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Pensando la red

La llamada Ley Lleras ya pasó su primer debate en el Congreso. Esta modificación a los derechos de autor en la red, según los críticos de la iniciativa, podría afectar la libertad de expresión, entre otras cosas.

Santiago La Rotta
27 de junio de 2011 - 02:00 a. m.

En poco más de dos meses la llamada Ley Lleras fue presentada y aprobada en primer debate en el Congreso. Contrario a lo que se podría esperar, después de los pronunciamientos del Gobierno (en cabeza del ministro del Interior y de Justicia) acerca de una amplia discusión y debate de la iniciativa, ésta sigue siendo duramente cuestionada por todos los sectores que no reciben ni regalías por explotación de obras ni un salario oficial.

La Ley Lleras, en el sentir de las partes que no están agrupadas en una sociedad de gestión colectiva, sigue adoleciendo de lo mismo y eso es porque representa una sola visión: la de los autores.

En resumidas cuentas, el proyecto establece los mecanismos para que un autor que sienta que sus derechos han sido vulnerados logre descolgar de internet el material presuntamente infractor. ¿Quién decide qué viola el derecho de autor en estos casos? No un juez, sino una empresa prestadora del servicio de internet (ISP, por su sigla en inglés). Contrario al resto del ordenamiento jurídico del país, el conflicto sobre el derecho de autor en internet lo resuelve no una instancia judicial, sino un ente privado constituido para prestar un servicio de telecomunicaciones.

Los críticos de la iniciativa aseguran que este camino, la evasión del juez (al menos en primera instancia), conduce peligrosamente a la negación de derechos fundamentales, como la libertad de expresión, sin siquiera hablar del acceso a la información y a la educación.

Hace apenas un par de semanas Mattel, el fabricante de Barbie, logró que Facebook retirara de su plataforma publicidad hecha por Greenpeace acerca de deforestación vía infracción al derecho de autor. La campaña de la ONG mostraba a Ken diciéndole a Barbie: “Esto se acabó. Yo no salgo con mujeres a las que les guste la deforestación”; la denuncia de la organización ambiental es que los empaques de la popular muñeca están hechos con pulpa extraída del bosque tropical amenazado en Indonesia. Entonces, ¿la molestia de Mattel realmente era por infringir derechos de autor al utilizar la imagen de Barbie? La multinacional igual logró su cometido al frenar la difusión del material en Facebook.

La guerra por los derechos de autor en internet es un conflicto que sobrepasa lo que su nombre indica y se ha convertido en el frente de batalla entre la libertad y la industria. Y, claro, como en toda guerra, lo primero que murió fue la razón, el argumento y el diálogo.

Hoy en día buena parte de los que defienden un uso de internet más racional y abierto son tildados de piratas y delincuentes, al menos en el ojo público de la tormenta. Pero la verdad es que quienes critican las iniciativas para reformular el escenario de la propiedad intelectual son académicos, abogados, autores y usuarios que podrán tener una multa de tránsito, pero no una condena penal. Paradójicamente, aquellos que critican proyectos como la Ley Lleras no abogan por matar el medio de subsistencia de los autores, sino por equilibrar un modelo de negocio con las necesidades de expresión, educación y formación del conocimiento de todos los demás que se conectan al cable.

Nunca antes la humanidad había tenido un medio de tal magnitud, que tomara el verbo compartir y lo convirtiera en una operación de segundos a través de miles de kilómetros de distancia. Lo que ha pasado desde la invención de la red es una transformación tecnológica, una revolución de electrodomésticos que terminó por cambiar la forma en la que se produce y se consume la información, la cultura y la vida. Lo que no cambió al mismo tiempo fue la forma de realizar el negocio. Si este fuera aquel cuento famoso, la cosa sería más o menos así: “Cuando la industria despertó, la música seguía ahí… pero el cd no”.

Blas Garzón es historiador de la Universidad Complutense de Madrid, España, y miembro del colectivo Traficantes de Sueños, una editorial que distribuye sus libros gratuitamente en la red y aun así logra vender ediciones físicas de los mismos contenidos; de esas de papel por las que hay que pagar. “Estamos en esa batalla, en la que la industria tiene que reconvertirse. Sin embargo, siempre pongo el mismo ejemplo. Hace años, sobre todo en zonas apartadas, había una persona cuyo oficio era vender barras de hielo para poder conservar los alimentos. Cuando se hace accesible la tecnología del refrigerador, ese vendedor de hielo no interpone una demanda frente a la institución que desarrolla la tecnología”.

La discusión acerca de qué modelo de internet quiere cada país está amarrada en algunos casos a presiones comerciales de superpotencias, como en el caso de Chile y Colombia. En unos episodios son los autores quienes redactan la ley que se ciñe a sus intereses, de la mano de unos senadores amigos, como en México. En otros, un ministro cantante o un autor sueña y redacta un proyecto que genera consenso y debate, intercambio de ideas; es el caso de Brasil.

Lo que demuestran estas tres experiencias es que el apocalipsis no está a la vuelta de la esquina y que la discusión suele llevar a mejores resultados y que en todo lugar sigue habiendo gente creativa, audiencias y mercados, artistas y fanáticos.
 

Por Santiago La Rotta

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