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Hasta que la comida nos separe

Los problemas de salud como la obesidad, ligados a una nutrición deficiente, están afectando cada vez más a las poblaciones con niveles socieconómicos bajos.

Lola Galán/Especial de El País
27 de febrero de 2011 - 09:00 p. m.

El nuevo indicador para medir la posición social puede estar en el plato. Nuestra dieta habla más de la clase social a la que pertenecemos que la ropa o el carro que conducimos. El fenómeno es claro en EE.UU., en donde según la revista Newsweek, “la comida es ahora la medida de la división por clases”. Nunca ha habido, sostiene el semanario, una separación social tan clara como la que existe hoy entre la gente que cuida su alimentación, compra productos orgánicos y evita excederse en calorías, y quienes ingieren platos con mucha grasa y no hacen ejercicio. En el primer grupo estarían los profesionales acomodados que viajan y leen, y en el segundo, la gente con menos recursos.

En países latinoamericanos y europeos como España, las estadísticas reflejan un deterioro en la forma de alimentarse y una brecha que se agranda cada vez más entre los que abusan de las carnes, los embutidos, los dulces y la comida hipercalórica, y aquellos que se nutren de forma más equilibrada. “Parece claro que las dietas más sanas están ligadas a grupos mejor situados socialmente”, dice Cecilia Díaz-Méndez, profesora de Sociología de la Alimentación de la U. de Oviedo, España, quien habla de la existencia de dos modelos alimentarios: “El de los productos industriales con azúcares, grasas y sal, y el que incluye frutas frescas y pescados”.

¿Nos ha alejado el desarrollo económico de la comida sana? “Sin duda, era más apropiada la dieta de los años sesenta. La gente ha olvidado que un plato de fríjoles con arroz tiene tantas proteínas como uno de carne, pero menos calorías“, explica Susana del Pozo, directora de análisis de la Fundación Española de Nutrición. Esta pérdida de la virtud alimentaria ha estado unida al despertar de una nueva conciencia gastronómica por parte de quienes tienen mayor nivel socieconómico.

Para el especialista Manuel Gargallo no se trata sólo de una cuestión de nutrición, sino de un cambio en los estilos de vida. “Las sociedades de hoy son de padres trabajadores, con niños que comen en la escuela, que hacen menos ejercicio y son sedentarios”. Para Díaz-Méndez, no hay duda de que se ha producido un deterioro de la alimentación. Pero también de los rituales que la acompañan, y eso incluye los horarios, las formas de comer y de mercar.

“Ha habido además una internacionalización de la comida barata”, concluye Rafael Ansón, presidente de la Real Academia de Gastronomía. “Se impone la llamada fast food, los productos industriales, cuyos sabores son enriquecidos con grasas saturadas y azúcares”. Ansón cree que la solución a este problema es educar el gusto. Por eso intenta convencer a las autoridades educativas de que incluyan esa materia en los currículos escolares. Lo cierto es que a pesar de esfuerzos como el de Ansón, los problemas de salud por cuenta de una mala nutrición se evidencian cada vez más en la población menos favorecida y esa situación exige la atención de los gobiernos. Es necesario revertirla.

 

Por Lola Galán/Especial de El País

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