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Hace 16 años, cuando el biólogo Andrés Cuervo se encontraba realizando un trabajo en los Andes venezolanos, vio un ave que llamó su atención. Era un pájaro llamado frutero barrado (Pipreola arcuata) de plumaje verde y negro, con ojos color rojo anarajando, y de mayor tamaño que otras aves de la familia de las cotingas (cotingidae), a la que pertenece. Decidió tomarle una foto y subirla a Flickr, una plataforma que puede funcionar como red social, pero también como repositorio de imágenes. Cuando un colega suyo, Sergio Chaparro, la vio, lo primero que notó es que el color de los ojos de esa ave era diferente a las que él había visto de la misma especie.
“En ese momento, nos quedamos con esa pregunta abierta porque no había suficientes datos, ni fotos disponibles”, recuerda Cuervo, quien actualmente es el curador de la Colección Nacional de Aves del Instituto de Ciencias Naturales (ICN), de la Universidad Nacional, donde también es docente. El año pasado el tema volvió a surgir y esta vez cautivó el interés de la bióloga Karen Vanessa Pérez, quien decidió analizar resolver el enigma: ¿podía haber fruteros barrados con diferente color de iris?
Esta es una especie, que como muchas otras aves, habitan en el bosque nublado altoandino, que está desde Venezuela y la serranía del Perijá, en el norte de Colombia, hasta Bolivia, pasando por las tres cordilleras de nuestro país. “Aunque tiene esa distribución un poco amplia, no es que sea tan común en los lugares donde habita. Por ejemplo, si vas todos los días a Chinganza es poco probable que la veas siempre”, explica el profesor de la Nacional.
Por esto, lo que hicieron fue analizar las fotos que había en diferentes plataformas de ciencia ciudadana como eBird, iNaturalist, también en redes sociales, e incluso publicaron un flyer donde invitaban a las personas a compartir fotos de esta especie. “En total evaluamos 2.500 fotos, de las cuales quedaron 1.200. Cada una tenía dos cosas: se podía apreciar el color del iris y tenían coordenadas, lo cual es súper importante para hacer un mapa”, menciona Pérez.
Lo primero que notaron es que unos individuos tenían los ojos color rojo anaranjado, como el que había visto Cuervo en Venezuela, otros eran café oscuro, como los que había identificado Chaparro, y otros tenían los ojos amarillos. “Toda esa información la pusimos en una plataforma llamada Qgis para ver si había un patrón o si los colores se mezclaban”, agrega Pérez.
Además de las fotos, los biólogos también analizaron la información de los ejemplares que había en museos y colecciones de otros países. Para esto recurrieron a la Academia de Ciencias Naturales de la Universidad de Drexel y el Museo de Ciencias Naturales de la Universidad Estatal de Luisiana (Estados Unidos), el Museo de Biología del Suroeste de la Universidad de Nuevo México, el Museo de Historia Natural de Dinamarca (Universidad de Copenhague) y la Colección Ornitológica Phelps (Venezuela). En total, analizaron 107 etiquetas que contenían la información de esta especie y encontraron que también había diferentes colores del iris.
“Ambas cosas se complementaron, porque los biólogos vamos a muestrear a un lado y la gente que sube fotos de ciencia ciudadana a otro lado. Normalmente, los biólogos vamos a lugares más recónditos”, dice Pérez.
El lugar influye
El siguiente paso era mirar si los diferentes colores del iris se debía a un poliformismo (cuando en una misma población los individuos tienen diferentes características observables), o si había una estructura gráfica, es decir, que en unos sitios todos los individuos de esa especie tienen un color de iris, y en otro son de otro color.
Después de poner todos los datos en un sistema, se dieron cuenta de que se trataba de la segunda opción. En la cordillera de Mérida, en Venezuela, los fruteros barrados tienen el color del iris rojo; en la cordillera Central y Oriental de Colombia, cambia a color café, en la Occidental; desde el noroccidente antioqueño hacia el sur, por los Farallones de Cali y hasta Munchique al occidente de Popayán, sos ojos vuelven a ser rojos. En cambio, hacia Ecuador y Perú, el iris es más amarillo.
¿Por qué sucede ese fenómeno? Cuervo, el curador de la colección de aves en la Universidad Nacional, explica que en la distribución de algunas aves, como la del frutero barrado, hay muchos valles secos y cañones como el Chicamocha o del Río Patía, que separan montañas. Eso quiere decir que la mayoría de las aves que habitan en esas zonas, con el tiempo, van adquiriendo diferencias porque las poblaciones se mantienen aisladas. Eso se puede reflejar en los patrones del plumaje, los cantos y en la genética de cada población.
En el caso de Pipreola arcuata, en el río Mantaro en Perú, por ejemplo, están las poblaciones con color de ojos café, pero al cruzar el río están las de iris amarillo. “Los ríos, las montañas y los valles interandinos son barreras geográficas que son capaces de delimitar a las especies, es decir, separarlas, crear nuevas especies. Aunque es un proceso que demora miles de años”, dice la bióloga Pérez.
En algunos casos esos cambios pueden obedecer a temas fisiológicos, es decir, si es macho o hembra, si es juvenil o adulto, pero con el frutero barrado este no es el caso, pues los biólogos miraron ejemplares y fotografías de individuos con diferentes características y todos seguían el mismo patrón.
Por eso, lo que están haciendo ahora es un estudio genético para saber que ha influido realmente en este cambio de una población a otra, y corroborar, entre otras cosas, qué tan diferente es la población que tiene los ojos color rojo en la cordillera occidental, de la que se encuentra en Venezuela.
También han surgido otras preguntas que requerirán de más tiempo de estudio: ¿Qué tan similares o diferentes son los cantos de esta especie en un lugar y en otro? ¿Por qué hay poblaciones con color de iris rojo en dos lugares diferentes? Para resolverlas, hay un elemento que, a los ojos de los investigadores, puede ser clave y ayudará a entender la evolución de las especies: la ciencia ciudadana.
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