Mientras usted lee este artículo, la embarcación Falkor (too) está en el mar uruguayo con 37 científicos a bordo. Zarpó el pasado jueves desde Montevideo para emprender un viaje de casi un mes en el que explorará una porción del océano que nunca nadie ha visto. Sus sofisticados vehículos (o ROV, como los llaman) pueden sumergirse hasta los 4.500 metros y capturar muestras, videos y fotografías de ecosistemas y animales que desafían las imágenes de lo que creemos que habita el mar. En su paso por Argentina, el Falkor (too) acaba de hacer eso, precisamente: sacudir durante tres semanas a 4 millones de personas que vieron en vivo, por primera vez, lo que se escondía en el fondo de su océano.
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“La expedición ha sido una experiencia única para mí”, dijo a través de un comunicado el biólogo Daniel Lauretta, jefe científico del Museo Argentino de Ciencias Naturales Bernardino Rivadavia y del CONICET, una entidad estatal a la que los científicos argentinos le tienen mucho aprecio.
Desde que tocó tierra, él y sus colegas no han parado de dar entrevistas sobre lo que vieron y cómo lograron llegar hasta allí. Después de todo, sus transmisiones rompieron los récords de las que ha hecho el Schmidt Ocean Institute, dueña de la embarcación y fundada por Wendy Schmidt y Eric Schmidt, exdirector de Google: ya las han visto 17,5 millones de veces. Un impacto más lo comentó otro miembro del equipo en alguna entrevista: les han dicho que hay jóvenes estudiantes que ahora sueñan con ser biólogos marinos.
Santiago Herrera también llegó a su casa en Estados Unidos hace unos pocos días. Como investigador principal del Laboratorio Herrera de Ecología y Evolución de Aguas Profundas de la Universidad de Lehigh, acompañó toda la travesía del buque mientras daba un vistazo al océano profundo, es decir, a ese lugar al que ningún humano puede llegar buceando y en el que la ausencia de luz le impide a cualquier organismo hacer el proceso de fotosíntesis. Aunque en 2014 un buzo egipcio logró la hazaña de bajar 332,5 metros, es inimaginable llegar al promedio de profundidad del mar: unos 3.800 metros.
No era la primera vez que Herrera, biólogo colombiano, se subía a una embarcación para hacer ciencia y descubrir lo que hay en el fondo del océano. Lo ha estado haciendo desde 2009 y ya se mueve como pez en el agua. En el paso del Falkor (too) por Argentina estuvo al frente de recolectar muestras de ADN ambiental en el agua.
“Llevé un equipo con el que podemos filtrar agua debajo del mar, porque tomar esas muestras es muy importante: nos permite tener una perspectiva más grande de lo que ven las cámaras del ROV”, explica en una llamada. Si los lentes con los que está equipado ese robot, tan grande como una buseta, permiten ver alrededor de unos dos metros cuadrados, con el ADN ambiental un científico puede hacerse una buena idea del estado del ecosistema.
Cuenta Herrera que al tiempo que se embarcaba por primera vez en una de esas expediciones, empezó a darle vueltas la idea de que en Colombia se pudiera hacer una. En 2009 había empezado su doctorado en Oceanografía Biológica en un programa conjunto del Massachusetts Institute of Technology (MIT) y del Woods Hole Oceanographic Institution, y no le pareció descabellado que esos buques, que comenzaban a financiar filántropos, pudieran hacer una parada en el puerto de Cartagena. Después de todo, argumenta, conocemos muy poco de nuestro océano profundo.
Para decirlo en palabras de Luisa Dueñas Montalvo, Ph.D. en Ciencias Biológicas y profesora asociada a la Universidad Nacional, en el Caribe tenemos algún conocimiento de lo que hay en los primeros 200 metros y hasta los mil metros, pero “nos quedamos cortos cuando queremos ir más allá”. Son datos que han provenido, principalmente, de exploraciones de empresas de hidrocarburos e investigaciones del Invemar. Pero si hablamos del conocimiento que tenemos del Pacífico colombiano, añade, mientras navega en uno de esos buques, en medio de una tormenta en las Islas Marshall, “estamos a años luz de lograr lo que sabemos del Caribe”.
A Herrera le pareció que había manera de llenar ese vacío y, junto a Dueñas y otros investigadores colombianos como Juan Armando Sánchez, Director del Laboratorio de Biología Molecular Marina y doctor en Ciencias Biológicas de la Universidad de los Andes, iniciaron, por esos años, el largo camino para traer uno de esos barcos al mar Caribe y hacer lo mismo que el Falkor (too) hizo en Argentina.
