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El lujo de estos días está lejos del que alguna vez se creyó era lujo. Lo que se pensaba era magnífico, ahora es estridente. Lo que llamaron exclusivo, hoy es masivo. Junto con ello se ha dado el nacimiento, ya hace algunos años, de una clase emergente y nuevos millonarios que se pasean por el mundo comprando lo inimaginable.
De entrada, sabemos que no es la riqueza la que da estatus ni la capacidad de vivir buenas experiencias. Tal vez por eso la definición de lujo es relativa, muy personal y no solo atada al dinero. Y si hay algo que diferencia el verdadero lujo, es que es discreto.
Lo anterior no quiere decir que no existan una serie de marcas de productos de “lujo” que desde hace algún tiempo están regresando al trabajo artesanal y con él la oportunidad de crear productos o experiencias realmente únicos.
Son esas marcas al final las que, si logramos descifrar sus códigos, desentrañar su filosofía, descubrir qué hay detrás de ellas, qué significan, por qué son deseadas y cómo crean productos extraordinarios, pueden brindarnos vivencias únicas.
Como industria, la del lujo ligada a las marcas es pocas veces golpeada en épocas de crisis. Según Bain & Co, las ventas superaron el billón de euros en 2015 y crecieron 5 % respecto al año anterior. Para la consultora, el número de consumidores de productos de lujo ha pasado de 90 a 330 millones en algo menos de veinte años. Los cálculos indican que para 2030 alcanzará los 500 millones.
La tendencia va hacia la concentración de grupos grandes a nivel mundial, como LVMH, Puig o Richemont, difíciles de destronar, que se apoyan en consumidores asiáticos. Fortune Character asegura que el 46 % de los productos de lujo son adquiridos por ciudadanos chinos fuera de su país.
América Latina, sin embargo, no se queda atrás. Según Euromonitor, en los últimos dos años este mercado ha crecido en la región cerca de 25 %, la cifra más alta del mundo. Y Colombia se encuentra entre los primeros veinte países con mayor potencial para el desarrollo de esta industria.
Prueba de ello ha sido el aterrizaje de algunas de las compañías de lujo más importantes, como Louis Vuitton, Bulgari, TAG Heuer, Burberry, Tiffany & Co, Ferrari, Longchamp y Furla, entre muchas otras, que se han sentido atraídas para invertir en el mercado local, entre otras cosas gracias al marco arancelario.
Otro de los factores que posiblemente han impulsado el crecimiento del lujo en Colombia ha sido la segmentación de los productos en dos categorías: lujo asequible y lujo absoluto. Una realidad que responde también a ese crecimiento de las clases emergentes y el anhelo que viene con ellas de demostrar un poder adquisitivo del que antes carecían.
Lo cierto es que esta industria crece con rapidez no sólo en países desarrollados, sino en naciones como la nuestra, en donde la búsqueda de la exclusividad tanto de experiencias como de artículos trasnocha cada vez a más personas.
Se estima que el 4 % de los colombianos tiene ingresos anuales superiores a los US$250.000. Una cifra que representa potenciales consumidores y a la que se suman quienes no temen endeudarse por acceder a esos productos de lujo asequibles que los hacen sentir satisfechos consigo mismos y orgullosos de poder darse el gusto.