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Zuleta, un maestro de la democracia

Sandra Lucía Jaramillo Restrepo, miembro fundadora de la Corporación Cultural Estanislao Zuleta, explica qué incidencia tiene el pensamiento del filósofo en la situación actual del país y a qué invitan sus análisis literarios e intelectuales.



Sandra Lucía Jaramillo
17 de febrero de 2015 - 04:04 p. m.
Zuleta, un maestro de la democracia
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 “Lo más difícil, lo más importante, lo más necesario, lo que de todos modos hay que intentar, es conservar la voluntad de luchar por una sociedad diferente…”, escribía Estanislao Zuleta. Bien podría plantearse que esta afirmación es emblemática de lo que fue su postura intelectual. Numerosos fueron sus frentes de interés y cambiantes sus inclinaciones —porque el trabajo intelectual no es un huevo puesto de un día para otro, listo y terminado, sino un proceso de elaboraciones en el que incluso el mismo pensador consigue autocriticarse, reelaborarse o ponerse en cuestión—, pero desde los momentos juveniles de formación hasta el temprano fin de su vida, a sus 55 años, el 17 de febrero de 1990, podemos identificar un hilo conductor: Zuleta insistía en que los seres humanos podíamos influir en la realidad.

Sus textos transmiten la convicción de que somos sujetos que podemos ser activos, que tenemos la posibilidad de soñar la sociedad en la que nos inscribimos, que podemos construir nuestros ideales y, en esa medida, que somos seres con capacidad y derecho a ser creativos. El Zuleta que podemos leer en los textos editados y los inéditos que reposan en la Universidad de Antioquia, o el que escuchamos en sus conferencias grabadas, es un pensador que no transmite adaptación, sino que agita, invita a la movilización individual y colectiva. En esta postura hay una bella afinidad entre Zuleta y el profesor chileno Hugo Zemelman, quien apostaba por lo que llamaba un sujeto erguido, valga decir, un sujeto altivo que no se arredra ante las circunstancias adversas, o tentadoras a la comodidad que su entorno le ofrece.

Pero esto no se logra en la relación de uno a uno. Hacia el ideal de un sujeto que se yergue para incidir en la realidad y construir mundos posibles no se avanza con discursillos bien intencionados —e incluso sofisticados— de la superación personal, sino a través de esa fuerza que da el encuentro con otros. Zuleta lo dice de una manera inolvidable: hay una distancia entre la miseria y la pobreza, pues la primera va más allá de la escasez material, llegando a la impotencia y la desesperanza cuando cada tragedia es vivida de manera aislada y explicada por supuestas incapacidades individuales, antes que por el ordenamiento social en el que nos inscribimos. Un muy buen ejemplo de esto nos lo muestra oportunamente la reciente película ‘Dos días, una noche’, de los directores Jean-Pierre y Luc Dardenne; se trata de una mujer desesperada que ha perdido su empleo e intenta suicidarse, pero el comprensivo apoyo de su compañero y la solidaridad de la que finalmente le es posible rodearse le dan esa fuerza necesaria para pararse con altivez y luchar por modificar las circunstancias que la están oprimiendo.

Estanislao Zuleta fue un pensador de quien recordamos su repetida invitación a la expansión y a la profundización de la democracia. Su propia vida estuvo marcada por experiencias políticas diversas entre las que se cuenta una breve militancia en el Partido Comunista Colombiano, pero la honda influencia que sobre él tuvieron el psicoanálisis y el arte, además del marxismo, lo llevaron a ser un pensador que abordaba los problemas sociales incluyendo siempre la perspectiva de la vida cotidiana, pues como recordaba: “el hombre es siempre social, esté en el baño o en una manifestación pública”.

Así, cuando Zuleta habla de la democracia tiene en cuenta que ella se pone en juego en la formación de subjetividades democráticas, en experiencias educativas o relaciones personales en las que se puede ejercitar una práctica dialogante, aquella tan fácil de nombrar o reclamar, pero tan difícil de ejercer, tan escasa. Pues no basta con hablar, se requieren condiciones adicionales a las que estamos poco habituados: escuchar, habitar la pluralidad y entender que por más argumentos o más certezas que tengamos no nos habita la verdad: “respetar al otro significa discutir su punto de vista con la premisa implícita de que puede tener su parte de razón, de que ninguna mirada ve la totalidad del inmenso paisaje humano, de que ningún proyecto es suficientemente vasto para reunir y satisfacer la variedad inabarcable de las aspiraciones y las necesidades”.

