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Voces de la diáspora colombiana

Esta es la segunda entrega de nuestra convocatoria dedicada a conocer las historias de colombianos que han emigrado en busca de un mejor futuro.

Redacción Internacional
16 de noviembre de 2015 - 02:05 a. m.
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Envíenos su testimonio al correo kdelahoz@elespectador.com. Puede participar con un texto máximo de 800 palabras o, si prefiere, puede enviar un video en MP4 que no deberá superar los tres minutos.
 
Claudia Pantoja  (Alemania)
 
Soy caleña y resido en Alemania desde 1999. Emigré después de terminar mis estudios de economía en la Universidad del Valle, dejando una vida completa. En primera instancia, me fui del país porque encontré el amor de mi vida, pero también para continuar mis estudios de posgrado. Al llegar a Hamburgo, ciudad que ya había conocido, sabía que el desafío iba a ser grande, pero a pesar de todo estaba dispuesta a responder, pues consideraba que valía la pena. En el norte de Alemania las personas son distantes y frías, centradas, y todo es muy programado. Aquí la palabra espontaneidad no se conoce, y si se pronuncia suena tan ficticia que hasta parece un chiste.
 
Mis sueños siempre estuvieron dirigidos a conformar una familia y crecer profesionalmente. Así fue como en el año 1999 recibí la confirmación del gobierno alemán, luego de esperar casi ocho meses por una visa de estudiante. De esta manera, y con documentos en mano, tomé mis maletas, un par de artesanías, mis casetes y libros, rumbo aquello que sería mi nueva vida. A pesar de haberme preparado durante más de un año, después de mis cortas vacaciones en Alemania, el proceso de adaptación fue más complejo de lo que imaginaba. Primero, porque los planes se adelantaron, y, como nada en la vida es programado, un bebé venía en camino. Lo cual hizo que mis planes de estudio se retrasaran, pues en aquella época al gobierno regional alemán promovía que las madres debían pasar más tiempo con sus hijos, algo muy bonito y necesario, pero que en realidad no facilitaba el acceso a un cupo en un jardín infantil o guardería, a menos que se contara con un contrato laboral. Mi decisión, dado que el niño estaba muy pequeño, fue quedarme en casa. Tener que dejar a un lado la academia fue un golpe bajo; mientras aprendía el idioma en la escuela de alemán, durante cinco horas diarias e intensivas.
 
La segunda barrera para adaptarme fue la falta de amigos. Para los alemanes hay dos clasificaciones: los de infancia, con los que crecen y construyen historia, y los conocidos. Dado que no naces en este medio, jamás podrás ingresar a los círculos de amigos íntimos y pasas a ser un conocido más. Por ende, el ser una persona abierta, alegre y entradora, como somos los colombianos, no es tan agradable para algunos, mientras que otros lo ven de manera jovial, pero esto puede generar algunos malos entendidos, de tal manera que se sienten afectados en su privacidad.
 
Lo anterior me dejaba ver que había algo que no compaginaba y era la educación recibida en Colombia, centrada en la familia y la profesión, y mi manera de ser, una caleña al 100%. Las señales reales de este país eran distintas. La mujer alemana se inclina completamente por el tema laboral, es decir, crea su imperio, hace carrera, o se va al otro extremo como ama de casa consagrada. Sentir que mi proceso de adaptación no daba frutos me llevó a asistir a unas charlas con una experta en temas migratorios, pues abandonar el país, dejar a un lado los planes de estudio y toda esa seguridad emocional que recibes de tu medio natal, no es nada fácil, menos para una mujer que ama todo lo que implica la cultura latina.
 
Luego de tantos años de vivir por fuera, de haber comprendido esta sociedad, de estudiar en la universidad, logré independizarme y desde mi casa-oficina dirijo mi empresa especializada en moda y “marketing”. Desde 2013 he venido participando como miembro honorario, asistiendo a la cárcel para dictar cursos de manualidades y pintura a mujeres y jóvenes inmigrantes, víctimas de problemas sociales. Desde el mes de febrero del presente año, cuando se hicieron los anuncios sobre la apertura a los refugiados sirios, participo activamente en un grupo de ciudadanos alemanes con fines de ayudar en la adaptación de los refugiados que llegan al país. Dentro de este grupo de 20 personas, tres mujeres de origen latino somos las encargadas de ayudar a los refugiados a entender la cultura alemana. Empezando por un tema como la gastronomía, comprar en el supermercado, aprender a conocer los productos, para que puedan alimentarse bien y según sus gustos.
 
De esta manera, es como una caleña, aún con acento bien marcado, sigue su camino lejos de su patria, extrañando la brisa caleña de las cuatro de la tarde, los paseos en familia, la rica comida y sobre todo el calor humano que se siente cuando el avión aterriza en tierras vallecaucanas. Cuando camino por sus calles es como si nunca me hubiese ido, y cada partida suele ser como un hasta pronto que muy pronto se volverá a repetir.
 
