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El positivismo de Oliver Sacks para enfrentar la muerte

El escritor y neurólogo siempre demostró una gran capacidad para ver la medicina con una sensibilidad que le permitió entender la enfermedad como un aliento de vida.

Redacción Vivir
22 de febrero de 2015 - 06:31 p. m.
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En julio de 2013, luego de cumplir 80 años, Oliver Sacks, escritor y neurólogo, publicó un pequeño texto en el que intentaba darle una mirada distinta a la vejez. Era una mirada que intentaba dejar de lado todos aquellos calificativos penosos para darle un vistazo diferente, libre de achaques y prejuicios. Esta, decía en el artículo que publicó el diario El País de España, es una época de ocio y libertad en la que tenemos que estar liberados de las urgencias artificiosas del pasado.

“¡80 años! Casi no me lo creo. Muchas veces tengo la sensación de que la vida está a punto de empezar, para en seguida darme cuenta de que casi ha terminado (…)Me siento contento de estar vivo: ‘¡Me alegro de no estar muerto!’. Es una frase que se me escapa cuando hace un día perfecto. Me siento agradecido por haber experimentado muchas cosas –algunas maravillosas, otras horribles— y por haber sido capaz de escribir una docena de libros, por haber recibido innumerables cartas de amigos, colegas, y lectores, y por disfrutar de mantener lo que Nathaniel Hawthorne llamaba ‘relaciones con el mundo’”, escribía entonces Sacks.

Ahora, un año y medio después de no parar de demostrar su lucidez, Sacks, autor de libros tan afamados como Despertares, Un antropólogo en Marte, Alucinaciones y El hombre que confundió a su mujer con un sombrero, se ha vuelto a pronunciar. Esta vez en las páginas del New York Times, con 81 años y para decirle al mundo que tiene cáncer, que su vida está tan solo a unos meses de toparse con el final y que nada puede detener la enfermedad. Un tumor que le hizo metástasis en el hígado, ocupando casi su tercera parte, lo tiene al borde de la muerte. Será cuestión de semanas, cuenta. Si acaso y con un poco de suerte, se tratará de algunos meses.

Su declaración, sin embargo, no se aleja mucho de aquel texto de 2013. Sus palabras evitan el pesimismo. Apenas lo rozan. "No puedo pretender que no tengo miedo. Pero mi sentimiento predominante es de gratitud. He amado y he sido amado; he recibido mucho y he dado otro tanto a cambio; he leído y viajado y pensado y escrito. He tenido un intercambio con el mundo, el intercambio especial que existe entre lectores y escritores", escribe.

Y prosigue un par de párrafos más adelante: “En los últimos días, he sido capaz de ver mi vida como desde una gran altitud, como una especie de paisaje, y con un profundo sentido de sus conexiones. Esto no significa que estoy acabado con la vida. Por el contrario, me siento inmensamente vivo y quiero y espero que el tiempo que me queda me permita intensificar mis amistades, decir adiós a quienes quiero, escribir más, viajar si tengo la fuerza, alcanzar nuevos niveles de conocimiento y comprensión”.

Su positivismo parece el mismo con el que había escrito la carta que publicó El País. Parece querer seguir trabando con el mismo entusiasmo que Francis Crick, a quien tomó aquella vez como ejemplo. “Cuando le dijeron, a los 85 años, que tenía un cáncer mortal, hizo una breve pausa, miró al techo, y pronunció: ‘Todo lo que tiene un principio tiene que tener un final’, y procedió a seguir pensando en lo que le tenía ocupado antes. Cuando murió, a los 88, seguía completamente entregado a su trabajo más creativo (…) Mi padre, que vivió hasta los 94, dijo muchas veces que sus 80 años habían sido una de las décadas en las que más había disfrutado en su vida. Sentía, como estoy empezando a sentir yo ahora, no un encogimiento, sino una ampliación de la vida y de la perspectiva mental”.

Es posible que todas reflexiones  a las que ahora se ciñe Sacks no sean más que el producto de un trabajo memorable en el que, como neurólogo, ha insistido en darle una mirada positiva a las enfermedades; en encontrar una relación de identidad entre éstas y las personas que las padecen. De hecho, su carisma para convertirlas en extraordinarios relatos radica precisamente en eso: en su habilidad para transformarlas en casos que, pese a sus limitaciones, ven la vida de una manera positiva.

Tal vez, un buen ejemplo de ello es Un antropólogo en Marte, aquel libro que dio a conocer en la década del noventa y recoge seis relatos que no son más que seis casos clínicos contados con una sensibilidad que combina la medicina con las habilidades literarias.

Así, por lo menos, lo dijo en 1997, en uno de los lanzamientos. "Para mí es fundamental la relación que se establece entre enfermedad e identidad y la forma en que la gente reconstruye su mundo y su vida a partir de esa enfermedad. Todos los casos que expongo en este libro han descubierto una vida positiva. A veces la enfermedad nos puede enseñar lo que tiene la vida de valioso y permitirnos vivirla más intensamente”.

Y es, justamente, esa visión de la medicina la que probablemente le ha permitido asumir hoy su muerte con unos ojos muy distintos. “Entiendo la medicina como una combinación de arte y ciencia que sea emocionante para todo el mundo. Hay que estudiar la enfermedad con la sensibilidad de un novelista”, dijo una vez.

El resultado de eso, que es la suma de un disciplinado trabajo, es la última reflexión con la que se despide de todos en el New York Times: “Por encima de todo, he sido un ser sensible, un animal pensante, en este hermoso planeta, que en sí mismo ha sido un enorme privilegio y una aventura”.

Por Redacción Vivir

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