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Si usted usa expresiones como “me armé de valentía”, “esa profesora es un pozo de sabiduría” o “este proyecto necesita sangre nueva” es porque comparte la visión de mundo de un grupo social y se apoya en metáforas para expresarlo. Sí, metáforas, porque aunque usualmente se crea que ellas son licencias lingüísticas que se les otorgan a los poetas, las metáforas circulan en el habla cotidiana sin distingo de clase o contexto.
Su uso es un hecho natural que impregna el día a día de la comunicación y los espacios en los que se adquieren y reproducen formas de conocer y comportarse. Es así como a los hablantes comunes y corrientes les sirven para expresar su percepción del mundo y su experiencia en él, la cual está marcada por su ubicación en la sociedad, en la cultura y el momento histórico que les correspondió vivir. Por ello, estas metáforas, llamadas conceptuales (Lakoff, 1995), están estrechamente ligadas con la trasmisión de los valores, ideas y conceptos que conforman lo que conocemos como sentido común; que es el menos común de los sentidos, dicen.
En efecto, la elección de una metáfora nunca es fortuita. Por el contrario, su elección nos hace partícipes de un ideario y un sistema axiológico. Así, lo que ocurre es que al optar por relacionar una realidad real con otra imaginaria no lo hacemos tan libremente, sino bajo el eco de muchas voces que hemos escuchado desde temprana edad.
Por ejemplo, cuando en una comunidad tiene peso una metáfora como “el tiempo es dinero”, por la que se concibe el tiempo como un activo monetario, los hablantes la materializan en afirmaciones como “debo ganar tiempo”, “invierto tiempo en…”, “tiene su tiempo hipotecado”, entre muchas otras. En el mismo sentido, si para una sociedad tiene valor una comparación como “la discusión es una guerra”, sus integrantes la expresarán con frases como “debo ganar argumentos” o “defenderé una tesis”, tan usadas en el discurso académico (Lakoff, 1995).
Así pues, las metáforas conceptuales son abstracciones o concreciones de la manera como un grupo determinado se ha apropiado de la realidad, de lo que es valioso o importante para él, resultado de un proceso histórico y social particular. En ellas hay huellas de un conjunto organizado de juicios, de actitudes y de informaciones que reconstruyen el sentido común y por ello se entreveran en los discursos cotidianos con toda naturalidad.
Por lo anterior, antes de seleccionar una expresión es bueno reflexionar un poco sobre la escala de valores de la que se está haciendo partícipe, consciente o inconscientemente, al usarla. ¿Cuál será, por ejemplo, al decir que su tesis de posgrado es lo que “pesa en oro” o que el “dolor” por su último amor “todavía no ha cicatrizado”? Probablemente descubrirá que pone en juego una buena cantidad de conceptos casi tan imperceptibles como potentes en sus implicaciones y que, además, se encuentra usted haciendo parte de un “acuerdo natural” para el cual, en el caso de los ejemplos citados, el conocimiento vale lo que un metal precioso o en el que el desamor es una enfermedad. Es así como vale la pena preguntarse hasta dónde venimos juzgando el mundo no tanto por lo que pensamos como individuos sino por lo que la mayoría de las personas consi deran cierto.