Uno de los temas transversales, tanto en la campaña como en el discurso de posesión de Gustavo Petro, fue la Amazonia. Varias veces se refirió a la capacidad que tienen los bosques de absorber como una “esponja” las emisiones de gases de efecto invernadero y la posibilidad de negociar internacionalmente su cuidado. Pareciera que Petro busca atender el llamado que investigadores han hecho en diferentes estudios, como el informe de la Evaluación por la Amazonia, del Panel de Ciencias de la Amazonia de Naciones Unidas, en donde señalaban que la toma de decisiones de los gobiernos respecto a este ecosistema deben tener en cuenta la ciencia. (Lea: La historia del nuevo resguardo indígena de la Amazonia colombiana)
Ahora, mientras los debates sobre los anuncios de Petro se van dando, los resultados de la reciente investigación “Rápida pérdida de la conectividad del paisaje tras el acuerdo de paz en la región andino-amazónica”, realizada por Camilo Correa-Ayram, Nicola Clerici y Paulo J. Murillo-Sandoval, de las universidades Javeriana, del Rosario y del Tolima, respectivamente, muestran cómo la deforestación no sólo ha afectado los ecosistemas de la Amazonia y sus especies, sino cómo ha transgredido la conectividad a través de la región amazónica y los Andes.
Pero antes de ahondar en los resultados del estudio, es importante comprender qué es la conectividad. Camilo Correa-Ayram, PhD en Geografía y profesor de la Facultad de Estudios Ambientales y Rurales de la Universidad Javeriana, explica que la conectividad es la característica de un paisaje que facilita o dificulta el movimiento y dispersión de los flujos ecológicos en un espacio geográfico. Esos flujos incluyen desde el desplazamiento de los animales hasta los ciclos biogeoquímicos del ecosistema, como el ciclo del agua. Con la reducción de las posibilidades de movilidad de los animales se afectan sus flujos genéticos, es decir, se dificulta la transferencia de información genética entre poblaciones, por ejemplo, cuando migran y llegan a otros sitios y se reproducen. Esto es importante, entre otros motivos, porque si los animales pueden moverse entre un bosque y otro, existe la posibilidad de que puedan recolonizar zonas en donde se consideraban extintos.
Por medio de la aplicación de algoritmos de clasificación de imágenes satelitales y mapas de tendencias de deforestación, el estudio analizó las transformaciones de esta conectividad desde 2004 hasta 2020, enfocándose en qué ocurrió después de 2016, con la firma del Acuerdo de Paz. Para identificar el impacto de la pérdida de conectividad, reconocieron tres categorías: hábitat perdido, hábitat no transformado y hábitat conectado.
El primero, se trata de los lugares que han sido transformados por los humanos a pastizales para ganadería o cultivos y que originalmente eran bosque. El segundo –hábitat no transformado– corresponde a las áreas que originalmente eran bosque, pero que por causas de la deforestación han resultado en fragmentos cada vez más pequeños y aislados. Y el tercero es el que no ha sido transformado y, además, se encuentra conectado para las especies que habitan en la región.
Uno de los hallazgos más alarmantes de la investigación es que si bien entre 2016 y 2020 la deforestación fue en un 60 % mayor al período del conflicto armado, entre 2004 y 2012, la pérdida del hábitat conectado es mayor que la pérdida de áreas causada por la deforestación. Una muestra de ello es que entre 2004 y 2020 la pérdida de hábitat conectado llegó a un 11 %, mientras que la pérdida de hábitat deforestado fue del 8 %. La investigación explica que aunque “la deforestación aumentó drásticamente en el período posterior al Acuerdo de Paz, su magnitud es menos crítica que la pérdida masiva del hábitat conectado”.
Durante estos períodos, uno de los mayores impactos sobre la conectividad de los bosques fue la afectación de la precipitación, la evapotranspiración y la escorrentía (el agua de lluvia que circula sobre un terreno), que tuvieron “consecuencias negativas sobre todo en la provisión de agua”, explica Correa-Ayram. Al perder la conectividad se rompen los enlaces y el ciclo se desequilibra. Por ejemplo, se deja de producir neblina en las partes altas, se alteran las lluvias y “se pueden incrementar y causar deslizamientos o viceversa: en la parte alta se desequilibra y abajo, en la Amazonia, no llega la misma cantidad de agua”. Pero la conectividad entre la Amazonia y los Andes no sólo afecta los ecosistemas de esta región. “Todos los flujos ecológicos que llegan por el Amazonas se conectan a través de los Andes, prácticamente suben por el tapón del Darién, Centroamérica y llegan a Norteamérica. Entonces en términos evolutivos es supremamente importante mantenerlo conectado porque los procesos se están cortando abruptamente”, agrega el investigador.
