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Aunque los Reyes Magos hacen parte esencial de la Navidad, son personajes misteriosos que mantienen su vida privada alejada de los focos de los paparazzi, raras veces protagonizan escándalos y nunca se les ve en los cocteles de la farándula. No obstante, el equipo investigativo de El Espectador emprendió una búsqueda a lo largo y ancho del planeta para encontrarlos, convencerlos de abandonar su tranquila vida en una paradisíaca isla caribeña y traerlos aquí esta noche para conocer su apasionante historia.
Ellos cuentan que saltaron al estrellato por primera vez cuando San Mateo los presentó en su evangelio (2, 1-12), donde hace un corto relato sobre unos magos de Oriente que acuden a Jerusalén atraídos por el fulgor de una estrella para reverenciar al Rey de los Judíos. El rumor llega a oídos de Herodes, quien los aborda zalameramente para que lo guíen hacia el recién nacido que amenaza su poder. Por suerte, un Ángel los alerta para que huyan por otro lugar y no informen el paradero del Niño Dios al enloquecido rey, quien en represalia ordena la tristemente célebre matanza de los niños menores de dos años. Entre tanto, durante un sueño José es advertido del peligro inminente y huye a Egipto con María y el Niño. San Mateo no especifica cuántos magos eran, pero sí informa que trajeron tres regalos: oro, incienso y mirra.
Si bien parece contradictorio que practicantes de la magia (prohibida tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento) sean admitidos como adoradores de Jesús, hay que aclarar que el término griego magós no era utilizado únicamente para referirse a los hechiceros, sino que en este caso se refiere a “hombres sabios” y, más específicamente, hombres de ciencia. De hecho, sus conocimientos de astronomía les permitieron predecir la trayectoria del cuerpo celeste que los guió hasta el recién nacido.
Durante el Imperio bizantino, la historia fue cobrando fuerza, cuando Elena de Constantinopla, más conocida como Santa Elena, emperatriz romana madre de Constantino, decidió partir hacia Oriente para rescatar las reliquias de los Reyes Magos. Se dice que halló los restos de los tres magos en tres países distintos, las desenterró y las llevó a Constantinopla, donde permanecieron durante tres siglos, hasta que fueron trasladados a la Iglesia de San Eustorgio, en Milán (Italia) por otros quinientos años. Finalmente, en 1164, el emperador Federico I Barbarroja invadió Milán, aprovechó para arrebatar las reliquias como botín de guerra y se las entregó al arzobispo y conde Rainel Van Dassel, canciller imperial, quien las llevó a la Catedral de Colonia, donde reposan hasta hoy en un sarcófago labrado a mano que pesa 350 kilos, el más grande del mundo occidental. Diseñado en forma de basílica en miniatura, con incrustaciones de piedras preciosas, es la obra maestra del arte de los orfebres medievales. Creado en 1220, su majestuosidad y esplendor atrajeron una multitud de peregrinos; al punto que en 1248 los ciudadanos prósperos decidieron construirle un marco adecuado, así que desmantelaron la vieja iglesia y durante 632 años construyeron la que hoy conocemos como Catedral de Colonia, que recibe más de un millón de visitantes al año.
Tertuliano, erudito cartaginés del siglo III, fue el primero que les dio el título de reyes. En el siglo V, el papa León I zanjó la cuestión del número de personajes, concluyendo que siendo tres los regalos, lo lógico es que fueran tres magos. Luego, en el siglo VII, el teólogo inglés Beda el Venerable estableció los nombres que hoy nos son tan familiares: el primero, Melchor, anciano de pelo blanco que llevó oro para el rey; el segundo, Gaspar, joven imberbe, quien obsequió el incienso para el Dios, y el tercero, Baltasar, de cabello negro y barbado, cuyo regalo era mirra para el hombre mortal.
Por todas estas razones, resulta evidente por qué los tres Reyes Magos continúan influyendo profundamente en las celebraciones navideñas de todo el mundo.