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Cúpula de las Fuerzas Armadas

En 150 días la nueva comandancia de las fuerzas militares y el nuevo ministro de defensa han vivido frenética-mente entre los reveses y los éxitos.

Darío Fernando Patiño* / Especial para El Espectador
11 de diciembre de 2010 - 08:54 p. m.

El 26 de julio llegaron a la casa del entonces ministro de Defensa, Gabriel Silva, el almirante Álvaro Echandía, el general del Ejército Luis Alejandro Navas y el general de la Fuerza Aérea Julio Alberto González. Allí encontraron el almirante Édgar Cely y minutos después hizo presencia el general de la Policía Óscar Naranjo. Habían sido llamados a una reunión con el Presidente electo. Cada uno sabía por separado que había sido designado jefe máximo de su institución para el nuevo gobierno. Pero salvo el almirante Cely, ya nuevo comandante de las Fuerzas Militares, ninguno imaginaba quiénes serían sus compañeros.

La nueva cúpula fue una sorpresa. No por los méritos, sino por los saltos y los ajustes que debían realizarse para integrarla.

Se nombraba a un oficial que no era del Ejército como comandante de las Fuerzas Militares y esto sólo había ocurrido dos veces en toda la historia.

Este bumangués de agua había sido todo lo que se puede ser en la Armada, menos comandante. Desde diciembre portaba las cuatro rosas de los vientos, el máximo rango dentro de la institución. Estuvo a bordo del destructor Fletcher, fue comandante de cañonero en Amazonas y Putumayo, y comandó tres de las cuatro fragatas colombianas y el buque Escuela Gloria.

Pero además fue el primer marino en ocupar dos cargos claves: la jefatura del estado mayor de la Fuerza de Tarea Conjunta Omega (comandada por un general del Ejército) y la dirección de la Escuela Superior de Guerra, que en 99 años siempre había estado en cabeza del Ejército.

Cely, a quien en la Omega los soldados llegaron a llamar general, es un hombre conocedor de las demás fuerzas y muy respetado por éstas. Y tiene una vieja relación con el director de la Policía, Óscar Naranjo, pues lo tuvo en 1980 durante seis meses a bordo del Gloria, cuando el joven subteniente se acababa de graduar.

Su ascenso implicaba otro ajuste extraordinario. Quedaba con la segunda mayor antigüedad de la cúpula otro oficial de la Armada, el almirante Echandía. Eso lo convertía en reemplazo automático para las ausencias temporales de Cely.

Echandía es de Medellín, fue primero en su curso. Ha sido preparado en Estados Unidos y se le atribuye el gran salto en la capacidad de la Armada en inteligencia, con resultados tan contundentes como las bajas del Negro Acacio y Martín Caballero. Y suma la experiencia de trabajo conjunto, como quiera que fue jefe de inteligencia de las Fuerzas Militares.

La designación del general Luis Alejandro Navas como comandante trajo un completo remezón en el Ejército. Él era el décimo en la lista por antigüedad. Y al subir al cargo máximo, pasaba por encima de ocho generales.

Navas, nacido en Montería, es un tropero total. Sus hombres lo aplaudieron de pie cuando asumió el cargo. Un oficial dice que “no se le han subido los soles a la cabeza”.

A diferencia de muchos de sus antecesores, saltó prematuramente del combate a la comandancia. Venía de estar al frente del Comando Conjunto de Operaciones Especiales, con integración de todas las fuerzas. Acababa de dirigir la ‘Operación Camaleón’, en la que rescataron al general Mendieta y a cuatro compañeros de cautiverio...

El único de los generales más antiguos, a quien Navas no saltó, fue Gustavo Matamoros, el séptimo en la fila, que subía como Jefe del Estado Mayor Conjunto, segundo cargo dentro de las Fuerzas Militares.

A este oficial bogotano se le reconoce un liderazgo como pocos en el Ejército y una gran capacidad de planeación y análisis. Los especialistas destacan su aporte en la tarea de liberar a Cundinamarca y a Bogotá de la amenaza de las Farc cuando tuvo a cargo la Decimotercera Brigada.

Para el cargo de Matamoros sonaba otro bogotano, el general Julio Alberto González, entonces segundo comandante de la Fuerza Aérea. Pero primero se le hizo realidad su sueño de comandar la FAC. Aunque por antigüedad estaba de séptimo en la pirámide, su trayectoria le alcanzaba para dar un salto generacional tan grande. Es el único oficial de la cúpula militar y en la historia de la Fuerza Aérea en portar las Cuatro Caldas, que lo acreditan como el primero en los cuatro cursos necesarios para llegar a su rango. Es un piloto de transporte y de combate, que recientemente demostró sus condiciones en un vuelo de despedida de los Mirage.

El director de la Policía no pertenece a la cúpula militar, pero sí a la de las Fuerzas Armadas. Al ser ratificado en esa posición, Naranjo pasó de ser el benjamín de la cúpula anterior, al más experimentado, aunque contemporáneo, en el nuevo grupo.

Naranjo ya había protagonizado su propio salto en el gobierno anterior, cuando su nombramiento implicó la salida de diez generales de la Policía, en una decisión cuya autoría se atribuye Santos. Ha sido el director de la Policía más cercano a las Fuerzas Militares. No en vano fue navegante del Gloria y alumno de inteligencia en el Ejército. Además, considera a la FAC como el ángel guardián de la Policía, que acude en su ayuda cuando es atacada.

Los civiles

Juan Manuel Santos llegó al Ministerio de Defensa con la credencial de cadete de la Armada y con una expresa admiración por las tropas. Se suponía que como Presidente repetiría su propia historia nombrando por ejemplo a un político reservista.

