Las lenguas silentes

En Colombia, cinco idiomas están al borde de la extinción. Sin embargo, algunas comunidades han logrado recuperar, contra todos los pronósticos, el legado lingüístico de su pueblo.

El Espectador
24 de marzo de 2011 - 12:10 a. m.

Cada 14 días un anciano fallece en algún lugar remoto del mapa y se lleva consigo las últimas palabras de la lengua de su pueblo, los moribundos susurros de una tribu que habló de una forma durante miles de años. Cada 14 días, una lengua muere y con ella lo hace un poco más el mundo y, de paso, todos nosotros.

A mediados del siglo pasado, la Tierra era habitada por 6.000 o 7.000 lenguas distintas del alemán, francés, inglés, japonés o italiano, moneda común de la mayor destrucción jamás ideada por la humanidad. Se calcula que al finalizar este siglo, más de la mitad de estos idiomas habrán desaparecido para siempre, pues muchos ni siquiera habrán sido grabados.

Suramérica será duramente golpeada por este fenómeno, de acuerdo con el doctor Gregory Anderson (reconocido experto en el tema y coautor de 10 libros al respecto), director del Instituto para las Lenguas Amenazadas. Colombia no será ajena a esta depredadora dinámica, que hoy tiene cinco lenguas al borde de la extinción, con menos de 10 hablantes, según Anderson.

El ritmo al que desaparecen las lenguas del planeta es tal vez uno de los fenómenos de extinción masiva más rápido y eficaz de nuestro tiempo, superando por mucho la destrucción de especies animales y vegetales, de acuerdo con Wade Davis, explorador de la National Geographic Society y autor del libro El Río.

Cuando Mamerto Ríos murió, en 1994, llevaba 30 años sin hablar su lengua, el nonuya. El anciano tenía más de 90 años y pasó un tercio de su vida sin poder hablar la lengua con la que por primera vez describió su mundo. “¿Qué puede ser más solitario que estar sumido en el silencio, ser el último que habla el vehículo en el que viene la sabiduría de sus ancestros?”, se pregunta Davis.

En Colombia hay dos lenguas de origen africano (creole, usada en San Andrés y Providencia, y la hablada por los pobladores de San Basilio de Palenque) y 65 indígenas, además del castellano. En el país hay 20 familias lingüísticas distintas, lo que lo hace uno de los territorios más diversos lingüísticamente en el planeta, según Jon Landaburu, lingüista y creador del programa de protección etnolingüística del Ministerio de Cultura. Esta cifra es mayor que la existente en toda Europa Central, asegura Anderson.

De las lenguas indígenas, 32 tienen menos de mil hablantes y algunas cuentan con un puñado de hablantes pasivos (aquellos que la entienden, pero no la hablan). Según la clasificación hecha por el mismo Anderson, en Colombia hay aproximadamente 20 lenguas en peligro crítico y el doble apenas en peligro. ¿Hay motivo para alarmarse? “Sí”, dice Landaburu.

Las caras de la humanidad

La lengua es mucho más que un herramienta de comunicación. Es, en palabras de Davis, “un vehículo a través del cual el alma particular de cada cultura se hace material”. El único atributo que nos separa de los chimpancés, además de un par extra de genes, es el que nos hace verdaderamente humanos. Un niño que no aprende el idioma de sus padres o abuelos es otro paso hacia el abismo del olvido, el amplio precipicio de la nada como especie. Como dice Landaburu: “La desaparición de una lengua nos impide entender una de las caras de la humanidad”.

No se trata de una nostalgia académica. En muchos lugares y épocas del mundo la historia ha sido registrada y transmitida de forma oral. “Los lenguajes son los archivos de una cultura”, explica Anderson. Estos conocimientos incluyen el poder medicinal de los miles de cientos de plantas que dormitan en las selvas ecuatoriales. Un día era un hongo y, después de Fleming, penicilina.

Los kallawaya, en Perú, son un grupo de curanderos andinos que transmiten su conocimiento herbal y botánico únicamente a través de su lengua, hoy hablada por menos de 100 personas, que existe desde los días del imperio inca. Los cofanes, en la Amazonia, pueden nombrar 17 variedades distintas de ayahuasca y sólo la mezcla correcta de dos de ellas logra la combinación química específica que requiere el chamán; dicen que las plantas se distinguen porque cantan en un tono distinto bajo la luz de la luna llena y, claro, cantan en cofán. ¿Cuánto perderá la raza humana, compañías farmacéuticas incluidas, si estas lenguas mueren?

La mayor diversidad lingüística de Colombia se encuentra en el Amazonas. Según Landaburu, en la región hay entre 400 y 500 idiomas diferentes y algunos de estos grupos están en una situación precaria. De acuerdo con el Instituto para las Lenguas Amenazadas, el área que comprende Ecuador, Colombia, Perú, Brasil y Bolivia es la segunda región más amenazada lingüísticamente (después de Australia) debido a tres factores: gran diversidad, altos niveles de peligro para el desarrollo lingüístico (por ejemplo, que los niños no aprendan el idioma) y poca documentación.

Una lengua muere por diversas razones. La más obvia, tal vez, es la extinción de las comunidades. Es el caso de los tinigua (ver mapa), cuyos hablantes fueron arrasados en La Violencia.

Otro de los indicadores de la muerte de una lengua es que los más jóvenes no la hablen, lo que, a su vez, puede suceder por falta de mayores que la enseñen o porque los niños no quieren aprenderla. Esto último, según Anderson, tiende a suceder por la presión social que los idiomas dominantes tienen sobre los minoritarios, que es de tal magnitud que los hablantes más jóvenes prefieren no comunicarse en su lengua materna y así ésta muere. “El problema real es la actitud social, algo que debe corregirse desde la educación más básica de ser posible. En una época eran otras las lenguas que dominaban al mundo: sumerio, egipcio antiguo. Todas están extintas ahora. Es algo que deberíamos recordar más a menudo”, precisa Anderson.

Ahora, aún hay esperanza. El año pasado fue aprobada la Ley 1381, que establece derechos a los hablantes de lenguas indígenas ante el Estado, por ejemplo, para trámites oficiales, entre otra serie de disposiciones. Aunque la ley está en mora de ser reglamentada, es un paso positivo, según Landaburu, quien explica que se deben incrementar los programas de educación bilingüe e intercultural para defender estas lenguas en la modernidad. Hoy hay 27 emisoras indígenas; este número debe crecer. Asimismo, de acuerdo con el lingüista, es necesario que las universidades formen especialistas en este tema. “Este es un problema que no es sólo de Colombia, sino mundial”, explica. Y, como mundo, hay que preguntarse, en palabras de Davis: “Desde que el hombre hace uso de la agricultura han pasado 10 mil años, desde la Revolución Industrial, 300 años. La humanidad data de hace 600 mil años. No creo que con lo que sabemos ahora podamos enfrentar los desafíos futuros. ¿Queremos vivir en un mundo de aburrimiento monocromático o en uno de diversidad policromática?”. 

Por El Espectador

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