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Mujeres adictas a las relaciones

¿Puede el amor considerarse una adicción como el alcoholismo? Un grupo de colombianas así lo cree.

Redacción Vivir
28 de agosto de 2008 - 09:43 a. m.

En un segundo piso de un edificio de consultorios en el barrio Chapinero, en Bogotá, semana tras semana se da cita un grupo de mujeres que se declaran adictas a las relaciones. Han llegado puntuales y tras un breve saludo, ocupan las sillas dispuestas en torno a un escritorio. Son mujeres de diferentes edades, estratos sociales y con ocupaciones diversas.

La sesión comienza con una Oración a la Sinceridad. Todas se ponen de pie y se toman de las manos. Entre las 13 mujeres, una de ellas es novata y sigue el ritual con timidez. María, quien conduce la sesión, enumera rápidamente algunas de las reglas que las guían: evitamos dar consejos, evitamos hablar de “él”, nos concentramos en nosotras, lo que se hable aquí se queda aquí...

La metodología es sencilla. Luego del breve protocolo, y durante dos horas, se alternarán la palabra para que la que quiera pase al frente del grupo y se desahogue. Basta con alzar la mano para reclamar el derecho a sentarse en la Silla de la Sinceridad.

Adictas Anónimas a las Relaciones nació hace trece años. Tres mujeres que asistían en aquella época a un grupo de alcohólicos anónimos comenzaron a interesarse por los planteamientos de la psicóloga norteamericana Robin Norwood, quien en 1985 había publicado un best seller titulado “Las mujeres que aman demasiado”. Para ellas, el alcoholismo era tan sólo el último escalón de una vida que sentían poco gratificante luego de sufrir una decepción amorosa.

Se enteraron de que en Estados Unidos surgieron grupos de mujeres que adaptando el modelo de Alcohólicos Anónimos, superaban lo que consideraban la adicción a una relación. Aunque sólo una de estas fundadoras sigue en Colombia, el grupo desde entonces comenzó a crecer. Adictas Anónimas a las Relaciones agrupa a unas 100 mujeres en Barranquilla, Armenia y Bogotá.

Amor y adicción

Pero, ¿puede el amor llegar a considerarse una adicción como el alcoholismo? ¿Es sensato que alguien se declare adicto a otra persona? ¿Dónde termina el amor y dónde comienza realmente un comportamiento anormal? Para las mujeres que hacen parte de este grupo, no hay duda en que el amor puede tomar el rostro de una adicción. Para una de ellas, “es como una borrachera en seco. Podemos llegar a realizar los mismos actos de locura de un borracho pero sin una gota de alcohol”.

La idea de asociar el amor a una adicción, en el caso de la psicóloga Norwood, surgió luego de trabajar largos años con pacientes alcohólicos. Esa experiencia hizo que comenzara a interesarse por las mujeres casadas con hombres alcohólicos. Descubrió que la mayoría de ellas, conocidas como co-alcohólicas, provenían de hogares con problemas severos en los que habían experimentado sufrimientos mayores que los comunes: “Al luchar por salir adelante con sus compañeros adictos, estas mujeres inconscientemente recreaban y revivían aspectos negativos de su niñez”. Norwood creyó que el fenómeno podía estar replicándose en muchas más.


“Adicción es una palabra que asusta”. Evoca imágenes de consumidores de heroína que se clavan agujas en los brazos. No nos agrada la palabra y no deseamos aplicar el concepto a nuestra forma de relacionarnos. Pero muchas de nosotras hemos sido adictas a los hombres, y al igual que cualquier otro adicto, necesitamos admitir la seriedad del problema”, escribió Norwood.

En 2005, neurólogos de la Universidad de Nueva York compararon el enamoramiento con una adicción. Luego de estudiar la actividad cerebral de un grupo de mujeres y hombres que se declararon intensamente enamorados, encontraron algunos puntos en común con los cerebros de los adictos. Arthur Aron, codirector de la investigación observó en aquel momento que “todos nuestros voluntarios mostraron una actividad intensa en las regiones de motivación y recompensa del cerebro”. Las mismas que se activan en las adicciones y en las que se registran intensas descargas de dopamina, un neurotransmisor cerebral.

Pero estos hallazgos no justifican el uso de la palabra adicción en el terreno amoroso. Alberto Fergusson, psiquiatra psicoanalista, es cauto a la hora de utilizar el término: “Pienso que no hay ninguna necesidad de que adopten una palabra que tiene tantas connotaciones patológicas. No me parece que tengan que darle un sentido peyorativo a las características particulares que puedan tener en las relaciones”.

El sábado pasado, Fergusson fue invitado por el Instituto Pensar de la U. Javeriana y las Adictas Anónimas a las Relaciones para exponer su punto de vista. Su recomendación para las mujeres que se han declarado adictas a las relaciones, es que se liberen de las relaciones que las maltratan pero que no cambien de cárcel. “En esas características que ustedes combaten están seguramente sus mayores debilidades, pero no dudaría que también están contenidas las mayores fortalezas de sus personalidades”, comentó Fergusson.

