El mundo en 140 caracteres

De diario de las celebridades a canal oficial del disenso, pasando por hogar de polémicas entre expresidentes y periodistas, la herramienta ha tenido una corta y atribulada existencia. ¿Seguirá siendo relevante en el futuro?

Santiago La Rotta
02 de marzo de 2011 - 10:48 p. m.

Cinco años después de su creación, Twitter cuenta con un floreciente ecosistema de cerca de 190 millones de usuarios en todo el mundo, quienes producen algo así como 65 millones de nuevos tweets diarios; aproximadamente 50 mil cada minuto. Sí, son buenos días para sacar cuentas optimistas, aquellas que dicen que la plataforma hoy vale US$10 mil millones; poco parece importar que las mismas estadísticas aseguren que el sitio web genera pérdidas.

Con apenas media década de uso, Twitter ha incursionado fuertemente en el mundo de la producción y distribución de la información. La plataforma se convirtió, en menos de seis meses, en una suerte de canal para la agitación política: desde Irán hasta Egipto, los evangelistas de la red, embriagados de entusiasmo y algo de ingenuidad, afirman que Twitter es el canal oficial del disenso. Curiosa evolución para una herramienta que, al menos en sus primeros años de uso, fue tildada por muchos como una bitácora instantánea de la vida de los famosos.

La evolución de Twitter no es lineal, sino esférica: la plataforma no ha dejado de ser el mejor agente de prensa para las celebridades, al tiempo que despliega los puntos seguros de entrada a la plaza Tahrir, en El Cairo. Y es esta su mayor virtud y debilidad, como lo es para cualquier otra plataforma. Algo obvio, las herramientas digitales son sólo eso, facilitadoras de una tarea, más no hacedoras de la misma.

Sin embargo, lo que llama la atención en el caso de Twitter es que últimamente sirve más para albergar puntos de vista alternativos y narrativas minoritarias, que la experiencia social de fin de semana. ¿Es el comienzo de una nueva era en la relación entre el individuo y el superpoder? Si ha de ser así, no es por cuenta de las bondades de la plataforma, al menos no exclusivamente.

En un polémico ensayo publicado justo después de la tormenta política por las elecciones en Irán a finales del año pasado, Malcolm Gladwell argumentaba que la revolución no sería a través de Twitter pues la plataforma crea conexiones superficiales, más no vínculos profundos. “Los evangelistas de las redes sociales tienden a creer que un amigo en Facebook es lo mismo que un amigo real”, escribió Gladwell.

Una de las características de la era digital es su velocidad de evolución, algo que hace casi imposible predecir qué seguirá siendo popular, o incluso útil, en los siguientes años (¿quién usa aún su cuenta de Myspace?). Ahora, con el alto grado de adopción de Twitter (en sólo dos años el nivel de reconocimiento de la herramienta en la población de Estados Unidos pasó de 8 a 87%), sumado al hecho de que hoy los medios de comunicación tradicionales la usan casi, y en muchos casos exclusivamente, como una fuente, puede que la plataforma sobreviva algún tiempo más.

Al final del día, una de las conclusiones que dejan las redes sociales es que buena parte del debate a su alrededor no tiene nada que ver directamente con las herramientas, sino con las ideas que circulan a través de ellas; en últimas, los problemas de las plataformas son problemas de los usuarios, problemas humanos.

Para qué será usado Twitter en el futuro y qué otros gobernantes habrán de temerle son preguntas con un alto nivel del incertidumbre. Las respuestas y las revoluciones, tal como sucedía antes de la internet, dependerán de la voluntad y las acciones de todos nosotros.

Por Santiago La Rotta

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