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La bióloga Lizeth Russy, candidata a la maestría de biología aplicada de la Universidad Militar, se llevó una sorpresa mientras estudiaba los microorganismos presentes en el aire de la Amazonia colombiana. Tras analizar una muestra capturada en una estación científica en El Retorno, Guaviare, identificó una bacteria asociada a la presencia humana: Staphylococcus saprophyticus.
Esta especie coloniza habitualmente la piel y el aparato digestivo y, en ocasiones, se encuentra también en el tracto urinario. Se reconoce como un patógeno oportunista en las personas, especialmente en mujeres, siendo la segunda causa más común de infecciones urinarias, que por lo general se adquieren por contacto con fuentes ambientales o animales.
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Es por ello que a Russy le llamó la atención que el organismo estuviera en esa región. “Esto nos demuestra, básicamente, que la huella humana ya está presente en ecosistemas selváticos y en esta zona limítrofe, de frontera entre lo prístino y la intervención antropogénica”, dice.
El hallazgo fue producto de una investigación (publicada en la revista “Atmospheric Environment: X”) que adelantó un grupo de científicos del Instituto Amazónico de Investigaciones Científicas (Sinchi), la Universidad Militar, la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y la Universidad Externado de Colombia. El equipo se interesó en la atmósfera de la Amazonia, pues además de ser la mayor selva húmeda tropical y albergar el río más caudaloso, es uno de los emisores de bioaerosoles más importantes del planeta. En otras palabras, los bosques de esta región liberan una gran cantidad de partículas biológicas, como bacterias y esporas de hongos, que viajan a través del aire.
En la estación experimental “El Trueno”, del Sinchi, ubicada en una zona de transición entre la selva amazónica y los Llanos Orientales, los investigadores hicieron un muestreo de bioaerosoles cultivables, es decir, microorganismos que pueden crecer y reproducirse bajo condiciones adecuadas en un laboratorio. Allí encontraron la bacteria Staphylococcus saprophyticus.
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Aunque todavía hace falta mayor investigación para saber con certeza cómo ha llegado allí este organismo, Russy tiene una hipótesis: cree que pudo haber viajado a través de las fuentes de agua de Guaviare, pues muchas de estas áreas amazónicas no cuentan con sistemas de saneamiento para manejar los desechos humanos. Los residuos, entonces, suelen terminar en los ríos. Luego las corrientes de aire podrían levantar estas partículas que están en el agua y dispersarlas a través de un proceso denominado “aerosolización”.
Los científicos también hallaron la bacteria Staphylococcus gallinarum, asociada a aves de corral, lo cual podría ser resultado de las actividades avícolas en fincas aledañas. “Esto refleja la interacción entre la fauna doméstica, en este caso criar aves en masa, y los ambientes naturales. Los mismos procesos de aerosolización pueden estar llevando allí estas esporas desde los corrales”, menciona Russy. Ella y sus colegas, en suma, identificaron microorganismos asociados con la agricultura, por ejemplo del género Stenotrophomonas sp., que se usa como fertilizante para cultivos de tomate, trigo, maní, soya y espinaca.
Ómar Ramírez, ingeniero ambiental y sanitario, profesor de la Universidad Militar y otro de los autores del trabajo, recuerda que al equipo le interesaba analizar lo que sucede en estos lugares de encuentros ecológicos, donde se cruzan actividades humanas, como la ganadería, la agricultura y la minería, con zonas recónditas del Amazonas. “Ahí también hay un intercambio de material particular”, afirma el docente.
Pero el trabajo, además, reveló algunos aspectos positivos. Los investigadores registraron una amplia variedad de especies de Bacillus, unas bacterias capaces de vivir en diferentes condiciones, especialmente en el suelo, y que desempeñan funciones ecológicas importantes. Algunos de estos microorganismos promueven el crecimiento de las plantas y mejoran su tolerancia al estrés, sumado a que contribuyen al ciclo de nutrientes.
