Los amigos imaginarios

Ignacio Zuleta Ll.
11 de julio de 2017 - 02:00 a. m.

¿Las fantásticas amistades de la infancia? No. Las permanentes artimañas de la industria alimenticia y sus comercializadores. Lo que el derecho romano llamaba el “dolo bueno” era la astucia, la exageración de las cualidades o defectos del objeto para impulsar una decisión. Nada nuevo. Pero lo que ocurre hoy con la publicidad engañosa, las omisiones voluntarias en las etiquetas, la fabricación de espejismos “saludables” en la mente de los consumidores incautos al crear amigos imaginarios sobrepasa con creces el dolus bonus y entra en los terrenos de un cinismo perverso.

Sería imposible hacer aquí una relación completa, pero para la muestra bastan un par de casos evidentes. Hace unos días dos artículos de Pablo Correa en este diario pusieron de nuevo al descubierto la discusión sobre Herbalife (HL); esa pócima llena de sustancias sospechosas que se hace llamar “comida saludable” y que promueven atletas famosos para lavar su fachada de pirámide. Cada vez que los investigadores de buena fe procuran sacar a la luz un examen de los daños que este tipo de “nutrición” puede causar a la salud, las investigaciones se desvían de maneras misteriosas. Esté o no comprobado que las sustancias en “alimentos” procesados como HL le hacen mal al cuerpo, estos engendros industriales carecen de energía vital y acaban destruyendo los buenos hábitos nutricionales de una comida natural, fresca y sin aditivos en una población alienada y vulnerable, maleducada por la televisión, el mugre de internet y la publicidad omnipresente.

Entre las falacias más difundidas está, como ejemplo, lo amigable que es la leche descremada. El mito de que quitarle la crema es saludable se viene abajo con los estudios serios que aclaran que precisamente es la grasa de la leche la que inicia el proceso de digerirla bien. En análisis científicos juiciosos se argumenta que hay una relación entre la leche light y el cáncer de próstata, entre otras evidencias. O están los confiables artículos del US National Institute of Health que rompen con la hipótesis de que los productos lácteos enteros contribuyen a la obesidad y que demuestran exactamente lo contrario: un consumo de lácteos sin descremar, dentro de un patrón dietético típico, está inversamente asociado con el riesgo de la obesidad. Pero hay que comprar light. ¡Seremos bobos! Así, la leche —cuya situación tienta a hablar de “mala leche”—, que se ha considerado en nutrición como esencial (discutible), ha pasado de ser la leche de la finca —la postrera que se tomaba con panela al pie de la ubre o la leche entera de botella con la crema en la tapa de cartón de antaño— a un líquido insípido, manipulado, mezclado con leche en polvo importada, procesado para que dure años en la bolsa plástica. Y la deslactosada —nombre inadecuado y amigo imaginario— no es más que la anterior adicionada con lactasa.

Y para última muestra del dechado de etiquetas engañosas: compré para mis platos una salsa de soya brasileña Sakura y leí el rótulo sobrepuesto a la etiqueta: perfecto. No tenía el controvertido glutamato monosódico al que soy sensible. Cuando acabé el frasquito, al quitarle el rótulo de los importadores Best Choice Ltda. de Colombia, escudriñé los ingredientes verdaderos… y allí, agazapado, estaba el enemigo glutamato, que no es imaginario para mí. Lo habían omitido en la “traducción” de la etiqueta sobrepuesta. ¿Dolo bueno?

 

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