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Tres crisis que debe enfrentar Colombia, según el exministro Mauricio Cárdenas

Fragmento del libro “Cómo avanza Colombia. Una nación en busca del progreso. Lecciones para enfrentar los retos del presente y del futuro” (sello editorial Aguilar).

Mauricio Cárdenas Santamaría * / Especial para El Espectador
13 de septiembre de 2021 - 05:15 p. m.
Mauricio Cardenas fue ministro de Hacienda y también de Minas y Energía, así como director de Planeación Nacional y del centro de investigación económica Fedesarrollo. / Archivo
Mauricio Cardenas fue ministro de Hacienda y también de Minas y Energía, así como director de Planeación Nacional y del centro de investigación económica Fedesarrollo. / Archivo

PANDEMIA, CRISIS CLIMÁTICA Y NARCOTRÁFICO: LOS RETOS DEL AQUÍ Y EL AHORA

Llegados a este punto, ya sabemos que los países progresan cuando son capaces de aprender de sus propios fracasos. También es cierto que detrás de toda historia de éxito hay acuerdos institucionales sólidos, que tienen la particularidad de ser duraderos —más allá de las personas e individuos que los impulsan— y, sobre todo, flexibles. Las buenas políticas deben tener la capacidad de adaptarse a circunstancias y necesidades siempre cambiantes, y no anclarse en el pasado. En otras palabras, deben lograr un delicado balance entre estabilidad y adaptabilidad. (Recomendamos: El repunte de la economía colombiana en el segundo trimestre de 2021).

Aprender de los errores y construir buenos arreglos institucionales es lo que debemos tener en cuenta para resolver las múltiples crisis que enfrenta un país como Colombia. A la pandemia por COVID-19 y las secuelas que dejará en términos de pobreza, desempleo, cierre de negocios, entre muchos otros aspectos, debemos sumarle la crisis climática, no solo por los devastadores efectos futuros que puede tener, sino porque ya es parte de nuestra realidad en el presente. (Más: El editor de Negocios de El Espectador analiza lo que viene en economía en el último año del gobierno de Iván Duque).

Colombia es un país particularmente vulnerable; así lo evidencian las noticias sobre desastres cada vez menos ‘naturales’, y cada vez más causados por la especie humana. Pero tal vez nuestro problema más intricado —también con orígenes y repercusiones globales— es el binomio entre narcotráfico e inseguridad. Hemos hecho mucho para tratar de resolverlo, pero, décadas después de haber tomado conciencia sobre el daño que nos produce —y de pagar un alto precio en muertes, estabilidad institucional y progreso—, todo indica que más que resolverse se ha agravado.

El narcotráfico no es un problema originado por Colombia: más bien, nuestro país es el que sufre sus nefastas consecuencias. Por ello, hemos reiterado —sin mayor impacto práctico— que este es un problema donde existen “corresponsabilidades” —una afirmación de por sí bastante generosa frente a los países consumidores—. Los campesinos que no tienen otra opción distinta de sembrar unas matas de coca para poder comer —el eslabón más débil de la cadena— no son los causantes de esta crisis.

A pesar de que se trata de un fenómeno global, no deja de ser cierto que seremos los más perjudicados si nos quedamos cruzados de brazos esperando a que el mundo actúe. Lo paradójico es que no tenemos muchas opciones. Una regularización unilateral, como algunos proponen, nos dejaría expuestos a múltiples sanciones y al aislamiento por parte de la comunidad internacional. En síntesis, Colombia vive varias crisis, no una sola.

La pandemia por el COVID-19 dejará secuelas que tendremos que enfrentar por años, mientras que la crisis climática pondrá en jaque nuestra propia supervivencia como especie. Y, natural mente, el narcotráfico —con el consiguiente aumento de otros fenómenos delincuenciales—, que ha sido un enorme obstáculo para nuestro desarrollo. De hecho, uno de sus efectos colaterales —el evidente deterioro de la seguridad ciudadana— es hoy la principal preocupación de los colombianos —por encima, incluso, de la salud—.

Estos tres problemas tienen algo en común: son globales, pero sus manifestaciones son eminentemente locales. Pandemias, calentamiento global y narcotráfico son arquetipos de ‘males globales’ que no respetan los límites nacionales y, por lo tanto, requieren una respuesta articulada que trascienda fronteras. Como lo señala António Guterres, secretario general de la ONU: “Para superar las fragilidades y retos de hoy, necesitamos más cooperación internacional —no menos—; instituciones multilaterales fortalecidas —no una retirada de ellas—; mejor gobernanza global —no una libertad caótica para todos—”.