Pero cuando recuerda el episodio, Herrera apenas suelta unas carcajadas de incredulidad. “Después de muchos esfuerzos y permisos, diez días antes de reunirnos con el barco en Cartagena, que venía de Brasil, llegó una carta y paró todo en seco. Teníamos todo financiado; y tiquetes y maletas listas. Pero con el dolor del alma nos tocó escribirles a los científicos, institutos y universidades que se cancelaba la expedición. Todavía no entiendo la razón”.
“Con el dolor del alma nos tocó escribirles a los científicos, institutos y universidades que se cancelaba la expedición”.
Santiago Herrera
“Desmoralizante” es el mejor adjetivo que se le ocurre para calificar lo que sucedió el 4 de agosto de 2017, cuando recibió aquella carta de un párrafo de la Autoridad Marítima Colombiana, la Dimar.
La expedición que se canceló con un párrafo
La buena noticia de que había interés (y plata) para que un barco con todos los equipos científicos llegara a Colombia, la recibió Juan Armando Sánchez el 15 de marzo de 2017. Después de varios ires y venires, y de aplicar a convocatorias de las organizaciones que estaban mapeando el océano, Robert Munier, del equipo de Woods Hole Oceanographic Institution, con sede en Estados Unidos, le envío una carta de un poco más de una página.
En ella le informaba que la misión que había propuesto y que estaría liderada por Santiago Herrera, de la U. de Lehigh, y Timothy Shank, de Woods Hole Oceanographic Institution, había sido aprobada. Se llevaría a cabo en una embarcación llamada Alucia, de 56 metros de largo y 11,88 metros de ancho, equipada con todo lo necesario para llegar al fondo del océano en el Parque Nacional Natural Corales de Profundidad. Tendrían a su disposición equipos como el ROV Hybrid-Tether y Rover sumergibles, que podían tomar imágenes en alta resolución y transmitirlas en vivo. También laboratorios para procesar muestras. La idea, escribió Munier, es que la expedición se llevara a cabo entre el 13 de agosto y el 7 de septiembre de 2017, zarpando desde Cartagena.
“Tener esa oportunidad era un sueño”, recuerda Sánchez, Ph.D. en Ciencias Biológicas. “No teníamos que poner un solo peso. Ellos se encargaban de todo. Nosotros solo teníamos que encargarnos de buscar los permisos. Ahí empezó la tarea kafkiana”.
Como estaban a contrarreloj, el equipo tuvo que moverse con velocidad. Tocaron puertas en Parques Nacionales Naturales, en el Ministerio de Ambiente, en el Invemar, en la Cancillería y en la Comisión Colombiana del Océano, entre otras entidades. Bajo el brazo tenían buenos argumentos que habían incluido en el proyecto, al que llamaron Programa COLDEX: COLombia Deep EXploration.
Por un lado, detallaron, una vasta extensión de territorio de aguas profundas (aproximadamente, 800.000 km2) ha permanecido inexplorada e inaccesible, debido a la falta de tecnologías. Por otro, tenían la certeza de que podrían descubrir una buena cantidad de especies nuevas, pues la diversidad del sur del Caribe no había sido explorada en detalle. “Es considerada como uno de los hotspots más importantes de la biodiversidad marina de aguas someras en el mundo”, agregaban.
Tenían otra razón de peso en su propuesta: la aparición del Istmo de Panamá, esa porción de tierra que unió a América del Norte con América del Sur hace unos 15 millones de años, aisló los ecosistemas de los océanos Pacífico y Atlántico. Posiblemente, tomaron rumbos evolutivos diferentes y valía la pena estudiar esos lugares. Era una “pieza clave del rompecabezas biogeográfico global”.
Lo que buscaban, entre otras cosas, era determinar qué tipo de fauna había en el PNN Corales de Profundidad, tomar muestras para hacer secuenciación de ADN y estudiar junto a geólogos la diversidad de tipos de rocas y hábitats que nadie había visto a más de 300 metros. Y claro, como sucedió en Argentina, esperaban divulgar tanto como pudieran su trabajo, tanto en tiempo real como luego de que se acabara la expedición.
Como escribieron en el documento, que también estaba firmado por Luisa Dueñas y Alejandro Henao, ya habían recibido expresiones de apoyo de la dirección del Minambiente, el PNN Corales de Profundidad y la Comisión Colombiana del Océano. Por si quedaban dudas, adjuntaban un par de cartas de las personas a cargo de estas dos últimas entidades, en las que resaltaban la importancia de investigar ese territorio.
“Hasta conseguimos recursos para el combustible para la lancha de Parques Nacionales. Era todo gratis. Siendo conservadores, el costo de esa expedición rondaba los US $200 mil por día. Eso quiere decir, que 21 días podrían valer más de US $4 millones”, calcula Herrera. “Habíamos hecho un equipo con investigadores locales, funcionarios, universidades porque la idea era que fuera un proyecto colombiano. El único sector que no estaba presente era la industria [de hidrocarburos] porque era un trabajo exclusivamente científico”.
