono y fresco, y menos atestado.

Entre los principales pueblos de la región están: Guateque, Sutatenza, Tenza, La Capilla, Somondoco, Guayatá, Garagoa, Macanal, Almeida, Chivor y Santa María.

En enero, sus cielos son de un azul celeste profundo y despejado, que recuerda la inmensidad del universo y produce esa sensación de acogedora futilidad que es nuestra más bien breve y pequeña existencia, y sus noches son estrelladas, negras y puras. Y en mayo todo se llena de una neblina gris que humedece la tierra y la percepción misma, y las nubes bajas vagan como dragones gigantescos y esponjosos entre las montañas.

En el Valle de Tenza se come mogolla guayatuna, chicharrón de cuajada, chirimoyas, carne al caldero, queso de hoja, pasteles de arracacha, habas y guatila. Y la gente dice cosas como: “chino”, “ole plago”, “deje de andar tontiando”, “suba la vaca pa’rriba” y “uy brincalamadre!” (sic).

Y hay un festival de pólvora importante (y más intenso de lo que jamás se podría ver en Magic Kingdom una noche cualquiera), y minas de esmeralda de miles de metros de profundo, bosques de niebla megadiversos repletos de mariposas, aves y ranas aún sin clasificar, y túneles en roca viva con cascadas internas que lo hacen dudar a uno de que exista una salida. Se pueden dar paseos en lancha junto a grandes montañas que recuerdan los fiordos de Milford Sound, en Nueva Zelanda, o a la bahía de Ha-Long, en Vietnam; bañarse en pozos de aguas azul zafiro o verde esmeralda en medio de la selva; y cuando uno sube a alguna de sus cumbres, el paso del viento sobre las copas de los eucaliptos y urapanes produce un sonido intenso de mar, un mar picado y verde y gigantesco, en el que sus olas son las mismas montañas.

Allí la gente es amable, introvertida, humilde, tímida, tosca y orgullosa y les gusta los narcocorridos, las Toyotas y enguacarse en la mina.

Y una buena canción que puede servir de banda sonora cuando se esté de visita es la de “El Guatecano”, de E. Murillo.

(Lea también: Turismo comunitario y rural: ¿Qué hacer en Norcasia? Destino de paz y naturaleza)

Sin embargo, más allá de ser un destino atractivo, bien conectado, poco conocido y asombroso para pasar un par de días, un fin de semana o descansar de la ciudad (y, además, de ser la vía de conexión más confiable para llegar a los llanos orientales desde el centro del país), el Valle de Tenza bien podría ser una región con una de las calidades de vida más altas del país, capaz de rivalizar con países del primer mundo.

El costo de vida, los paisajes, la cultura, el clima, la seguridad, las velocidades de internet de banda ancha y la cercanía con ciudades como Bogotá y Tunja hacen de esta parte del país un destino ideal para los nómadas digitales y los productores culturales con proyectos creativos por realizar, en medio de un ambiente tranquilo, auténtico e inspirador.

En Luciana Cabañas (Guateque), hemos tenido la oportunidad ya de alojar a huéspedes de distintas partes del mundo como Irlanda del Norte, Japón, Estados Unidos, Francia, India, Alemania y Hungría, que se sorprenden por la suavidad del clima, la belleza del paisaje y la calidad del alojamiento y la comida.

Es una visión, sin embargo, distinta a lo de Cartagena, Medellín, el Eje Cafetero o Anapoima. Pues aquí no se trata de adaptarse a las demandas de unos viajeros cada vez más alienados (y presionados) por las dinámicas del capitalismo global, sino de que dichos viajeros se adapten a los ritmos, formas de vida y costumbres de una región que, en medio de sus montañas azules y empinadas, aún resiste, sin darse cuenta.

Y no se trata, entonces, de un turismo de masas sino de una experiencia de viaje de lo pequeño y sencillo, sin afanes, ni demasiados lujos, de parejas o viajeros solos, familias con mascotas o creadores y artistas, que más que entretenerse buscan experiencias genuinas que también incluyan el no hacer nada, el aburrimiento, la soledad y la nada.

(Lea también: 7 pueblos cerca de Bogotá que debe conocer)

Pues si algo hemos podido aprender de nuestros huéspedes en este tiempo, es que la vida en Colombia no tiene que ser (no es) tan miserable como nos solemos contar; hemos aprendido que vivir en Colombia puede ser, efectivamente, un bonito e inesperado privilegio.

Tal como lo definió ya Arango en su impecable poema:

“Con el vaso en la mano, mirando las montañas,

le acaricio el lomo a mi perro.

Estas montañas nuestras

del interior,

casi olvidadas de tan familiares,

casi invisibles de tan vistas,

no es seguro siquiera que no sean

enseres en un sueño.

Estas montañas hoscas

que se adelgazan,

que se ensimisman en nosotros.

Ya sólo acaso una manera

de la voz,

del paso,

del gesto.”

*Escritor y cofundador del proyecto Luciana Cabañas en Guateque.

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Por Sebastián C. Santisteban

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