Añadiría que, aunque se trata de fenómenos globales, la batalla la ganaremos —o la perderemos— en las trincheras locales. No hay duda de que hemos avanzado en la solución de muchos problemas, y este libro es una expresión de ello. Teniendo esto en cuenta, ¿cómo construir sobre los logros alcanzados para resolver estos problemas pendientes tan complejos? ¿Cómo aprender de nuestra propia historia —de nuestros éxitos y fracasos— para no dar marcha atrás y, sobre todo, enfrentar con éxito los retos que tenemos por delante?

* * *

Hacer frente a las tres crisis —la pandemia, el clima y el narcotráfico—, más que un ideal, es un imperativo. Como demostró la pandemia, deshicimos en un año avances que nos habían tomado décadas. Si no nos ocupamos de problemas como la ocurrencia de fenómenos climáticos extremos o conflictos que obligan a millones más a desplazarse, puede ocurrir lo mismo.

La pandemia puede ser un momento propicio para lograr compromisos y proponer acciones concretas que nos permitan impulsar una nueva ola de progreso. Guardadas las proporciones, después de la Segunda Guerra Mundial las cosas cambiaron. Se crearon las Naciones Unidas, se lanzó el Plan Marshall para la reconstrucción de Europa y Japón, y surgieron las instituciones financieras internacionales de Bretton Woods, como el FMI y el Banco Mundial.

Poco después entró en escena la OCDE para aumentar los niveles de cooperación e intercambio de buenas prácticas entre los países. Todo esto ha servido para lograr décadas de paz y prosperidad, como nunca antes en nuestra historia. De las cenizas de la guerra surgió un mundo con mejores instituciones.

¿Cómo lograr que la pandemia del COVID-19 constituya un momento parecido? ¿Cómo aprovechar esta oportunidad para construir un arreglo institucional que les dé a los países en desarrollo un acceso adecuado a vacunas y tratamientos que hoy son un privilegio de las potencias? La estrategia del “sálvese quien pueda” es equivocada y no resuelve nada: mientras no estemos todos a salvo nadie estará a salvo —ni de las consecuencias de la pandemia, ni de la crisis climática; tampoco de los perversos efectos del narcotráfico—.

Siempre se ha dicho que se aprende más de los fracasos que de los éxitos, y en este libro hemos mostrado cómo eso es particularmente cierto en el caso de Colombia. Otro fracaso del cual la humanidad aprendió mucho fue el desastre en la central nuclear de Chernóbil, en Ucrania, en 1986. Este lamentable accidente marcó un antes y un después en el mundo de la energía nuclear. La necesidad de establecer protocolos y tratados internacionales para el cuidado y monitoreo de las centrales, así como las obligaciones para compartir información, y las inspecciones externas cambiaron esta actividad para siempre.

Un nuevo tratado internacional para enfrentar las emergencias sanitarias —que le dé más herramientas a la Organización Mundial de la Salud (OMS)— fue exactamente lo que propuso un grupo de jefes de Estado en marzo de 2021. También llegó el momento para que el mundo se replantee la manera de enfrentar el problema del narcotráfico.

De cómo avancemos en este momento depende no solo nuestro propio bienestar, sino el de las próximas generaciones. Debemos resolver viejos problemas y, además, prepararnos mejor para afrontar futuras crisis —que las habrá, y probablemente más agudas que la que experimentamos en 2020—.

Debemos jugar un papel más activo en los escenarios internacionales, reconociendo que la agenda de temas relevantes para Colombia será cada día más interdependiente con el resto del mundo. No podemos enterrar la cabeza como el avestruz ni ser sumisos a las ‘soluciones’ que les convienen a otros, pero no a nosotros. Con ese criterio, analizaremos cada una de las tres crisis, entendidas como problemas globales pero frente a los cuales debemos tener claro cuáles son las soluciones que nos sirven a nosotros y al resto del planeta.

* Se publica por cortesía de Penguin Random House Grupo Editorial, sello Aguilar.

Por Mauricio Cárdenas Santamaría * / Especial para El Espectador

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Pathos(78770)14 de septiembre de 2021 - 07:54 p. m.
Un postura aterrizada q supera el atavismo judeo cristiano de la culpa y de mirar para atrás. Es habitual en los medios y la opinión publica colombiana,culpar a otros de todo y por todo para evadir la autocrítica.Es muy saludable proponer la lección a partir de los errores, pero también sucede q nadie reconoce su error y eso pasa con la salida fácil de culpar a otro.Si es urgente q se trabaje en lalegalzaciondeladroga
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