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Llegará el día en el que queramos que las noticias parezcan surgidas de un periodista, con sus ritmos y sus palabras y sus tonos y sus verdades y sus mentiras, también, de su decisión, y no de una máquina que le dicte qué escribir, dónde poner las palabras que más venden, de qué extensión hacer los párrafos, por dónde comenzar la noticia y en qué lugar hacer un giro que llame la atención del lector, y llegará el día en el que queramos que haya lectores que elijan un texto porque se identificaron con él, porque les recordó una película, porque era distinto a los demás, porque no entendió bien el título, porque estuvo escrita con todas las palabra y todos los artículos, o sencillamente, porque era una historia de un ser anodino, humano por ser anodino, una historia que no buscaba incendiar, ni generar odios, ni apelar a las más bajas pasiones de los lectores.
Llegará el día, sí, en el que querremos que nos cuenten una historia, aunque solo sea una historia de un personaje sin las ínfulas de quien quiere decirle al mundo que hizo algo por el mundo, sin la falsa humildad de aquellos que juegan a ser humildes porque en realidad desprecian a todo el que les habla, un personaje que sepa que es valioso más allá de su producción y sus estadísticas, que crea que lo que va a quedar de él serán sus palabras, y ese día, seguro esa historia será la más valiosa de todas las historias, como la llamada de un humano o la camiseta cosida con dedal.
Llegará el día, en fin, y por fin, en el que queramos guardar en un armario todos nuestras laptops, tabletas y celulares y cámaras y lo que los reemplace, y decidamos reiniciarnos.