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Pasaron más de dos años para que el papa Francisco aceptara la renuncia del cardenal Rubén Salazar al Arzobispado de Bogotá y nombrara a alguien en su reemplazo. Se preveía que llegara un obispo de su misma línea apostólica, con una mirada más amplia de la Iglesia y con unas nuevas formas de predicar la fe católica. Los pronósticos no fallaron y el monseñor Luis José Rueda, actual arzobispo de Popayán, fue el elegido. Con 54 años, llega a ser también el primado de Colombia y en sus manos continuará pesando la tarea de la defensa de la vida y de la paz, además de liderar un servicio episcopal que les dé la cara a las víctimas de la pederastia que por muchos años guardaron silencio y ahora, como bien lo dijo él, están destapando las heridas de la organización que a partir del 11 de junio presidirá.
¿Sabía del nombramiento? ¿Cómo lo encontró esa noticia?
El nombramiento es una sorpresa de Dios y de la vida. La noticia se supo oficialmente a través del portal de la Conferencia Episcopal y de la Santa Sede, pero unos días antes, el martes santo, el señor nuncio Luis Mariano Montemayor me había informado de la decisión.
¿Tuvo oportunidad de hablar con el papa Francisco?
He hablado brevemente, y en varias ocasiones, con el santo padre, pero nunca de este nombramiento. Por ahora he conversado con el señor cardenal, nuncio, y mis hermanos obispos de Colombia, que han sido muy fraternos. Le estoy escribiendo una carta muy del alma al papa en nombre mío, de mi familia y la Iglesia.
¿Y qué dialogó con su antecesor?
El señor cardenal es un hombre muy fraterno, con él nos une una amistad profunda. Lo admiro mucho y ha tenido palabras de ánimo, de acogida, de estímulo. Me dice que está dispuesto a hacer un empalme con toda la información necesaria para que yo pueda llegar, conocer y servir mejor al clero, a las religiosas y a todo el pueblo de Bogotá.
¿Considera su elección un deseo del papa por imponer una línea más abierta de la Iglesia en el país?Creo plenamente que la Iglesia católica en Colombia, América Latina y en todas nuestras parroquias rurales y urbanas, está prestando un servicio por el reino de Dios, la evangelización y la buena nueva. El papa Francisco ha hecho una opción por la vida, por servir a la humanidad, por la misericordia, por el amor a la santísima Virgen y por una fraternidad universal, al estilo de Francisco de Asís. Entonces, creo que lo que estamos haciendo es continuar la obra de Jesús y la obra de la Iglesia que encontró en el Concilio Vaticano II, en épocas de Juan XXIII, un soplo del Espíritu Santo renovador, poniéndose en camino con toda la humanidad.
O sea, ¿usted no se ubica en alguna vertiente de la Iglesia, como lo han indicado algunos medios?Los medios tienen la libertad para encasillarlo a uno en cualquiera de los lados. Yo amo a la Iglesia que Jesús fundó, la única Iglesia que continúa sirviendo y creo en lo que Agustín de Hipona decía: “Tú no eres más porque te alaben, ni menos porque te vituperen. Lo que eres, eres”. Y lo que yo soy es simplemente un obrero de Cristo, un colombiano que ama a la Iglesia y a Jesús.
El arzobispado de Bogotá es sede cardenalicia por excelencia, ¿usted será cardenal de Colombia?Creo que no. No todos los arzobispos de Bogotá han sido cardenales ni todos los cardenales que ha tenido Colombia han sido arzobispos de Bogotá. Pienso que es una decisión libre del santo padre y la Iglesia. La Iglesia necesita otros perfiles para ese servicio a nivel universal, y creo que en Colombia los tenemos.
¿Qué retos llega a asumir en el Arzobispado de Bogotá?El primer reto siempre será la santidad, que nosotros podamos vivirla. Además de este reto espiritual tenemos uno particular y permanente que es evangelizar integralmente. Acompañar todas las situaciones de vida, y este contexto del COVID-19 nos pone desafíos en la salud de los más vulnerables, de los más pobres, nos pone a caminar sirviendo para que toda la humanidad y, concretamente, la ciudad se recupere. En eso estamos empeñados todos los obispos y los sacerdotes que estamos extendidos como una red de vida y de evangelio en todos los lugares del país.