Ya lo había advertido Friedrich Nietzsche: En el amor siempre hay algo de locura, mas en la locura siempre hay algo de razón.

Más información en Adictas Anónimas a las Relaciones: 3153746.

Algo más fuerte me halaba

Desde pequeña yo le rogaba a un ser superior para que me diera un hombre bueno y el deseo se me cumplió al casarme con un sujeto maravilloso. Pero cuando entré a estudiar conocí a otra persona por la que tuve una atracción muy grande. Era distante, frío, pero a mí me parecía encantador e irresistible. Yo era consciente de que debía estar con el anterior pero algo más fuerte me halaba hacia este otro. Un sujeto de un temperamento tan variable que cuando se ponía de mal genio yo pensaba “algo hice mal”.

Cuando leí el libro Las mujeres que aman demasiado me identifiqué con muchas de las historias. Entendí que para mí era más importante lo que hacía la otra persona. Tanto así, que cuando él no me llamaba, yo sentía que me moría. Al ingresar al grupo esperaba con ansias que se me quitara el dolor. No supe en qué momento ese hombre dejó de ser un poder superior para mí y empecé a pensar en Dios. A partir de ese instante, sentí que podía existir por mí misma y no bajo el dominio de otro.


Me gustan los depresivos

Estuve tan enferma que cuando mi madre se iba a trabajar, me quedaba en mi casa sin hacer nada. Estaba en un estado tan depresivo, que hasta pensé en el suicidio. Era una vida ingobernable. En algún momento ya no pude ocultarle mi estado. Empecé tratamientos con psicólogos y psiquiatras. Nada funcionó.

Lo único que me paraba de la cama eran las relaciones conflictivas. Mi ánimo cambiaba, hacía deporte, estudiaba. Pero cuando las mariposas en el estómago desaparecían, buscaba a otro hombre. Cuando leí el libro de Robin Norwood me di cuenta de que buscaba sujetos con los que me sentía su protectora. Mi primera pareja, fue un hombre drogadicto. No puedo afirmar que los conflictos de la infancia uno los lleva a la adultez, es demasiada coincidencia que todos esos hombres se parezcan a mi padre, un drogadicto con tendencias psiquiátricas que nos abandonó. Los hombres depresivos me son irresistibles.

Adicta al correo

Por varios años estuve con una persona casada. Pero me di cuenta de mi adicción gracias a la última relación que tuve con un hombre que vive en otro país. Con las primeras llamadas y correos sentía todo el tiempo adrenalina y me consideraba feliz, tanto así, que me sabía de memoria cada una de las cartas que me enviaba. Con el tiempo era yo la que llamaba y escribía sin recibir contestación alguna y, en cambio, sentía un dolor profundo.

Ya no hablo con él. Ya no quiero volver a sentir el dolor que me embarga cada vez que no me responde un correo. Pero hace poco, cuando ya me creía recuperada, lo llamé prometiéndome que tan sólo hablaría 20 minutos. Finalmente, estuve unas seis horas en el teléfono. Tenía pánico de colgar.

Para mí es claro que suelo prolongar la despedida con los hombres, porque no quiero experimentar el dolor y el vacío que siento cuando se van. Quisiera que siempre estén conmigo.

Mi último intento desesperado de llamar su atención fue inventarle que tengo un tumor maligno. Para que la mentira fuera verídica, busqué por internet los síntomas de la enfermedad, de tal forma que pudiera describirlos detalladamente. Le escribí pero no me ha respondido. Es decir, me muero, me entierran y el desgraciado no sabe nada de mí. He pensado: “¿si yo me llegara a morir, quién podría decirme si al fin me contestó?”.

Guía para examinar su relación

María Cecilia Betancur, psicoterapeuta y consultora de empresas en el campo del crecimiento humano, lanzó este mes un nuevo libro titulado Cuando se quiere de veras (Editorial Norma).

Asegura la psicóloga que se trata de una guía para que las personas echen una mirada al interior de su experiencia actual de pareja y evalúen qué tan satisfactoria la encuentran. “Si usted y su pareja ya tienen un buen recorrido juntos, pueden analizar su vida y darse cuenta, con alto grado de certeza, del futuro que les espera. Lo más importante de todo este trabajo es que usted pueda conocer los rasgos del amor auténtico, es decir, las manifestaciones del amor que caracterizan a las parejas felices”, explica en la introducción.

En el libro se hace un recorrido por conceptos como la idealización del amor y el amor romántico que surgió en el siglo XIX, para más adelante plantear los principios que deben sustentar una relación sólida en la vida moderna. Los lectores encontrarán también tests, recomendaciones literarias y cinematográficas, así como consejos y orientaciones. Se trata de un texto escrito en un lenguaje ameno y sencillo.

Por Redacción Vivir

 

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