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La percepción de riesgo asociada con el COVID-19 cambió rápidamente en Colombia. El punto de inflexión pudo ser la primera muerte de un taxista en Cartagena que, probablemente, generó en el imaginario colectivo la prueba de que la amenaza era real y cercana. Pero pasadas las semanas, la percepción de riesgo, la aceptación social de las medidas y la valoración de la respuesta de las autoridades siguen cambiando. No se aceptan las medidas ni se percibe el problema igual al comienzo de la crisis. Transcurridos varios meses se hacen evidentes nuevos problemas secundarios. A sabiendas de que este proceso puede tardar años, es importante reconocer las amenazas emergentes.
También se debe considerar la diversidad socioeconómica y cultural de las comunidades. Mientras algunas confían en la institucionalidad, otros la reniegan; mientras algunos intentan seguir la evidencia científica, otros se dejan tentar por teorías de conspiración. La desigualdad socioeconómica hace que las preocupaciones y urgencias de las personas sean diferentes y, por lo mismo, sus demandas. Además, cada contexto es diferente. Si bien tiene sentido hacer una respuesta nacional articulada, será necesario adaptar la respuesta a los contextos locales.
En vísperas de la apertura de la cuarentena, voy a enumerar las que considero son las principales amenazas emergentes de la pandemia y a dar ideas generales sobre cómo gestionarlas.