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Un aeropuerto es una ciudad: una verdadera polis

El Espectador, en alianza con el Aeropuerto Internacional El Dorado, publica hoy la columna del filósofo Andrés Mejía, bajo el lema ¿Cómo se imagina el aeropuerto después de esto?

Andrés Mejía*
24 de junio de 2020 - 02:00 p. m.
Un aeropuerto es una ciudad: una verdadera polis
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Nunca nos damos cuenta de eso, tal vez porque siempre que vamos al aeropuerto lo hacemos en medio del afán y del estrés. Pero si nos detuviéramos a observar, veríamos que no estamos simplemente en un edificio sino en un gran sistema dinámico, lleno de múltiples interacciones simultáneas. Un gran sistema dinámico que se mueve: con las horas sube y baja en intensidad y ocupación, y en él miles de personas realizan cada segundo miles de acciones, sea como individuos, sea como parte de una organización.

Pero al sistema en su conjunto nadie lo dirige: es producto de nuestras acciones. No hay una autoridad que comande los pasos y los actos de cada individuo que está en el aeropuerto, ni de cada organización que funciona dentro de él. Nos coordina la voluntad mutua de realizar nuestros planes, cualquiera que ellos sean. En buena medida, ese universo cumple lo que en 1782 Adam Ferguson describió así: un sistema que no es producto del diseño sino de la acción humana. Un sistema que emerge de lo que hacemos, y cuyo resultado es mucho mayor que la simple adición de esas acciones: nosotros, sin darnos cuenta, lo construimos.

Hay diseño, claro, y es y cada vez será más importante. Pero la razón de ser del diseño no es ni podría ser dirigir las acciones de cada uno de los miles de habitantes de esta polis. El diseño existe para hacer posibles esos pasos y para incentivar que esos intercambios ocurran, y ocurran de la mejor manera.

En 2025, seguramente el recuerdo más reciente y profundo que tendremos será el de la pandemia. Y aun así, estaremos en el aeropuerto. ¿Cómo estoy tan seguro de que allí estaremos? Nadie conoce el futuro, y respecto de él lo único que podemos hacer es conjeturar, apostar. Y si me piden apostar, yo apuesto a que la capacidad de creación, de generación de ideas, de trabajo conjunto, va a derrotar no solo a la pandemia sino a la fuerza del pesimismo, y a la visión lúgubre de que nada puede hacerse con nosotros más que someternos al control absoluto y encerrarnos para siempre. Esa es mi apuesta, y por ello creo que la pandemia será para entonces un recuerdo.

2025. Estaremos en la Aerópolis: ella, como organismo complejo y dinámico, también aprende: es el aprendizaje compartido, espontáneo y colaborativo de todos sus habitantes.

La Aerópolis habrá aprendido muchas cosas (ya las está aprendiendo).

Se desmaterializará y diversificará en lo posible, de modo que ninguna contingencia física la saque de operación. De paso, dejará el uso innecesario de elementos materiales como los de papel.

Habrá aprendido muy bien el riesgo que representa una amenaza focal y multiplicativa, como un virus, y habrá diseñado la manera de cerrar rápidamente un lugar, una o varias operaciones, aislarlas y contener allí la emergencia casi en el momento cero.

Habrá rediseñado algunos de sus espacios, de modo que se eviten aglomeraciones innecesarias, de aquellas en que las personas empiezan a comportarse como las moléculas de un gas a presión. Y no lo hará con cierres ni con restricciones: usará el ingenio y la inteligencia para incentivar el flujo y evitar el estancamiento.

Y habrá aprendido, sobre todo, a aprovechar el conocimiento y la información microlocal y específica de cada uno de los habitantes estacionarios o móviles de la Aerópolis: lo que ven, lo que oyen, los patrones que se repiten, las anomalías que aparecen.

Usará la tecnología para recoger y analizar esta información. No mediante la coerción sino mediante el estímulo. La Aerópolis tendrá miles de ojos y oídos. Y la tecnología le permitirá reconocer desviaciones anómalas de las cosas, y activar la respuesta de manera inmediata.

Y la Aerópolis, increíblemente, habrá creado comunidad. “¿Comunidad en un aeropuerto, donde muchos de los que están simplemente están de paso?” Sí: comunidad, mediante la cooperación espontánea facilitada por la tecnología.

Una comunidad no necesita tener a todos sus miembros allí presentes: las plataformas virtuales crean presencia, diálogo y cooperación aun en la distancia. Gracias a una simple aplicación que tendremos todos en nuestro celular, formaremos una comunidad que intercambiará información, necesidades y soluciones. Llevaremos al mundo virtual esa interacción permanente y dinámica que ocurre en el espacio presencial. Y la tecnología la enriquecerá, pues eliminará las barreras físicas y la limitación del tiempo. Y así, un viajero, una aviadora, un agente de policía, una oficial de migración, un amigo que espera, la cajera de un restaurante, todos, y muchos más, potenciaremos ese sistema dinámico que es producto de nuestras acciones e ideas, enmarcadas en diseños que las incentivan, las canalizan y las aprovechan.

*Filósofo de la Universidad Nacional. Creador del sitio descartesenbata.com. Autor del libro El destino trágico de Venezuela (Venezuela’s Tragic Destiny) Conferencista y ponente

Contenido desarrollado en alianza con el Aeropuerto El Dorado

Por Andrés Mejía*

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