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En un pueblo de China llamado Loshui, un lugar que parece estar más cerca del cielo que del suelo –a más de 2,000 metros de altura–, existe una de las últimas sociedades matriarcales del mundo. Una comunidad gobernada por mujeres que prefieren estar siempre enamoradas y nunca casadas. Si consideramos que en China, a las mujeres solteras y mayores de 28 años las llaman "shengnu" –mujer sobrante, en mandarín–, la comunidad Mosuo es una rareza. Una utopía que sobrevive a un sistema que no esconde su predilección por los hombres.
El periodista argentino Ricardo Coler, autor de El reino de las mujeres (Temas de Hoy, 2005), pudo comprobarlo con sus propios ojos. Allí solo las mujeres hablan con tono imperativo, y solo ellas avivan el brasero que calienta el hogar. Un hogar sin padres ni maridos. Donde la madre lleva las riendas y comparte techo con todos sus hermanos, sus hijos y los hijos de sus hijas. Por considerarlos minoría étnica, el gobierno chino les permite tener hasta tres hijos.
Sus hogares tienen un patio central bordeado por casitas de colores que son como las ramificaciones de un árbol centenario. Cuando cumplen la mayoría de edad (trece años), las mujeres Mosuo reciben la llave de su habitación privada. Un espacio en la hacienda familiar que les proporciona intimidad y la libertad de poder acoger a los amantes con los que desean compartir sus noches. No se casan, practican el “matrimonio andante”: ellas reciben la visita –siempre nocturna– del enamorado con el que pautan una cita previa. Permanecerán juntos mientras les dure el amor: siete días, tres años, una noche. Cuando el amor se acaba, se despiden sin más, sin instalarse demasiado tiempo en la tristeza. Sin anulación de acuerdos, sin separación de bienes ni custodias compartidas. Ellas crían a sus hijos. Ellas son las dueñas de los animales y de las tierras que trabajan. Ellas heredan y administran las propiedades y la economía familiar. Ellas deciden.
Amasar fortuna y acumular bienes carece de sentido para las mujeres Mosuo. En su escala de valores nada es más importante que la familia, el amor y la amistad. Ellos también tienen responsabilidades. La compra y venta de animales y la adquisición de nuevos terrenos son algunas de las decisiones que las matriarcas delegan en los hombres. La sociedad Mosuo rechaza cualquier manifestación de violencia en el espacio público o privado. Lo consideran una deshonra para la familia y la comunidad.
Coler le preguntó a una matriarca cómo se repartían las tareas domésticas. “No se dividen –contestó ella–, las mujeres tenemos a nuestro cargo toda la labor. Preferimos que sea así, de esa manera se hacen mejor y más rápido”. Para las tareas más severas, como construir una casa o cargar troncos y bolsas de cemento, ellas contratan mano de obra masculina. Ellos entregan todo el dinero que ganan a sus madres.
Durante el mandato de Mao Tse-Tung, los hombres Mosuo tuvieron la oportunidad de hacerse con los títulos de las tierras. Ningún hombre aceptó el ofrecimiento. El régimen lo intentó en varias ocasiones y de diferentes maneras, con mano dura y mucha presión, pero jamás consiguieron arraigar el patriarcado a la cultura Mosuo.
Son mujeres de carácter fuerte, enérgicas y laboriosas, “capaces de andar kilómetros con un cesto de leña que las dobla en tamaño sobre las espaldas”. Coquetas, celosas de su capacidad de seducción y eternamente misteriosas. “¿Qué es lo que te enamora de una mujer?”, le preguntó Coler a un hombre de la comunidad Mosuo. Él respondió: “Si supiera qué es lo que me enamora, entonces no estaría enamorado”.
sorayda.peguero@gmail.com