Por ende, para Zuleta la democracia no sólo es un asunto político sino también algo de orden ético, en tanto la ubica en el nivel de un ideal. En este sentido, Zuleta no se pliega a los ideales que nos propone la actualidad: “haz dinero”, “es magnífico ser famoso”, “la familia es superior a la construcción de amistades”, “bástate a ti mismo”, etc.; en cambio, él toma partido por otras perspectivas más inactuales, atreviéndose a proponernos un horizonte de valores y de ideales entre los que reúne la democracia, la conversación, el pensamiento, la racionalidad, el arte. Valores que lejos de considerarlos exclusivos para una élite cultural, los considera joyas delicadas que pueden ponerse en manos que no distingue por proveniencias, sino por la capacidad que tengan, o desarrollen, de dotarse de una mirada poética.

Se trata de una suerte de democracia cultural la que lo asiste, pues no tiene distinciones para promover en cualquier ciudadano la expansión de la existencia que permiten esos valores. Está convencido de que se vive mejor haciendo del arte o de la conversación o del pensamiento una cotidianidad y estas experiencias no son para pequeño-burgueses, ni para especialistas, ni para intelectuales, ni para quienes tengan recursos económicos para consumirlas, son para cualquier ser humano, lo que hace necesario que nuestra Colombia se dote cada vez más de atmósferas culturales que abran posibilidades para esas experiencias. Seguramente estas convicciones influyeron en que Zuleta asumiera en vida la tarea de mediar entre el ciudadano de a pie y los grandes dones de la cultura que pueden disponer a una subjetividad democrática. Esto hace que muchos lo reconozcamos como un maestro y que 25 años después de su muerte su voz siga llegándole a muchos jóvenes.

Pero las luchas por la democratización de la cultura y porque el respeto reemplace en la cotidianidad de la violencia son necesarias, pero no suficientes para apostar por un ordenamiento social democrático. Zuleta pone en diálogo la ética y la política pero no subsume una dentro de la otra. Esto lo lleva a relacionar la democracia con la solidaridad, pues ve allí un camino para la construcción de las fuerzas sociales que incidirían en esa realidad presionando, por ejemplo, para ir más allá de la mera defensa de las libertades individuales o la promulgación abstracta de los derechos porque “de poco sirve tener derechos si la sociedad en que uno vive no le da la posibilidad de ejercerlos. No se debe hablar sólo de los derechos sino también de las posibilidades”.

Así pues, en este presente en el que muchos colombianos y colombianas hacemos votos por un avance en el acuerdo de paz que nos permita volver a soñar con una sociedad que encare pacíficamente sus conflictos, nos abrimos a un año conmemorativo en el que divulgaremos y propondremos como parte de nuestra memoria social a Estanislao Zuleta, dado que su postura intelectual lo hace un maestro de la democracia que es pertinente tener como referente y permite apoyarse en él para oponernos a las tristes fuerzas belicosas y autoritarias que también hacen presencia en nuestro país. Su postura intelectual, su papel de maestro, su incansable interpretación de textos clásicos referentes del pensamiento universal y los ideales que nos propone como referente constituyen su legado. Nos corresponde a las generaciones que hacemos eslabón forjar proyectos que hagan ese legado pertinente para nuestro momento histórico y nuestro contexto.

Semana a semana, empezando por este tres de febrero de 2015 con la participación de intelectuales colombianos como Eduardo Gómez, Ramiro Montoya, Carlos Mario González, entre otros, una organización cultural ubicada en Medellín que desde hace más de una década tiene a Zuleta como uno de sus maestros, desarrollará labores culturales mostrando la diversidad del pensamiento de Zuleta y su actualidad para la Colombia de hoy. Se trata de la Corporación Cultural Estanislao Zuleta, entidad que reúne un colectivo intergeneracional que decidió darse forma cuando algunos de sus fundadores llevaron a cabo una investigación académica en la Universidad Nacional que estudiaba la obra de Estanislao. Como decía, no se trata de un pensador que invita a la adaptación, sino de uno que agita e insta a actuar. Por eso el “producto” de nuestra investigación fue la creación de una organización que promueve la formación ciudadana en el país desde un enfoque intelectual y artístico, y en la que ocho años después seguimos empeñados. Los lectores pueden consultar los detalles de nuestra programación en www.corpozuleta.org

Muchas personas y entidades se han sumado de una u otra forma a este proyecto por considerarlo necesario para nuestro país. Ojalá este año conmemorativo nos permita unir esfuerzos con muchos otros colectivos, personas, amigos y familiares de Zuleta que están empeñados en labores y motivaciones afines, evitando caer en ese narcisismo de las pequeñas diferencias que el mismo Zuleta denunciaba y que tanto ha atomizado las iniciativas en Colombia, pues ahora nos asiste la responsabilidad histórica de unir fuerzas pues “para que un pueblo sea creador de la cultura es necesario que tenga una vida en común”.

Por Sandra Lucía Jaramillo

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