La Faloteca

El Museo Faleológico de Islandia está compuesto por 264 penes de 91 especies de animales. En la temporada turística que recién termina recibió a casi 7.500 visitantes.

Diego Alejandro Alarcón
10 de septiembre de 2008 - 08:49 p. m.

El turismo de Húsavík, una pequeña población islandesa, está creciendo a pasos agigantados. El pueblo, ubicado a casi quinientos kilómetros de la capital, Reikiavik, es descrito por los libros de geografía como una zona de imponentes paisajes y árboles pomposos. Sin embargo, no es su flora ni su fauna lo que en las últimas temporadas vacacionales se ha robado todas las miradas. Es una casa aparentemente convencional por fuera, pero sorpresivamente peculiar por dentro y que, según su dueño, atrae mucho más a las mujeres que a los hombres: el Museo Faleológico de Islandia, también conocido con el nombre de “La Faloteca Islandesa”, o como prefieren llamarlo otros de un lenguaje un poco más castizo, el “Museo del Pipí”.

Quienes entran hallan penes nadando en formol por todas partes. Entre grandes recipientes de cristal y vasos que anteriormente le sirvieron de coraza a una mermelada, hay 264 ejemplares de 91 especies diferentes de mamíferos terrestres y acuáticos que otrora sirvieron para garantizar su descendencia natural.

Aunque en este caso el tamaño es lo de menos y todo se queda en la curiosidad de los visitantes, la variedad de “La Faloteca Islandesa” va de extremo a extremo. El más grande de los ejemplares es el órgano sexual de un cachalote, que con 170 centímetros de largo y 70 kilos de peso (es decir, un pene de la talla de una persona promedio), contrasta con el del hámster, de apenas 2 milímetros de longitud y de escasa envergadura.

Sigurdur Hjartarson es el encargado del museo. Además de ser el creador, este historiador de 67 años es el dueño, director y curador de la exposición. Es él quien se encarga de seguir con el reclutamiento de nuevos penes para la colección. Todo comenzó hace 32 años, cuando uno de sus amigos le regaló un miembro de toro que normalmente era utilizado para la producción de látigos.

Coleccionista empedernido, Hjartarson tuvo la idea de iniciar un registro sin antecedentes y se dedicó a extirpar penes. Muchos los ha cortado con sus propias manos, y otros tantos, han sido entregados por colaboradores que ven en “La Faloteca Islandesa” una simpática forma de contribuir a la ciencia. Todo su material ha sido producto de donaciones. Su dueño dice haber tenido que dar dinero sólo por un pene, el de un elefante sudafricano por el que pagó U$100, algo así como un dólar por cada centímetro de largo.

Dentro del museo también hay campo para el arte. Falos de madera, esculturas metálicas, lámparas con forma de pipí y pisapapeles, pero nada de consoladores ni de juguetes sexuales. “El material de la exposición es para que la gente lo vea, aquí no manejamos ningún tipo de contenido pornográfico”, asegura el propietario.

El éxito de su idea se consolida cada vez más. Desde hace 11 años, cuando creyó tener el material suficiente para abrir su propia faloteca, el número de visitantes crece progresivamente. Este año se registraron cerca de 7.500 personas en tan sólo 3 meses y medio que dura la temporada turística (del 20 de mayo al 10 de septiembre).

Hoy, disfrutando de su primer día de descanso, Hjartarson dice haber visto caminar en su casa de Húsavík a personas de todas partes del mundo, e invita a que todos los interesados se animen a conocerlo el próximo año, ya sea para apreciar la colección o para que los hombres firmen un acta de donación de pene, pues se encuentra trabajando en la recolección de ejemplares de los Homo sapiens. Hasta el momento ya son tres los donantes. ¿Algún otro voluntario?

dalarcon@elespectador.com

Por Diego Alejandro Alarcón

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