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Cuidémonos: ¡Lo esencial sí importa!

La pandemia del COVID-19 nos ha obligado a encontrarnos con nosotros mismos, con lo mejor y lo peor de cada uno, nuestras debilidades y fortalezas, con lo sobresaliente y lo execrable del mundo contemporáneo.

El Espectador
18 de abril de 2020 - 12:36 a. m.

Es posible que el balance no nos guste, hemos creado una sociedad tan lejos de la esencia de la vida humana que muchos se molestan al vivir sin varias de las actividades y rutinas que consideraban imprescindibles, mientras otros lo agradecen, pues encuentran su corazón en lugar de su apariencia.

Hemos ignorado y pasado por alto lo obvio; mantener limpio el planeta y sana y digna a la humanidad. Ahora que nos quedamos en casa el planeta respira y el agua se limpia, y nosotros tal vez podamos regresar a lo esencial.

Permanecer en casa para algunos es un ejercicio de autocuidado y autonomía al que ya no estábamos acostumbrados y, ahora, descubrimos que el tiempo no alcanza para todo lo que se tiene que hacer y, que además, no se puede delegar. Interesante, la aburrición ya no llega, siempre hay algo por hacer o por conversar. De repente, la sencillez de la vida puede ofrecer mas intimidad y bienestar del que habíamos imaginado.

Compartir tanto tiempo en familia puede ser una experiencia de redescubrimiento, en principio exigente, pues las tensiones y los conflictos se hacen mas evidentes y, como no se puede abandonar el territorio, al final es forzoso resolverlos. Así, al practicar la tolerancia y la empatía el alma se pule y se vislumbra la diferencia entre la riqueza de la vida interior y la banalidad de la actividad externa.

En cambio, para muchos otros el aislamiento es un encuentro doloroso con las condiciones de inequidad social a las que ya se habían acostumbrado. El día a día tenía tal precariedad que ahora el quedarse en casa o bajo un techo amenaza seriamente la supervivencia, explicablemente su espíritu se llena de rabia y la sensación de abandono es infinita.

Frente a esta desesperación lo mejor de lo humano ocurre, a muchos les toca el alma y la conciencia; crean redes solidarias para que los desprotegidos puedan cuidarse y cuidar, recibiendo los recursos económicos que necesitan.

En la otra cara de la moneda, la ambición inhumana, a través de los sistemas financieros y de las personas que los administran, convierte la pandemia en una oportunidad de negocio al cobrar por la “dispersión de las transferencias de fondos” aportados desde la generosidad de muchos.

Increíble pero cierto, la humanidad y el planeta tienen el riesgo de morir ahogados y todavía hay instituciones y personas que eligen la conveniencia material particular sobre la oportunidad de despertar la conciencia del amor.

Por El Espectador

 

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