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El efecto mariposa

Gonzalo Andrade es uno de los más respetados estudiosos de estos insectos en Colombia. Desde el Instituto de Ciencias Naturales de la U. Nacional, habla de los pros y contras de la nueva ley. Ha bautizado para la ciencia universal 17 especies y su proyecto de vida apunta a recorrer el país en busca de más.

Diego Alejandro Alarcón R. / Lucía Camargo Rojas
14 de febrero de 2009 - 06:00 a. m.

Nunca había visto mariposa igual. Corría el año de 1993, sus ojos ya habían cursado la etapa de adiestramiento que enciende en la mente de los científicos una luz roja intermitente: “puede ser una nueva especie, puede ser una nueva especie”, gritaba la voz de su conciencia cuando la alarma se encendió por primera vez. “Era hermosa”, cuenta el profesor Gonzalo Andrade mientras escudriña sus archivos fotográficos hasta que finalmente encuentra a la Anthirraea isabelae, la número uno en la lista de las 17 especies de mariposas a las que ha dado nombre.

Entonces el profesor Andrade gira uno de los tres monitores que alberga en el escritorio de su oficina y presenta al insecto. Es color marrón, con llamativos visos violeta y puntos anaranjados y blancos. “Quise dedicarle el nombre a la profesora Isabel de Arévalo. En 1992, cuando se jubiló y la Universidad Nacional abrió la convocatoria para reemplazarla en la Facultad de Biología, tuve la fortuna de ser escogido para la vacante”.

En aquel tiempo, la flecha de Cupido ya le había atravesado el corazón, no con forma de mujer, sino con la de una rama de la ciencia que lo fascinaba: el estudio de las mariposas.

Es un enamoramiento imposible de esconder y del que para ser testigo, basta con entrar a su oficina en el Instituto del Ciencias Naturales de la Universidad Nacional y ver las seis fotos de mariposas coloridas que adornan su puerta por fuera y la mariposa de vidrio que cuelga del techo, y el tapete con forma de mariposa fucsia que sirve para limpiar los zapatos y los libros de mariposas que de estar uno encima de otro harían una escalera a las alturas… mariposas, mariposas y más mariposas.

“Soy un mariposólogo, pero ojo, que no me digan mariposo”, predica con gracia el profesor antes de contar que su amor es tan puro, que ni un secuestro de tres días fue capaz de alejarlo de las selvas y los campos de Colombia, donde sale a encontrarse con sus doncellas. Le ocurrió en el nordeste antioqueño hace nueve años cuando con 25 investigadores más exploraba la zona. Andrade se paseaba por los bosques atento, con su jama (instrumento de palo y tela que se emplea para cazar mariposas), erguida, cuando sorpresivamente, de entre las ramas, apareció un grupo de guerrilleros del Eln que lo obligó a cambiar de rumbo y adentrarse en las entrañas de las montañas.


Los cambios de una ley

Gonzalo Andrade es uno de los cerca de 12.000 investigadores de Colombia que Colciencias y el Observatorio Colombiano de Ciencia y Tecnología (OCyT), reconoce como tal. Ha dirigido múltiples proyectos de grado en la Universidad Nacional y su experiencia lo ha llevado incluso a ser el director nacional de ecosistemas del Ministerio del Medio Ambiente en 1995 y a participar en varias ocasiones en la Convención sobre el Comercio Internacional de Espacies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres (CITES), representando al país.

Por estos días, el profesor termina un proyecto de investigación que presentará a Colciencias a finales de este mes y con el que pretende responder a un par de incógnitas que esconde el Amazonas colombiano en materia de mariposas. Entonces deberá esperar a que su proyecto sea aprobado y reciba los recursos para cubrir todas sus necesidades logísticas.

En manos de Colciencias quedará la tarea de evaluar el proyecto, de ponerlo bajo el escrutinio de analistas externos especializados en los diferentes campos del saber científico y de someterlo al Consejo Nacional del programa (alguno de los 11 que tiene Colciencias repartidos en áreas como la salud, la conservación, tecnología, entre otros), al que corresponda. Es allí donde, cuentas más, cuentas menos, se decide a qué propuestas se les entregan los recursos.

Con todo, hoy por hoy, banderas optimistas ondean por encima del profesor Andrade. Considera que con la Ley 1286, la nueva Ley de Ciencia y Tecnología, los recursos destinados al crecimiento de la ciencia aumentarán considerablemente y la palestra de proyectos de investigación aprobados, que actualmente bordea la cifra de los 1.500, crecerá considerablemente.

Los recursos ascienden porque todos los organismos del Estado adquirieron la obligación de explorar y hacer públicas propuestas científicas y tecnológicas que deberán ir acompañadas de un presupuesto. Los presupuestos darán luz a un fondo nacional que ya no dependerá sólo del dinero destinado a Colciencias, sino de los aportes venidos de todos los frentes, incluidos los de organizaciones privadas que desean invertir en investigaciones particulares.

“Además, me parece importantísimo que la investigación entre a ser un asunto de incidencia nacional al dársele a Colciencias el estatus de ministerio”, explica el mariposólogo iluminado por la lámpara de su escritorio, de la que también, por variar, cuelga una mariposa de tela amarilla. Y añade: “No obstante, hay dos aspectos en los que no concilio. El primero, que la elección del Consejo Asesor para asuntos de Ciencia y Tecnología quede en manos del Presidente y no de los investigadores. El segundo, que en ninguna parte de la ley se obligue a dar prioridad a los trámites que tienen que ver con las investigaciones”.


En este punto Andrade se refiere a una situación específica: su ambición más poderosa, y con la que no cambió la palabra “proyecto” sino su terminación “de investigación” por “de vida”, que consiste en hacer un barrido total del territorio nacional para conocer si realmente la diversidad colombiana acuna más de las 3.273 especies de mariposas hasta el momento identificadas. Sin embargo, según la Ley 70 de 1993, los investigadores que tengan en mente emprender viajes hacía alguna zona determinada, deben antes anunciar al Ministerio del Interior y de Justicia su destino, para que en caso de que en el área se encuentren comunidades indígenas o afrodescendientes, se expida una autorización.

“Llevo varios meses esperando a que den alguna respuesta para emprender varios proyectos, pero esta es la hora en la que tengo los recursos y los investigadores, pero los permisos me dejan con los brazos cruzados”.

Dos nuevos géneros

Aquel periplo por el monte, rodeado de fusiles, le dejó un recuerdo inolvidable, sobre todo porque junto a él viajaba la mujer con la que había contraído matrimonio un mes atrás. Él iba a “mariposear —ojo: a buscar mariposas—”, aclara, y ella en busca de los animales que le quitaban el sueño: las ranas.

Fueron tres días durante los cuales pernoctaron en la manigua, pero la zozobra no les permitió pegar los párpados. Tres días de insomnio, antes de que fueran liberados cuando al ver que entre redes, jamas y trampas para animales, no guardaban ningún peligro.

Los años pasaron y sus investigaciones nunca cesaron. Sus días de oficina los pasa mirando fotografías, leyendo libros, resolviendo dudas de colegas en el extranjero y visitando de cuando en cuando la colección de 35.000 mariposas que almacena el instituto.

Este semestre espera culminar junto a uno de sus alumnos y dos investigadores norteamericanos la publicación de dos artículos que registrarían para la ciencia la aparición de igual número de géneros de mariposas. Por ahora, con certeza sólo sabe que a uno de ellos, por sugerencia de sus compañeros, lo bautizará como el género Soso, en honor a su hija Sofía de cinco años de edad.

Por Diego Alejandro Alarcón R. / Lucía Camargo Rojas

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