Claudia Jimena Beltrán (Alemania)
 
Vivo en Alemania desde hace casi cinco años; vine por el trabajo de mi esposo, que es alemán. Nuestro hijo nació en Colombia y vivió su primera infancia en Bogotá. Yo estuve preocupada por él, pensando en que no se iba a integrar fácilmente, pero la verdad, en seis meses habló el idioma y su vida en general cambió rápidamente.
Para mí, en cambio, todo ha sido más complicado. Para tener documentos legales de residencia, tienes que estudiar el idioma en un colegio de integración, durante un año; en su gran mayoría, hablan y escriben alemán perfectamente y los que no tienen idea, quedamos rezagados. En general, la cultura alemana es fría, reservada, y para todo hay orden y límites bien marcados. Es difícil hacer amigos, pero cuando uno logra traspasar barreras son muy amables y buenos amigos, aunque el trato se limita al saludo y lo más íntimo se reserva a la familia. Para mi gusto, hace falta más calor humano, porque calidad de vida hay de sobra. Es genial pasear en Europa, pero vivir no es tan fácil. Pienso que si a las personas se les facilitan los idiomas, y aprenden muy rápido, integrarse será más fácil. Para los que no, mejor no escojan este país. Los colombianos que ya son ciudadanos alemanes, con trabajos importantes, se quejan de la discriminación, en general dicen que nunca tienen el mismo trato que un nacional, ni el sueldo. Ahora, con el problema tan grave de inmigrantes, se ve la reacción general de muchos europeos, que de frente no aceptan que otros vengan a “usurpar sus trabajos, subsidios y otros espacios”, que según ellos les corresponden por ser alemanes de nacimiento. Si en Colombia vive bien y tiene calidad de vida, mejor quédese allá.
Ángela Salazar (Londres)

Llegamos con mi hermana en 2008 a Londres y lo único que podíamos decir en inglés era “hello”. Vinimos a estudiar inglés. Era la primera vez que salíamos del país, no lo podíamos creer, veníamos felices en el avión como niñas pequeñas.

Empezamos a trabajar medio tiempo, para poder practicar inglés, en Pret À Manger, la cadena de café más grande e importante del Reino Unido. No sé ni cómo pasé la entrevista. El entrevistador me preguntaba en inglés y yo no entendía nada. De repente dijo “bailar, bailar” en español, y yo me paré y comencé a bailar. Terminamos bailando los dos en la entrevista, me hizo un visto bueno con la mano y escribió algo en un papel y me lo entregó. Lo llevé a mi escuela y me ayudaron a traducirlo: había conseguido el puesto. Decía el día y hora en que me debía presentar y decía también: “Si un cliente no te entiende, ¡baila, baila!”. Un día, después de las clases, entré al café, que estaba en la zona financiera de Londres, Canary Wharf. Normalmente se ponen cientos de personas en una fila muy recta, ninguno habla entre sí, todos son elegantes. Sin embargo, ese día un hombre no estaba en la fila perfecta. Asomaba su cabeza desde la distancia. “Qué gracioso”, pensé, y le sonreí. Él siguió sonriendo, pero cuando llego a la caja sólo pagó y salió con su almuerzo en una caja, como lo suelen hacer todos los ejecutivos que trabajan allí.
 
Desde de ese día, la parte más emocionante de todo mi día era esperar la hora del almuerzo para poder ver al hombre que no se quedaba derecho en la fila. Siempre tenía una sonrisa, pero nunca me hablaba: sólo compraba su almuerzo, sonreía y se iba. Y así, después de unos tres meses, ya no era sólo felicidad: eran mariposas en mi estómago a las 12:15 p.m. (porque eso sí, son puntuales hasta para almorzar). Hasta que un día no se llevó su almuerzo, se lo comió en el café y antes de irse me entregó una tarjeta con un corazón formado de flores. Corrí a mostrarle a mi jefe, quien me tradujo el contenido. El chico de la fila me pedía tomar un café y al lado de su firma decía: “Ya nunca más tu admirador secreto”. Duré una semana con mi diccionario tratando de escribirle lo mejor que podía que sí, en un email en inglés que borré y reescribí más de mil veces.
 
¡Él es el hombre perfecto! Me ha ayudado a construir el mayor de mis triunfos, mi empresa Spanish and Coffee. Ahora somos diez profesoras, tres de ellas colombianas, españolas, argentinas, venezolanas, peruanas, etc. Trabajamos duro porque la demanda es mucha, somos una de las empresas más importantes de español en Londres. Enseñamos a compañías, individuos, gente famosa, niños, adolescentes. A todos los que quieran incursionar en el hermoso mundo de la lengua castellana.
 
Carlos Johan Hernández (España)
 
Emigré con 16 años por la decisión de mis papás de darme un futuro mejor, ya que veníamos de un barrio donde sólo somos importantes cada cuatro años: de San Francisco, Ciudad Bolívar, en Bogotá. Para salir del país teníamos que tener visa Schengen; mi mamá era peluquera y mi papá, herrero. No teníamos dinero, sólo lo básico, pero si mi papá hacía movimientos de dinero en bancos, nos la darían. Al final entramos por Francia y de ahí pasamos a España, donde mi tío. Llegué con la paradójica ilusión de estudiar, hasta de ser futbolista. Con el tiempo me di cuenta de que en estos países europeos si no tienes DNI (Documento Nacional de Identidad), que es como la cédula, no vales nada, no te dan acceso a nada.
De modo que cuando llegó la crisis nosotros los latinos ya no éramos la solución ni la mano de obra barata, sino el problema del país, donde supuestamente arrebatábamos el trabajo a los españoles. Y empezó la caza del emigrante: nos deportaban sin dar oportunidad. Yo tenía ya 19 años, era alocado, fiestero y vago. Todos al mismo corral: desde el padre de familia trabajador al malandro que robaba por tres pesos. Después de unos años senté cabeza y empecé a trabajar con ganas de conseguir los papeles para tener acceso al pase de conducir, a la salud, a los cursos del Estado. Cuando menos lo esperé, a los 21 años me casé con una española. Y ahí empecé otro futuro con ella, proponiéndonos metas e ilusiones. Hoy en día muchos compatriotas se matan por mandar dinero a su familia. ¡Pero no todo lo que brilla es oro! Es distinto venir a Europa por paseo que por un futuro mejor.
 

Por Redacción Internacional

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