Pero cuando creían que estaba todo listo y el barco venía rumbo a Cartagena, les cayó un baldado de agua fría. La Dimar, la Autoridad Marítima Colombiana, que regula todo lo que ocurre en el mar, les envió una carta firmada por el contralmirante Paulo Guevara Rodríguez, entonces director general marítimo:
“(...) me permito informarle que una vez cumplido el procedimiento de consultar a las entidades establecidas en el Título 5 del Decreto 1070 de 2015, el Ministerio de Defensa Nacional - Armada Nacional indicó que no considera conveniente ni viable la autorización para llevar a cabo dichas exploraciones. Teniendo en cuenta lo anterior y surtido por tanto el procedimiento, la Dirección General Marítima no autoriza la investigación científica solicitada, y por tanto se procederá al archivo de la misma”. (Los errores de puntuación son de la Dimar, a quien consultamos, pero no logramos obtener respuesta antes del cierre de esta edición).
La profesora de la Universidad Pontificia Bolivariana, Paula Zapata, Ph.D. en Geociencias Marinas, usa un viejo refrán para resumir lo que pasó: se quemó el pan entrando al horno.
¿Exploraremos nuestros mares en profundidad?
Es difícil encontrar a alguien que se mueva en esa rama de la ciencia en Colombia que no recuerde el trago amargo que les hizo pasar la Dimar en 2017. Herrera, desde Estados Unidos, hoy dice que aún no entiende qué sucedió, pero cree que es hora de que el país haga un “cambio profundo” si quiere que barcos del calado de Falkor (too) y Alucia ayuden a estudiar lo que está en el fondo del océano: “El acceso al mar no solo puede depender exclusivamente del Ministerio de Defensa Nacional. Claro que entiendo que haya zonas sensibles y asuntos internos de seguridad, pero el acceso a conocimiento y a la ciencia en la parte sumergida no tiene por qué estar bajo control miliar”.
“Es una lástima. Estamos desconectados de lo que pasa en el resto del mundo: vemos el fondo del mar como un secreto militar”, complementa Juan Armando Sánchez. “Los colombianos tenemos derecho de saber cómo es nuestra topografía en tierra y también debajo del mar. Nosotros debemos saber qué hay, dónde y cómo está. Ahora, hay zonas sensibles que son arqueológicas y entiendo perfectamente que no se deba liberar información”, añade Luisa Dueñas.
Ninguno lo menciona, pero una posible explicación que dan otros investigadores tiene que ver con un incómodo “vecino” que hay en el PNN Corales de Profundidad: el Galeón San José. Al parecer, el temor de que alguien halle “algo” impide abrirle las puertas a la ciencia. Sin embargo, todos reiteran que la Dimar siempre tiene un puesto fijo en cada buque que sale a investigar.
Aunque algunos han perdido la esperanza de que una oportunidad como la del Woods Hole Oceanographic Institution vuelva a aparecer, la profesora Zapata cree hoy soplan mejores vientos. Con los cambios de dirección en la Dimar, han venido nuevas conversaciones para abrirle la posibilidad a barcos extranjeros que estén equipados con artefactos para “ver” el océano profundo. “Hay un muy buen relacionamiento y una muy buena disposición. Ya hay, incluso, términos de referencia para que pueda entrar un barco internacional con esos propósitos”, asegura. En 2022, de hecho, un buque alemán lo hizo bajo un proyecto para investigar sedimentos, en el que estaban las universidades del Norte, Antioquia y Nacional y Ecopetrol.
Ha habido otro par de eventos que le hacen creer a Zapata que el camino se está despejando. El primero sucedió el 9 de junio de este año: se lanzó la Red Latinoamericana de Exploración de Aguas Profundas (LADEN). Ella hizo parte del equipo colombiano, junto a Fabio Arjona, director de Conservancy Internacional Colombia; el exministro de Ambiente, Carlos Correa; Sandra Bessudo, cabeza de la Fundación Malpelo; y Marta Díaz, subdirectora de Parques Nacionales Naturales.
El segundo tiene que ver con el esfuerzo que están haciendo investigadores —entre los que está Zapata— para traer el REV Ocean a Colombia, otro sofisticado buque de investigación científica, de 195 metros de largo. Hace dos meses hicieron una reunión en Cartagena para explorar futuras colaboraciones. Si esta vez cuentan con suerte y ninguna piedra extra en el zapato, es posible que en el 2027 esté en aguas del Caribe, para luego ir al océano Pacífico.
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