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Pajarero de sonidos

Mauricio Álvarez  ha dedicado su vida a grabar e identificar el canto de las aves.

Lucía Camargo Rojas
31 de julio de 2008 - 06:07 a. m.

Desde que era un niño Mauricio Álvarez supo que iba a estudiar algo que tuviera que ver con los animales. Era aficionado al programa Naturalia y a leer la colección de la revista National Geographic de su abuelo.  Por eso entró a estudiar biología a la Universidad de los Andes. En segundo semestre, gracias a una salida de campo, se dio cuenta de que quería que su profesión estuviera encaminada al estudio de las aves. Lo que más le atrajo fue su color y lo llamativo de sus alas.

Sin embargo, con los años y luego de haber trabajado con Martin Kelsey, un inglés que grababa el sonido de los pájaros y que con sólo oírlo sabía identificar de qué especie se trataba, se enamoró de su canto. Se obsesionó tanto con el tema que comenzó a grabar los ruidos de las aves, a clasificarlos y ponerles nombres. Recién graduado, continuó trabajando con la Universidad de los Andes, en la Macarena, durante cuatro años y siguió registrando los cantos de estos animales, hasta que se dio cuenta de que tenía suficiente información como para montar un banco de sonidos.

En 1995 fue contratado por el Instituto Humboldt para manejar las colecciones biológicas y, posteriormente, se le presentó la oportunidad de materializar finalmente su gran proyecto y fundar el banco de sonidos.

La  huella digital de las aves

Las aves son animales escurridizos para aquellos que, como Álvarez, se dedican a investigarlas. Irónicamente, para poderlas ver y mantenerlas quietas, habría que talar todos los bosques. Por eso, una forma determinante para estudiarlas es a través de su canto, el cual permite descubrir y comprender su mundo y su lenguaje.

Hay que afinar el oído para poder reconocer qué sonidos son señales de alarma, con cuáles se marca el territorio, se corteja o se mendiga alimento. Además, a través del sonido de los pájaros se puede identificar especies que físicamente son idénticas, pero que al comparar, por ejemplo, con un examen molecular, son diferentes. Por eso, para Álvarez, el canto es la huella digital de las aves.

Tener grabaciones del sonido de los pájaros, además, contribuye a hacer inventarios rápidos en las regiones, a conocer cómo era el ecosistema de un lugar que ya se ha transformado, a reconocer las diferentes especies de seres vivos que allí habitan e incluso se convierte en un mecanismo para relajarse y entrar en contacto con la naturaleza.

“Es una maravilla cuando, ya después de que uno tiene experiencia, camina por un bosque y puede identificar el 80% de los sonidos que escucha. Uno sabe que ahí hay un tucán o que llegó un pájaro carpintero. Uno tiene la película completa de qué es lo que está pasando a su alrededor”, dice con emoción Álvarez.

El banco de sonidos hace parte de un proyecto napoleónico: el Inventario Nacional de Biodiversidad, que consiste en catalogar las aves, insectos, plantas y peces del territorio colombiano. Un esfuerzo académico de distintas ONG y universidades.

Esa gran investigación tiene como objetivo dar a conocer la magnífica diversidad de nuestro país, para que cada colombiano se apropie de ella y se concientice de que su labor es protegerla.

 Además de ser un enamorado de las aves, Álvarez se preocupa por fomentar la importancia de este estudio, pues considera que no se debe restringir a un ámbito netamente académico. “Los colombianos deben conocer la importancia del entorno ambiental que los rodea. Sólo de esta forma podrán valorar la naturaleza de nuestro país y trabajar para preservarla”, concluye.

lcamargo@elespectador.com

Por Lucía Camargo Rojas

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