La conectividad de los paisajes se mide por medio de tres elementos: los parches de hábitat, que son los hábitats que no han sido transformados; los corredores que unen estos parches; y la matriz, el espacio en el que están inmersos ambos elementos. Aunque un terreno no sea deforestado, puede quedar desconectado del ecosistema original pues se interrumpe la conectividad por cuenta de los terrenos aledaños que han sido transformados. (Puede leer: Comunidades de la Amazonia están protegiendo una especie “casi amenazada”: el jaguar)
Si un animal puede moverse en una distancia de un kilómetro, pero la distancia entre un parche no transformado y otro se incrementa a 10 kilómetros, “ya ese hábitat para él no estaría conectado”, apunta el investigador. Algunas de las especies de animales que más han sido afectadas por la pérdida de conectividad son el mono araña de vientre blanco (Ateles belzebuth) y la nutria gigante (Pteronura brasiliensis), ambas en peligro de extinción; también especies paraguas, importantes para el equilibrio del ecosistema, como el jaguar, que regula el poblamiento de otras especies, y el mono churuco (Lagothrix lagothricha), que es dispersor de semillas.
Otro hallazgo de la investigación es que las áreas más críticas de pérdida de conectividad se distribuyen en Puerto Guzmán circundando al río Caquetá y el río Orteguaza; el sector occidental del Parque Nacional Natural Serranía del Chiribiquete hasta el río Caguán; el corredor Tinigua-Macarena y el corredor entre el Parque Chiribiquete, la Serranía de la Macarena y el Parque Nukak. A pesar de que en las áreas protegidas ha habido menos deforestación que en áreas no protegidas, el avance de la pérdida de conectividad ha sido acelerado, por ejemplo, entre La Paya y Chiribiquete, afectando la continuidad entre los Andes y la Amazonia.
Entre las áreas protegidas que mantienen la conectividad de los Andes y la Amazonia se encuentran los parques Chiribiquete, Nukak, Macarena, Tinigua, Picachos y La Paya. La situación de la conectividad en el sur del Meta entre Tinigua y La Macarena (que es el punto de convergencia entre Amazonia, Andes y Orinoquia) es, a la luz de los investigadores, impactante, pues además de que siguen siendo deforestadas, se desconecta rápidamente “un puente clave para el intercambio de flujo de genes entre las regiones andina y amazónica”. Un reciente informe de la Fundación para la Conservación y el Desarrollo Sostenible encontró que el 14 % de la deforestación en la Amazonia colombiana en los últimos cuatro años se concentró en estos mismos parques que conforman el cinturón andino-amazónico.
¿Cómo contrarrestar la pérdida de conectividad?
Para el profesor Correa-Ayram, es necesario tener en cuenta la conectividad en el desarrollo de planes de conservación, pues “mantener los paisajes conectados puede ser una estrategia adaptativa, supremamente robusta, supremamente útil para adaptarse al cambio climático porque los organismos, a través de que la superficie terrestre se va calentando, podrían ir encontrando sitios aptos para sobrevivir”. Correa-Ayram enfatiza en que la conservación de los corredores de conectividad debe pensarse para múltiples especies, evitando estrategias de conservación basadas en corredores para una especie en particular. El investigador dice que, teniendo en cuenta los usos de suelos en el país, se deberían planear corredores que permitan albergar más del 60 % de las especies, pues esto podría “ayudar a que se preserve ese otro 40 %”. (Le puede interesar: La deforestación en Colombia sigue aumentando. ¿Qué errores se están repitiendo?)
A esto se suma que no solo las especies de fauna se afectan por la falta de conectividad. “También la provisión de servicios ecosistémicos a los humanos se altera, impactando principalmente en las personas que habitan los bosques, por ejemplo, al verse alterada la movilidad de animales polinizadores o dispersores de semillas”. Un reto para el nuevo gobierno, dice Correa-Ayram, es tener una mirada socio-ecológica del paisaje: si las personas que habitan los bosques son los primeros que se ven afectados por la alteración de los servicios ecosistémicos, “hay que incluirlos en las estrategias de restauración, robustecer sus estructuras de gobernanza” y hacer con las mismas comunidades locales análisis de los flujos ecológicos que permitan, desde sus percepciones y experiencias, identificar cuáles son las prioridades en los planes de conservación.
*Este artículo es publicado gracias a una alianza entre El Espectador e InfoAmazonia, con el apoyo de Amazon Conservation Team.