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Yo no soy una teta

Reflexiones acerca del cáncer de mama y una batalla para superarlo.

El Espectador
02 de noviembre de 2015 - 02:00 a. m.

En febrero de 2014 fui diagnosticada con un cáncer de mama, con metástasis en los ganglios, y aunque desde el día en que me dieron la noticia quise comenzar a escribir, sólo 20 meses después comienzo a hacerlo, tal vez porque necesitaba no sólo pasar por el tratamiento, sino porque requería tiempo para entender lo que había ocurrido durante esos meses.

En qué punto comenzar a escribir esta historia, no lo sé, tal vez podría decir que este proceso lo desencadenó una serie de acontecimiento que se dieron en mi vida en menos de año y medio; quizá debería decir que si bien es cierto que dichos acontecimientos no fueron los causantes de mi enfermedad, siento que fueron los detonantes de la misma. Durante los meses previos a mi diagnóstico perdí mi empleo y con él tuve que dejar el apartamento y mi vida de “mujer independiente”, por la que tanto había luchado; terminé una relación de 7 años y sentía que las cosas no iban bien. Los cambios se vinieron uno tras otro. Regresar a la casa de mis padres, buscar otras opciones de empleo y comenzar a construir nuevamente una vida de mujer “soltera” me consumía.

En esos días lo único que me repetía una y otra vez era que tenía 45 años y debía comenzar de nuevo, eso sí, con una que otra deuda, uno que otro miedo y más de un fantasma rondándome. Era un tiempo difícil, era un tiempo de adaptación, y aunque tengo una buena capacidad de adaptarme a los cambios externos, cómo me cuesta enfrentarme a mí misma y a mis fantasmas y mis propias decisiones. Como me decía una muy buena amiga, “usted le tiene miedo hasta a su propia sombra”.

Cómo olvidar ese 31 de diciembre de 2013, en el que en la plaza de Villa de Leyva brindaba por darle comienzo a un nuevo año, cómo olvidar esos días en los que en un papel escribía todas aquellas cosas que quería quemar con el año viejo, y todos los propósitos que tenía para el año siguiente. Decidir qué hacer laboralmente, salir nuevamente de casa de mis papás, iniciar una relación amorosa, vivir una vida más ligera de equipaje y con menos culpas, viajar así fuera a pocos metros de Bogotá, propósitos que esta vez no sólo fueron aplazados por la acostumbrada inercia de la rutina, sino porque tuve que encaminar mis energías a superar el cáncer de mama.

Recuerdo con claridad el día en que haciéndome una mamografía de rutina, la doctora me dijo que no le gustaba para nada la masa que tenía en mi seno derecho, y aunque no me podía asegurar 100% que fuera maligna, pues hasta tener los exámenes era posible un diagnóstico definitivo, debería hacerlo cuanto antes, pues por su aspecto se podía pensar que era cancerosa. Ese día supe muy dentro de mí que tenía cáncer y que comenzaba una dura batalla y, sin saberlo, la más importante hasta ese momento.

Sólo transcurrieron 15 días desde el momento en que oí por primera vez que podía tener cáncer, al día en que estuve sentada en la unidad de oncología de la clínica Santa Fe recibiendo mi primera dosis de quimioterapia. Fueron sólo 15 días en los que pasé de ser una mujer sana a ser una paciente con cáncer. Fueron 15 días de exámenes, procedimientos, dudas y miedos, pero sobre todo de mucha solidaridad, amor y apoyo. Entre las órdenes médicas, los exámenes y las visitas a los especialistas, se colaban la familia, los amigos, los mensajes de apoyo, los consejos y las miles de recomendaciones sobre tratamientos alternativos para sobrellevar la quimioterapia.

Pero así como supe desde el primer momento que tenía cáncer, también supe que saldría bien librada del mismo. Fueron nueve meses de lucha, de estar bien a comenzar a sentirme enferma, a padecer los efectos de la quimioterapia, de preguntarte una y otra vez si valía la pena pasar por todo eso. Poco a poco fui viendo cómo mi cuerpo comenzaba a cambiar y cómo, físicamente, era otra. Con cada sesión de quimioterapia me iba debilitando un poco más, y me demoraba un día más en recuperarme, lo que me hizo aprender a oír mi cuerpo y darle el tiempo que requería para volver a ponerse de pie.

