La lectura, arte arcano

Tiene la peculiaridad de que no puede ser enseñada, la lectura debe presentarse al aprendiz de modo que pueda descubrir su encanto, pues solo ella misma con sus cualidades puede ser la maestra que lo inicie en sus secretos.

Raúl Garavito Rivera
08 de marzo de 2019 - 09:40 p. m.
Getty Images
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Arte arcano llama Bruno Bettelheim a la lectura, arte secreto que inviste de un poder mágico a quien lo aprende. Esta no es una simple definición literaria, sino un concepto que define con el mayor grado de realidad y profundidad la lectura, y que deben tener claro los educadores, los funcionarios y todos los que desean que el problema de la lectura tenga una solución. El extraordinario poder que adquiere quien se aficiona a la lectura es el de transportarse a voluntad, sin límites en el tiempo y el espacio, a otros mundos, a mundos nuevos y desconocidos.

Este arte arcano tiene la peculiaridad de que no puede ser enseñado, la lectura debe presentarse al aprendiz de modo que pueda descubrir su encanto, ya que solo ella misma con sus cualidades puede ser la maestra que lo inicie en sus secretos.

El lector entra en mundos nuevos por medio de historias o temas que excitan su imaginación, su intelecto y sus emociones, dando satisfacción a necesidades psicológicas primordiales y despertando así su interés. Cuando los individuos disfrutan leyendo textos que responden a sus intereses dan un valor positivo al acto de leer, y ese es el mecanismo psicológico que está en la base de la afición a la lectura.

La lectura académica necesaria para estudiar las diferentes asignaturas en el colegio es una actividad esforzada a la que niños y jóvenes no encuentran relación con sus intereses, por lo cual tienden a valorarla negativamente. Es evidente que en las arduas sesiones de lectura de estudio es difícil, por no decir imposible, que los alumnos descubran las cualidades “visionarias y mágicas” (Bettelheim) de la lectura y lleguen a quedar fascinados por ella.

Esta es una razón de peso para pedir que en los salones de clase haya espacios dedicados a la lectura no académica, y que este tipo de lectura no sea ocasional o poco frecuente sino diaria, aunque en el horario escolar solo se pueda sacar para ella unos cuantos minutos cada día.

De acuerdo con Frank Smith (De cómo la educación apostó al caballo equivocado, 1994), “los docentes interesados en mejorar los resultados en lectura deben garantizar grandes cantidades de actividades de lectura significativa de las del tipo considerado como extras; es decir, que no formen parte de las destinadas al estudio académico de las asignaturas. En el mismo sentido se pronuncia el investigador Kenneth Goodman (Sobre la lectura, 1996): “Las destrezas de lectura solo se desarrollan cuando los estudiantes leen permanentemente textos significativos que tienen sentido y les resultan interesantes”.

Abrir campo a la lectura no académica en las aulas es una innovación de la mayor importancia si se quiere mejorar la educación formando más lectores y fomentando el aprovechamiento de la incalculable riqueza contenida en los libros y otros materiales impresos y en los que hoy se puede tener con los medios tecnológicos.

Ahora bien, hay que entender que, por su misma naturaleza, los colegios son reacios a incluir en el horario escolar actividades no académicas y la solicitud de que permitan a los alumnos disfrutar diariamente leyendo durante unos minutos no puede hacerse por decreto.

Entonces no queda sino convocar a todos los que deben mucho a la lectura y la aman a unir sus voces para solicitar amablemente a rectores, coordinadores académicos y profesores que abran las puertas de las aulas a la lectura no académica, una actividad que recomiendan los más destacados investigadores de la lectura.

 

Psicólogo educativo *

Por Raúl Garavito Rivera

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