Pero para sorpresa de muchos —y según me lo confesaron algunos, para tranquilidad de los mandos— Santos optó por Rodrigo Rivera, con más experiencia en los campos legislativo y económico, que en asuntos de defensa, pero conocido como respetuoso y conciliador.

Rivera fue nombrado cuando ya la cúpula estaba conformada, con lo que Santos dejó en claro que conocía a su gente y lo que quería hacer. Rivera ha interpretado fielmente ese deseo y hoy los altos mandos lo ven como el Ministro que los escucha, que los deja hablar cuando hay resultados o cuando tienen que dar explicaciones y que los representa en terrenos difíciles, como el Congreso, la comunidad y la prensa.

Para el Ministro y la cúpula de las Fuerzas Armadas es evidente que este Gobierno quiere trabajar sobre lo construido, pero también corregir errores.

“Por eso se escogieron unos mandos sin líos, que no tuvieran que ocuparse de su propia defensa”, anota un influyente funcionario.

“El país se enfrenta hoy a una nueva agenda de seguridad, no solamente concentrada en apagar un incendio”, dice el Ministro, y habla de la seguridad ciudadana, la protección de los recursos naturales estratégicos y el establecimiento de las zonas seguras para la prosperidad.

“Es no seguir en la estrategia militar sin tener una estrategia nacional”, anota el comandante del Ejército.

Y tan importante como la nueva agenda es la consolidación del trabajo conjunto (entre Fuerzas Militares) y del trabajo coordinado (con la Policía), un tema que aún en el pasado reciente fue motivo de confrontación. “Porque todos creíamos que teníamos la preponderancia”, anota el comandante del Ejército.

Y el comandante de la Armada destaca: “La fortaleza ahora es la amistad entre los comandantes. Unión no es fusión. Cada fuerza tiene sus fortalezas y sus carencias. El celo profesional siempre existirá, pero hoy en día ninguna fuerza puede lograr resultados por sí sola”.

“Hemos comprendido que hay que ceder para que haya armonía, colaboración y apoyo”, afirma el comandante de la FAC.

¿Y la Policía? —le pregunto.

—La Policía tiene la suerte de tener a un hombre como Óscar Naranjo, con quien uno se siente a gusto.

Naranjo sabe perfectamente que su presencia contribuye a ese acercamiento. Y asegura que en esta nueva etapa nota “un aire renovado de profundizar la coordinación y el trabajo conjunto”. Advierte que desde los años recientes se estableció que “coordinar no era una posibilidad, sino una obligación, y que si uno no se integraba estaba por fuera”.

El Ministro lo dice de otra manera: “Es pasar del círculo vicioso de una competencia al círculo virtuoso de una colaboración”.

También es fundamental la recuperación del conducto regular, principio sagrado en estas estructuras.

“Uribe destrozó el conducto regular”, me comenta uno de los altos mandos. El Presidente llamaba a todos los comandantes y éstos lo convirtieron en algo normal y ya no cumplían con su obligación de informar al superior.

Otro general agrega: “Creo que el estilo permeó. Fueron ocho años de un ejercicio de mando sin intermediarios”.

“Recibo información de todos, pero las instrucciones las doy por el conducto regular”, aclara Rivera.

El respeto también cuenta. Santos conoce bien los rígidos protocolos de las fuerzas y lo importante que son para sus integrantes.

“A diferencia de Uribe, Santos no pone a cargar las maletas al jefe de la Casa Militar”, señala un oficial.

Rivera está dedicado a aprender los códigos y le toleran uno que otro “lapsus”. “Pero la ministra en cambio irrespetó al alto mando”, dice un oficial recordando las tensas relaciones de la primera ministra de Uribe, Marta Lucía Ramírez, con el general Mora Rangel, adorado por las tropas.

En 150 días la nueva cúpula ha vivido frenéticamente entre los reveses y los éxitos: la operación bienvenida de las Farc, los asesinatos de policías, los vínculos de oficiales de la Armada con narcotráfico, así como del Ejército y la Policía con la guerrilla; presuntas fosas comunes en La Macarena; batallas y masacres, y un escándalo aún no aclarado sobre la muerte de tres niños en Arauca. Para completar, según el propio Ministerio de Defensa, hasta octubre de este año han muerto 2.076 miembros de la Fuerza Pública.

Pero el 23 de septiembre, después de dos noches y dos días de incertidumbre, y gracias a una acción planeada en ocho horas, los miembros de esta nueva cúpula, calificada en ciertos sectores de blanda, les dio a las Farc el más duro golpe de su historia: la muerte del Mono Jojoy. Todos aportaron lo suyo. El Presidente, que estaba fuera del país, delegó la información en el Ministro y éste a su vez permitió, en un acto inusual, que todos los altos mandos aparecieran en una entrevista con este periodista para Caracol Televisión. Luego, en silencio, fueron con sus familias a la casa del almirante Cely a una sobria reunión de tres horas. Sin duda las cosas habían cambiado.

Pero a pesar del propósito de no caer en triunfalismos, Presidente y Ministro fueron asaltados por el deseo de acertar. Al poco tiempo anunciaron la muy probable baja de Fabián Ramírez. La noticia no ha podido ser confirmada.

Le solicité al presidente Santos una respuesta sobre las razones para integrar esta cúpula, haciendo tantos saltos y combinaciones inusuales.

“Quise reunir a un grupo de oficiales que pudieran trabajar en equipo y restablecer la unidad que estaba quebrada después de mi salida del Ministerio”, me respondió.

 * Codirector de Noticias del Canal Caracol

Por Darío Fernando Patiño* / Especial para El Espectador

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