No sé cómo explicarles esa extraña sensación que tuve cuando se me cayó el primer mechón de pelo, y aunque sólo quería retrasar el inevitable momento de raparme, sabía que era irremediable; toda una experiencia que compartí con una de mis amigas, quien me insistía en que aprovechara mi visita a su casa a Villa de Leyva y lo hiciera de una vez. Mientras ella insistía en que visitara la peluquería, yo sólo esperaba poder llegar a mi segunda sesión de quimio con pelo, cosa que evidentemente no ocurrió, y sí fue allí, en Villa de Leyva, en donde me descubrí sin pelo, gracias a una peluquera que mientras me rapaba, me hacia notar lo bien que me veía.

Pero si la pérdida del pelo es significativa, qué decir del día en que me miré al espejo y no me reconocí. No sabía qué era lo que estaba pasando, qué era eso que me hacía ver tan distinta, lo que entendí sólo días después durante una sesión de quimioterapia, gracias a la conversación de mis vecinos, que comentaban cómo la falta de cejas y pestañas hacían que tu rostro cambiara de expresión. Cómo olvidar la ida al teatro, organizada por mis amigas, para que me distrajera un poco, pues estaba pendiente de realizarme una nueva biopsia, pues había aparecido un ganglio inflamado al que debíamos hacerle seguimiento, y resultar una obra en donde aparecía una enferma de cáncer que lo único que le quedaba era esperar la muerte. Cómo olvidar sus caras de preocupación por mí.

Una vez terminada la quimioterapia, y con unos cuantos kilos de menos, llegó el tiempo de dar el siguiente paso, la mastectomía radical del seno derecho, la cual fue anunciada desde el primer momento. Debo confesar que cada vez que tenía control y los exámenes mostraban que los tumores iban disminuyendo, guardaba la esperanza de que la cirugía no fuera radical, y no perder mi teta, lo que finalmente no ocurrió. Y así, con la incertidumbre de no saber cómo te vas a ver ni sentir al despertarte sin una teta, llegó el día de la cirugía. Debo confesarles que reconocer mi nuevo cuerpo no resultó ser tan traumático: aprendí que no era una teta.

Hoy, mientras escribo estas líneas, vienen a mí uno y mil recuerdos, todos y cada uno de ellos igual de significativos. Las horas pasadas en la sala de quimioterapia, las idas al médico con mi papá, quien nunca me había acompañado a una cita médica, los reencuentros con amigos que había dejado de ver, los amigos de siempre que estuvieron dándome ánimo día a día para continuar con la lucha, mis papás, hermanas, cuñados y sobrinos, que seguían paso a paso el tratamiento y no escatimaban en hacer todo aquello que me ayudaba a sentirme mejor, las personas con las que estaba trabajando en ese momento, que además de permitirme continuar con mis labores me apoyaron en los momentos en que no podía levantarme para cumplir con los compromisos adquiridos, mis tías, tíos y primos, que no sólo me acompañaron a mí si no a mis papás, para hacer más llevaderos esos días. Mis amigas del grupo de meditación con las que aprendí a tomarme unos minutos al día para mí misma y me acompañaron con sus meditaciones en el proceso de sanación.

Hoy, una años después de la cirugía y ante la noticia de que puedo hacerme la reconstrucción de mi teta derecha, lo que para mí hace unos meses no era una opción, he aprendido que las cosas tienen un sentido, que puedo vivir ligera de equipaje, que no necesito salir de Bogotá para realizar grandes viajes, que el mejor trabajo al que puedo dedicarme es ser yo misma y que de la primera persona que debo sentirme orgullosa y enamorada es de mí. Me doy cuenta de que los propósitos de finales de 2013 se habían cumplido. Ahora más que nunca hacen eco en mí las palabras que unos meses atrás alguien me decía: “No deje pasar esta segunda oportunidad que le está dando la vida”. Y tal vez porque esa segunda oportunidad comienza por dar las gracias, a cada una de las personas que me acompañaron durante esta lucha escribo estas líneas, para decir gracias por darme el valor para seguir adelante y comenzar de nuevo.

Por El Espectador

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