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El paseo de la fama de Shakira

El 9 de noviembre, el nombre de la colombiana quedó escrito en un bulevar de Los Ángeles y la Academia Latina de Grabación la honró como la Persona del Año.

Por Alejandro Millán Valencia, colaborador en Los Ángeles
18 de diciembre de 2011 - 02:00 a. m.

Shakira Mebarak Ripoll, 34 años, barranquillera, camina con dificultad sobre la alfombra roja del Mandalay Event Center de Las Vegas. La multitud de cámaras, flashes y micrófonos la atosiga de frente con preguntas que se repetirán por los 50 metros que le faltan. En la retaguardia, un séquito de asistentes, directivos de la Academia Latina de la Grabación y personal de logística tampoco le permite movilizarse con comodidad. Entre la aglomeración sofocante su cabello rubio brilla por las luces que están a punto de derretirla. Mientras tanto, los periodistas que aguardan en la fila no pueden dejar de notar su tamaño: los que nunca la han visto no pueden creer que ésa sea la misma loba que se come los escenarios del mundo con una potencia animal, y los que ya están acostumbrados a encontrársela en las alfombras rojas del planeta musical no pueden acostumbrarse a que una mujer con tanta grandeza pueda ser tan bajita.

Es el 9 de noviembre y estamos en la semana de Shakira. Desfila como puede hacia la entrega de la distinción a la Persona del Año que la Academia Latina de Grabación, en medio de la fiesta de los Grammy Latinos, hace a modo de conversión de una artista famosa en leyenda. Sólo basta revisar los galardonados anteriores: Julio Iglesias, José José, Gilberto Gil, Ricky Martin, Emilio Estefan. Todos parecen ya graduados de ese mundo casi indefinible y extenso que es la música latina y que ahora le rinde honores a la colombiana. Pero esto es sólo el remate de una semana histórica.

Un día antes de este caótico desfile en Las Vegas, la Cámara de Comercio de Hollywood le hizo entrega de su estrella en el paseo de la fama de Los Ángeles. Radiante, sobre una tarima emplazada en medio del andén de estrellas, Shakira citó a su madre, Nidia Ripoll, quien profetizó durante su infancia que el nombre de su muñeca de terciopelo con voz de tenor estaría alguna vez allí. Fue una ceremonia sobria donde se pasó revista, ante todos los presentes, de la cantidad innumerable de motivos que había para entregarle la estrella: artista latina más vendedora —sólo superada por la invencible Gloria Estefan—, asesora para temas de educación del gobierno de Barack Obama, cara visible y motor de las fundaciones Pies Descalzos y Alas, las caderas más famosas del mundo, la reina de la música y los escenarios en Estados Unidos. Etcétera.

—Muchas gracias, esto se lo dedico a la comunidad hispana de los Estados Unidos, que trabaja muy duro para sacar adelante este país —dijo.

Y la comunidad hispana que estaba amontonada por miles contra las vallas que rodeaban Hollywood Boulevard bramó de júbilo. Y estando ahí es que se puede comprender cómo una colombiana había logrado llegar a semejantes alturas, a donde tal vez ni siquiera llegó Remedios la Bella en su ascenso fulgurante: dejando atrás muchos de los vicios que nos aquejan, sobreponiéndose a la indeclinable falta de amor por el trabajo duro de muchos de nosotros, con ganas de salir adelante así haya que empeñar la vida en conseguir lo que se quiere por la vía correcta, sin atajos ni artilugios ilegales.

Así lo confirman sus colegas músicos que desfilaron antes de ella en el evento de Las Vegas. Vicentico, el director de la Academia Latina, Luis Cobos y Alejandra Guzmán, entre otros, afirmaron unánimemente que además de su talento, su mayor cualidad era su capacidad de trabajar sin tregua los siete días de la semana, los doce meses del año.

—Estuve trabajando con ella una semana entera en Bahamas y todos pensaron que iba a estar tomando daiquirís y metiéndome al mar. Ni siquiera fui a la playa. Trabajar con ella no te deja tiempo para nada más —confesó el uruguayo Jorge Drexler, quien colaboró en el último álbum de Shakira, Sale el sol.

Tal vez por ese empecinamiento en ser la mejor, en alguna parte de su carrera la perdimos, muy a pesar de nuestras quejas sobre su falta de amor patriótico de beso al escudo y de escuchar el himno enrollada en la bandera. Acá, en frente del asombro de los periodistas o de la muchedumbre efervescente de Hollywood, uno cae en la cuenta de que Shakira es del mundo. Sólo basta mirar a sus fans: Berta, estadounidense nacida en la ciudad de San Diego, tiene un letrero luminoso en sus manos que trajo desde allá para el homenaje en el paseo de la fama. “We are proud of you”, se lee en inglés. Ni en costeño ni cachaco. En inglés, el idioma que eligió la colombiana para adueñarse del planeta, cuando muy a pesar de los Vives y los Juanes lanzó su Laundry Service.

Sin embargo, cuando terminó la ceremonia de Los Ángeles, después de los aplausos y las fotos de rigor, mostró algo que inequívocamente aprendió en las esquinas polvorientas de Barranquilla y que nos hace pensar que no todo está perdido para nosotros: su calidez de currambera. Shakira caminó hacia el público que la reclamaba del otro lado de la valla en Hollywood Boulevard y los saludó con un entusiasmo limpio, con cariño; se tomó el tiempo del protocolo para devolver el que ellos se habían tomado para adorarla: a Berta, que esperó por años ese momento y por horas este día, la abrazó, le dio las gracias por “sentirse orgullosa de ella” y le firmó un calendario. Una hora después, Berta no podía sobreponerse de la emoción. Ella no conoce Colombia, nunca ha venido, sin embargo —me dijo— debe ser un lindo país si una persona tan buena y genial como Shakira viene de allí.

Esa noción diáfana y sin diplomacia artística de Colombia se repitió en la voz de otros fans. Tal vez no es nuestra, pero sigue siendo colombiana.

Cuando el público se dispersó, y observando esa estrella rosada con su nombre dorado impreso sobre la acera de granito, quedó en evidencia otra certeza: una colombiana, como el que escribe esto o el que está leyendo, que creció con el Nobel de Gabo, con la toma del Palacio de Justicia, con las atrocidades de la guerrilla, con el terror del narcotráfico, con el cinco cero, con los paracos, está en el mismo desfile estelar donde también tienen su nombre impreso sobre una estrella rosada Frank Sinatra, María Callas, Michael Jackson, Plácido Domingo, Caruso, John Lennon, sólo por citar a los músicos reconocidos.

En Las Vegas, el aturdimiento por la multitud y las luces hace que detenga la marcha y se dé vuelta. Les dice a sus asistentes que no se siente bien. Alguien le alcanza una botella de agua, se toma el rostro y se ilumina de nuevo, como lo habrá hecho miles de veces. Los periodistas que ya han entrevistado a Franco de Vita, a Drexler y hasta a una evasiva Paulina Rubio, no pueden esconder el nerviosismo. Shakira camina hacia lo que ella ha considerado como el homenaje más bonito que le han hecho en su carrera y yo, que soy el único colombiano en esta larga fila de periodistas, no puedo evitar sentirme orgulloso de esa pequeña gigante, que, ahora sí, camina con toda su elegancia hacia el salón donde le rendirán un sentido y merecido homenaje.

Por Por Alejandro Millán Valencia, colaborador en Los Ángeles

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