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Nuestra privilegiada esquina del planeta (Opinión)

La biodiversidad en Colombia, comprendida e investigada, puede convertirse en un motor de desarrollo económico y bienestar social.

Thomas Walschburger*
25 de abril de 2024 - 04:00 p. m.
Sobre el mundo de posibilidades que se abre en un país megadiverso / Foto: Felipe Villegas
Sobre el mundo de posibilidades que se abre en un país megadiverso / Foto: Felipe Villegas
Foto: Felipe Villegas-Vélez

La biodiversidad de Colombia es la historia de millones de años de formación geológica del territorio. Hace unos 30 millones años el paisaje era distinto. Suramérica no estaba conectada con el norte del continente, el Amazonas era un río relativamente pequeño y la cordillera de los Andes aún no se elevaba hacia el cielo. Con el tiempo la geografía fue cambiando: la selva Amazónica ganó terreno, el gran río que la recorre aumentó su caudal, y se alzaron las grandes cadenas montañosas del país.

Esos cambios geológicos llevaron a la explosiva diversidad de ecosistemas que caracteriza al país. El crecimiento de ríos y montañas, la aparición y desaparición de lagunas y la ampliación de regiones selváticas, generaron varias barreras naturales que aumentaron la diversidad de fauna y flora del territorio: las especies se separaron y formaron nuevas, a medida que unos individuos se adaptaban a su nuevo entorno. Solo la Orinoquía tiene un 35% de especies endémicas.

Colombia es uno de los 17 países megadiversos del mundo que, en conjunto, albergan más del 70% de la biodiversidad del planeta a pesar de ocupar menos del 10% de la superficie. En nuestro caso, tenemos el privilegio de atesorar el 10% de la diversidad de flora y fauna de la Tierra, y ser el país con mayor número de especies de aves y anfibios. En 2023, durante el Global Big Day, el encuentro de avistamiento de aves más grande del mundo, se reportaron 1,530 de las 1,954 especies de aves del país, que son el 20% del total global.

A pesar de ello, Colombia se ha empeñado en desarrollarse dándole la espalda a esa riqueza natural. En vez de verla como una oportunidad, predominó una visión más simplista de cómo transformar esa naturaleza incomprendida, que llevó a ver un rápido avance en la deforestación, en la ampliación de la frontera agrícola y en la siembra de grandes monocultivos. No se le dio suficiente valor a la exploración científica de las selvas, los páramos y las llanuras, que pudo haber llevado a un mayor conocimiento de la naturaleza y al descubrimiento de más plantas medicinales, resinas e incluso perfumes.

La megadiversidad, bien comprendida e investigada, puede convertirse en motor de desarrollo económico y bienestar social. Por ejemplo, a medida que el crecimiento poblacional obliga al país a encontrar la manera de aumentar su producción agrícola y ganadera sin que ello implique una mayor deforestación, no hay mejor aliado que la misma naturaleza del territorio, pues sirve para nutrir los suelos, controlar las plagas y enfermedades y aumentar la capacidad de adaptación del ganado a ese agreste medio. Además, es clave para ayudarnos a mitigar los impactos del cambio climático, porque los ecosistemas biodiversos son más resilientes.

Los ecosistemas ricos en flora y fauna no son una barrera para el crecimiento de la sociedad. Por el contrario, hasta permiten diversificar los negocios: en hectáreas de selva bien conservada se pueden montar proyectos investigativos que atraigan a científicos del mundo entero, desarrollar el ecoturismo, y vender las cosechas de frutas locales a heladerías o empresas de productos de belleza. El límite lo pone el conocimiento de esa naturaleza y la capacidad de imaginación.

*Coordinador de ciencia de The Nature Conservancy

Por Thomas Walschburger*

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