Sumar esfuerzos de investigación
Russy y sus colegas comprobaron una de las hipótesis que tenían antes de realizar el estudio: la cantidad de hongos presentes en el aire de la Amazonia colombiana es mayor que la de las bacterias. La investigadora explica que esto se debe a la gran variedad de este tipo de especies que se encuentran en la región, además de las condiciones ambientales que facilitan su dispersión.
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La humedad, por ejemplo, es uno de los principales factores que influyen en su proliferación. Evidencia de ello es el hongo Schizophyllum commune, del filo Basidiomycota, el cual los científicos hallaron en su estudio. Este organismo tiene un sombrero bastante grande, donde sus estructuras reproductivas liberan miles de esporas. “La lluvia o el viento son los medios que utilizan para dispersar esas esporas, por lo que se encuentran en grandes cantidades en el aire”, explica Russy.
Los científicos también descubrieron que los niveles de bacterias y hongos eran mayores durante las mañanas, cuando la humedad superaba el 85 %. Todos estos datos, asegura Ramírez, son un diagnóstico base para poder seguir haciendo comparaciones y realizar más estudios. A ojos del profesor, de este ejercicio surgen muchas vías de investigación.
“Encontramos tendencias de que si hay más humedad y más lluvias, proliferan los hongos, pero se podría plantear la pregunta opuesta: ¿Qué pasa si en el Amazonas avanzan dinámicas como la deforestación, que influye sobre los patrones de las lluvias? ¿Qué pasaría en un futuro si los porcentajes de humedad empiezan a reducirse”, cuestiona Ramírez. “Eso podría afectar la presencia de los hongos”.
Los autores explican que, sumado a que en el aire existen muchos tipos de partículas y que en el artículo solo se abordaron los bioaerosoles cultivables, en sus resultados incidió significativamente la época del año en que se hizo el muestreo. En este caso, se adelantó en marzo de 2024, durante la transición del período seco al húmedo, cuando aún persiste la corriente de aire conocida como chorro del Orinoco.
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Ladino explica que se trata de unos vientos de bajo nivel que soplan entre diciembre y marzo desde el Caribe, pasando por Venezuela, los Llanos colombianos y que llegan a la Orinoquia, y en menor medida a la Amazonia. De ese modo, si hay partículas de un incendio forestal que estén en la ruta, los vientos las van a arrastrar hacia allí.
Eso quiere decir que la concentración de microorganismos en el aire no solo varía dependiendo del contexto local. “El viento es un fluido que se moviliza y no tiene límites, no tiene barreras. Queremos mostrar que lo que está llegando al Amazonas ha pasado incluso por regiones lejanas. Este estudio nos ayuda entender que, antes de llegar al sitio, estos organismos recorrieron diferentes áreas y en ese trayecto hubo diferentes aportes antropogénicos, hay industrias, cultivos, entre otros”, dice Ramírez.
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Sin embargo, durante otras épocas del año, los vientos son más fuertes de sur a norte. Es por ello que los científicos recalcan la importancia de llevar a cabo monitoreos periódicos y comparativos, con el fin de integrar la mayor cantidad de variables posible. Para Russy, un muestreo riguroso y “juicioso con los tiempos y las épocas” podría servir para detectar “cambios invisibles en los ecosistemas amazónicos, mucho antes de que quizás se noten en la fauna, en la flora o en las mismas fuentes de agua”.
Su investigación sugiere que los microorganismos del aire pueden funcionar para comprender mejor la fragmentación ecológica, es decir, que ofrecen otro panorama sobre cómo la deforestación y las actividades humanas están afectando la selva. “El hallazgo más importante es que la vida está en el aire”, asegura Russy. “Los bioaerosoles también son bioindicadores”.
*Este artículo es publicado gracias a una alianza entre El Espectador e InfoAmazonia, con el apoyo de Amazon Conservation Team.
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