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De apellidos y tradiciones en Colombia

Se discutía en Colombia, hace menos de sesenta años, la posibilidad de otorgar a la mujer el derecho al voto. Mucho se especuló con que este acto significaría el fin de la convivencia familiar por cuanto llevaría disensión al seno de la misma familia, que no poniéndose de acuerdo por quien votar, terminaría dividida y ofendida.

Por PABLO EMILIO OBANDO ACOSTA, colaborador de Soyperiodista.com
10 de diciembre de 2012 - 09:49 p. m.
EL ESPECTADOR / EL ESPECTADOR
EL ESPECTADOR / EL ESPECTADOR

Se discutía en Colombia, hace menos de sesenta años, la posibilidad de otorgar a la mujer el derecho al voto. Mucho se especuló con que este acto significaría el fin de la convivencia familiar por cuanto llevaría disensión al seno de la misma familia, que no poniéndose de acuerdo por quien votar, terminaría dividida y ofendida. El ejercicio del voto femenino ha demostrado que este y otros temores eran infundados y carentes de soporte sicológico o sociológico.

Mucho se discutió sobre la potestad de la mujer colombiana de poseer bienes, heredar o ser la titular de bienes; para algunos “estadistas” y legisladores esta facultad estaba reservada exclusivamente al varón en virtud de los ordenamientos naturales y divinos, pues la mujer no tenía la potestad ni la conciencia necesarias para gobernarse a sí misma; no está lejano el día en que se discutía sobre las capacidades intelectuales y mentales de la mujer que les impedía acceder a una educación distinta a la impartida en los colegios religiosos cuyo currículo se basaba en las artes culinarias, el tejido y el bordado y los conocimientos necesarios para “complacer a su esposo” y atender correctamente a sus hijos.

Intelectuales como German Arciniegas se oponían férreamente a este ascenso femenino en la sociedad colombiana, pues se temía, entre otras cosas, que la familia llegara a su final y que los hijos se “descarrilen” ante la salida de la mujer al mundo social, universitario y laboral.

El mismo Fernando González escribiría que la mujer no puede ser “bachillera” por cuanto sus capacidades no le permiten alcanzar o superar al hombre y en consecuencia sería inútil todo intento de educarla en los claustros universitarios.

Únicamente Jorge Eliecer Gaitán enarbola la bandera de la defensa femenina proclamando tesis nuevas y renovadas que no fueron fácilmente aceptadas en nuestro país. Es más, algunas mujeres, se oponían férreamente a la posibilidad de que la mujer pueda ascender en la escala humana y social en Colombia. Se partía del hecho que Eva fue hecha de la costilla de Adán y en consecuencia debía honrar y respetar la voluntad masculina. En varios pasajes bíblicos se dictamina que la mujer no debe hablar en público, educarse, desligarse del hogar y mucho menos oponerse a los designios de una sociedad machista y sumida en unos preceptos religiosos que se oponían abiertamente a la emancipación de la mujer.

En 1886, solo para citar una apreciación sobre la mujer, el constituyente José María Samper expresó que “la mujer no ha nacido para gobernar la cosa pública y ser política. Porque ha nacido para obrar sobre la sociedad por medios indirectos, gobernando el hogar doméstico y contribuyendo a formar las costumbres y a servir de fundamento y de modelo a todas las virtudes delicadas, suaves y profundas”.

La píldora, el uso de pantalones, la mini y hasta la asistencia a eventos políticos y culturales les eran vetados a las mujeres; la buena crianza implicaba que la mujer debía ser sumisa, hogareña, buena criadora de hijos y experta en la atención de su marido, amén de conocedora de buenos modales que implicaban no levantar la voz al varón y de acatar dociblemente las sugerencias que su esposo le hiciera.

La asistencia de la mujer a las celebraciones religiosas sin velo era un insulto a la buena moral y a las sanas costumbres. Se conoce del caso de una mujer que fue excomulgada por el simple hecho de asistir a una universidad en Colombia, sanción que se extendió a su familia por apoyarla en su iniciativa y que llegó hasta tenderos y comerciantes que vendan a la familia y sostengan algún vínculo comercial. Iglesia y Estado se han confabulado para mantener un statu quo social en el cual la mujer es considerada en inferioridad de condiciones humanas, intelectuales y sociales.

Hoy se discute, con oposición a bordo, la simple y natural posibilidad de que los hijos lleven como primer apellido el de su madre; hecho que ya ha levantado ampollas en algunos ciudadanos que miran en esta eventualidad el fin de una sociedad que debe conservar una estructura patriarcal y machista, rezagos de una sociedad feudal que no admite a la mujer como un ser libre, independiente y soberano pues el orden divino se subvertiría trayendo consigo maldiciones, fuego eterno o cenizas.

Pero Colombia parece abrirse paso en medio de la cizaña de los moralistas que se refugian constantemente en preceptos bíblicos a todas luces retrógrados, inhumanos e incivilizados. Por fortuna existen legisladores que han entendido su papel en la historia y se atreven a exponer nuevos y renovados criterios de convivencia social. Bien por esos legisladores y por esta nueva sociedad que aflora en medio de las dificultades y en contravía de quienes aún creen que el medioevo y los Torquemadas aún pueden incidir en una sociedad laica y culta.

Por PABLO EMILIO OBANDO ACOSTA, colaborador de Soyperiodista.com

Por Por PABLO EMILIO OBANDO ACOSTA, colaborador de Soyperiodista.com

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