La negación planetaria

Al ritmo actual necesitaremos dos planetas en 2030 para mantener nuestro estilo de vida, advirtió el Fondo Mundial de la Naturaleza. Un psiquiatra explica por qué no reaccionamos.

Rafael Hernando Salamanca*
29 de octubre de 2008 - 10:00 p. m.

Pocas alianzas le han causado tanto daño al planeta como la de Henry Ford y Nelson Rockefeller al imponer el automóvil personal como símbolo de estatus y progreso en occidente.

Esta pretensión desatinada ha propiciado que los seres ya no exhalemos el CO2 de nuestros pulmones al respirar y movilizarnos, sino que en vehículos individuales, envenenamos el aire por exhostos que expulsan residuos fósiles quemados.

Significó la perforación sistemática de la corteza terrestre para extraer los cúmulos de carbón. Significó la construcción de un mundo asfaltado cuyo ícono es el automóvil y no el ser humano, y de urbes pobladas no por peatones sino por carros. Ha significado, en suma, la destrucción de la naturaleza, sacrificada al mundo cultural de los objetos.

Enajenada con un ritmo de vida que prometía estadios de bienestar apenas rebasados por la ficción, la humanidad alcanzó en el siglo XX la culminación de la confianza en la tecnociencia, en medio de una fiesta que parecía interminable.

Científicos lúcidos advierten que la fiesta tecnológica terminó y que es hora de recoger a toda prisa la basura y los platos rotos, pues los estragos resultantes son de tal magnitud, que el daño es irreversible. La Tierra está herida. El planeta, enfermo de fiebre por nuestros excesos, quiere deshacerse de la plaga humana.

La psiquiatría y la psicología saben, desde Freud y Nietzsche, que los humanos manejamos el impacto de las malas noticias mediante la negación. Cada vez que nos alcanza la muerte de un ser querido o se nos diagnostica un cáncer, la respuesta es un mecanismo protector de defensa: “No es cierto”. Así el organismo se da un respiro para asimilar algo que lo inundará de dolor. Igual sucede en la psicología colectiva.

Esa negación generalizada permite que la fiesta continúe. ¿Cómo entender, de otra manera, que los candidatos presidenciales de la primera potencia mundial se refieran al tema energético alternativo como aplazable, e insistan en la exploración petrolera ahora en las costas?

La verdad se ha gritado a voces. Los científicos británicos James Lovelock y Martin Rees, químico y astrofísico, respectivamente, albergan pocas dudas sobre la catástrofe ecológica inminente. Los hechos son tozudos. El calentamiento planetario alteró el clima incubando tormentas, sequías y oleadas letales de calor, calcinando la tierra, secando los ríos. Sucede en el presente. De continuar a este ritmo el expolio, y continúa, sólo un puñado de terrícolas, afirman ellos, sobrevivirá a la debacle refugiado en los polos, luego de migraciones, guerras, hambres y epidemias apocalípticas.

Pero la gente no cree. Por penuria e ignorancia masivas y, en quienes están informados, por negación o irresponsabilidad. Hace veinte años en Raleigh (E.U.) tuve el privilegio de escuchar al cosmólogo Carl Sagan cuando disertaba sobre el tema, y con un chasquido de los dedos de su mano derecha, como un director de orquesta, iba marcando cada segundo en que se derribaba un árbol. El hecho es que Sagan ya alertaba del fenómeno y lo explicaba: “Denial” “Denial”. Negación era la razón primordial por la cual el mundo seguía tan campante.

La única manera de despertar es insistir, echando una y otra vez la verdad a la cara como un psicoterapéutico baldado de agua fría. Aún así, la humanidad permanecerá dormida en tanto la tierra arde. Tal vez ni los Ford ni los Rockefeller estén a salvo.

*Psiquiatra. Miembro Asociación Colombiana de Psiquiatría.

Por Rafael Hernando Salamanca*

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