Ya que menciona el coronavirus, ¿qué desafíos le impone este a la Iglesia colombiana?Es un gran desafío porque hay muchas personas sufriendo, sin empleo, sin vivienda. En los barrios de Bogotá hay muchas problemáticas, incluso dentro de las familias. Como Iglesia, no solo en Bogotá, sino en todo el país, debemos servir y acompañar para que las familias puedan vivir tranquilamente, para que no haya violencia intrafamiliar, para que haya un anuncio del amor de Dios, para que haya posibilidades de encontrar con rectitud la utilización de los bienes y los servicios, y así las ayudas lleguen a los más desfavorecidos, a los que más sufren la pandemia. Creo que hay un mensaje de esperanza que debemos vivirlo, asumirlo y convertirlo en obras para toda la comunidad.
¿Cómo entregará el Arzobispado de Popayán?Tuve la ocasión de trabajar con mucha alegría con los 150 sacerdotes, religiosas y movimientos apostólicos que sirven en la geografía caucana. Con mis hermanos obispos del suroccidente, Pacífico y con toda la Conferencia Episcopal. Ha sido un servicio en medio de luchas, de dificultades, porque el Cauca está azotado desde hace décadas por el narcotráfico, la guerra, la violencia, la minería ilegal. Hemos compartido con los indígenas, afros, campesinos, católicos y no católicos. Ese camino de fe y esperanza ha sido una experiencia que me ha enseñado muchísimo a ser portador de esperanza en medio de la dificultad y a valorar esa capacidad de resiliencia que tiene el pueblo caucano y colombiano.
Sabemos que usted es un defensor del Acuerdo de Paz, ¿cómo trabajará por la paz desde Bogotá?La capital tiene unas dinámicas distintas, pero todos los habitantes de este país necesitamos reconciliarnos. Y la Iglesia siempre ha aportado en eso su misión, su convicción de que los conflictos humanos y sociales se pueden solucionar, se les pueden encontrar respuestas, siempre que seamos capaces de escucharnos, dialogar y, muy importante, de ponernos en la otra orilla. Debemos ser instrumentos de paz, no solo con unos grupos sino con todos, invitando a todos los actores armados; narcotráfico, paramilitares, a que cambien el camino violento por el camino de vida, a que se dejen amar profundamente, porque una persona que se deja amar respeta la dignidad y la vida, cambia las armas por herramientas de trabajo, por instrumentos de medicina, salud, deporte, educación.
¿Ve oportunidades para que el Gobierno retome el diálogo con el Eln en medio de esta situación?Los colombianos soñamos, anhelamos y esperamos una Colombia donde todos tengamos un lugar de responsabilidad y donde todos aportemos sin destruirnos, así se ha trabajado con otros grupos y se debe seguir trabajando, bien sea en este Gobierno o el que viene. Trazar vías de diálogo y concertación en las regiones con campesinos, ganaderos, academia, medios de comunicación. El COVID-19 nos está enseñando que es necesario unirnos y debemos trabajar por la vida de todos los hombres y mujeres que vivimos en Colombia.
El Gobierno ha manifestado que está casi listo para erradicar cultivos con glifosato durante la cuarentena, ¿cree que esto es oportuno?Hay que erradicar el narcotráfico, la guerra, las mafias, la injusticia, la minería ilegal, la corrupción, el pecado en todas sus formas, pero la erradicación se debe hacer pensando siempre en que los mejores caminos son aquellos que respetan la casa común, la vida de los escenarios donde se viven estos conflictos. Creo en una erradicación y en un cambio que brota desde el corazón de las personas. Después vienen los métodos técnicos, las maneras concertadas para que eso se logre.
La Iglesia suspendió hace poco a unos sacerdotes en Villavicencio por presunta pederastia, ¿usted cómo liderará esta situación tan polémica?La Iglesia, desde los tiempos de San Juan Pablo II, luego con Benedicto XVI y ahora con el papa Francisco, ha reconocido esa gran herida que es la pederastia. Hay que reconocer, pedir perdón y disponerse a sanar a las víctimas, acompañarlas a ellas y a sus familias, de forma espiritual y psicosocialmente. Debemos impulsar y hacer posible una nueva actitud en todos nosotros, excluir todos aquellos que en el clero han utilizado mal su servicio. Tenemos una oportunidad para que, reconociendo nuestro pecado, seamos servidores de la misericordia y poner todo lo que está en el derecho canónico y civil al servicio de la recuperación de ese rostro que ha tenido siempre la Iglesia.