Las piangueras transforman su arte en el Pacífico para proteger los manglares

Desde hace al menos una década, ellas han implementado distintas medidas para hacerle frente a la sobreexplotación que padece la piangua, un molusco que es sustento de miles de familias de la región, favoreciendo también la conservación de los manglares.

César Giraldo Zuluaga
25 de diciembre de 2022 - 06:02 p. m.
Este grupo de mujeres ahora sabe que el mangle no solo esconde a las pianguas, sino también captura el dióxido de carbono (CO2) de la atmósfera, uno de los principales gases de efecto invernadero detrás del cambio climático.
Este grupo de mujeres ahora sabe que el mangle no solo esconde a las pianguas, sino también captura el dióxido de carbono (CO2) de la atmósfera, uno de los principales gases de efecto invernadero detrás del cambio climático.
Foto: El Espectador

“Nosotros lo heredamos de nuestras tatarabuelas y abuelas”, dice la pizarreña Lina Rivas sobre el piangueo, un arte que se practica en el Pacífico colombiano, cuyo origen es desconocido, pero que para esta mujer de poco más de 30 años de vida y pingueo puede remontarse hasta las épocas de la Independencia. Desde entonces la rutina ha sido la misma. Salen rumbo a los manglares cuando la marea baja. Ya en el bosque, mientras luchan por atravesar las enormes raíces expuestas del mangle, al tiempo que se hunden en el barro hasta las rodillas y pelean contra la chitra, el tábano y los zancudos, “analizamos la parte de donde vamos a sacar la piangua, nos fijamos sobre todo que el suelo no esté muy duro”, agrega Sandra Murillo, quien le lleva un par de años más a Lina. Ambas integran el consejo comunitario de San Andrés de Usaragá, que dorma parte del municipio costero de Bajo Baudó, a media hora en avión desde Medellín.

Lo que sigue para Lina y Sandra, así como para las más de 30.000 familias que se dedican al piangueo en los cuatro departamentos del Pacífico colombiano, es introducir sus brazos en el barro frío, sobre todo en el que se encuentra junto a las raíces del mangle rojo. Sin poder ver, palpan con sus dedos esperando encontrar una superficie dura que les indique que puede tratarse de la concha de la piangua, un molusco ovalado de color marrón. En cada faena, una mujer puede recolectar entre dos y tres docenas de piangua, que es como suelen medir el éxito de una jornada de trabajo. La libra se vende en los mercados locales a $6.000 y de cada concha extraen la carne que usan para preparar sudados, empanadas, ceviches y otro largo número de recetas tan ancestrales como el mismo arte. (Lea: Una solución al problema de basuras en Leticia)

A pesar de que la rutina y el arte del piangueo han pasado de generación en generación por cientos de años, Lina y Sandra reconocen que ellas pianguan con más cuidado respecto a como lo hacían sus madres o abuelas. Matilde Mosquera, quien realiza la práctica desde que tiene ocho años y ahora es parte de la Asociación Comunitaria de Mujeres Piangueras de Bahía Málaga, también cree que el arte ha cambiado. Para explicar cómo, recuerda una encuesta que hicieron hace poco más de 10 años en el interior de su consejo comunitario. “Anteriormente nuestros abuelos sacaban 200 docenas de piangua. Actualmente, el promedio es de 20 docenas”.

El problema que describe Mosquera se conoce como sobreexplotación en términos técnicos y, según la Autoridad Nacional de Acuicultura y Pesca (Aunap), para 2014 la mitad de especies marinas utilizadas en Colombia estaban sobreexplotadas. En el caso de la piangua, la explotación insostenible del recurso se vio agravada hacia inicios de este milenio, cuando la carne del molusco paso de ser usada exclusivamente para el autoconsumo y se incorporó al intercambio comercial con Perú y Ecuador. (Lea: Descubren un nuevo tipo de bacteria en los delfines rosas de la Amazonia brasileña)

Por ejemplo, un estudio liderado por los investigadores Raúl Cruz y Carlos Borda da cuenta de la problemática que se vivió en Tumaco, municipio de Nariño, el departamento donde se extrae la mayor cantidad de piangua. Mientras en la década de los 70 se sacaban 100 toneladas al año de piangua, para 2004 esa cifra aumentó vertiginosamente hasta las cerca de 3.300 toneladas.

A raíz de la sobreexplotación, hace 22 años la Aunap emitió una resolución indicando que la talla mínima (el tamaño) para la captura de la piangua era de cinco centímetros. Desde entonces, recuerda Karen Ledesma, funcionaria de la autoridad en Bajo Baudó, empezó un trabajo de pedagogía y sensibilización con las mujeres, que son quienes realizan en mayor medida el piangueo, junto con ONG como WWF y WCS y las Corporaciones Autónomas Regionales. Aunque la funcionaria reconoce que todavía hay comunidades donde no han podido generar la conciencia, destaca que en gran parte de la región se respeta la normatividad.

Uno de los ejemplos más exitosos se da en el consejo comunitario de las comunidades negras de La Plata, Bahía Málaga, de donde proviene Mosquera, quien cuenta que “desde hace 13 años nos dedicamos al monitoreo del ecosistema manglar de forma voluntaria”. “Cuando las piangueras están regresando de sus faenas, nosotras estamos pendientes”, dice Marlyn Valencia, una de las 10 mujeres que actualmente se dedican por completo al monitoreo. (Lea: Groenlandia: glaciares se están derritiendo 100 veces más rápido)

“Vamos a su canoa y les decimos ‘venimos a hacer el monitoreo’. Vaceamos las pianguas y las medimos con el pianguimetro”, continúa Valencia haciendo referencia a un pequeño tablero de plástico que tiene las medidas determinadas por la Aunap. Los moluscos que están por debajo de los cinco centímetros son decomisados. Además, llevan un registro de cuántas pianguas saca cada mujer y si son moluscos hembra o macho. Gracias a este juicioso ejercicio, en este consejo comunitario saben que 161 personas se dedican al piangueo, de las cuales 104 son mujeres.

Pero el monitoreo es solo una de las medidas con las que las piangueras le hacen frente a la sobreexplotación. Lina y Sandra, de Bajo Baudó, cuentan que también han implementado vedas voluntarias, es decir, períodos en los que dejan de extraer piangua para que la población se recupere. Ledesma, de la Aunap, resalta el hecho de que las vedas sean voluntarias y añade que tienen conocimiento de que en otras zonas de Chocó y el Valle del Cauca, también se estén llevando a cabo.

Otra de las medidas que se está ejecutando en Nuquí, Bajo Baudó, Bahía Málaga y otros municipios del Pacífico consiste en la zonificación del manglar. Rivas explica que hay tres zonas: la de uso sostenible, de donde extraen piangua; la de recuperación, en donde dejan de pianguar por algunos meses, y la de restauración, que son bosques de manglar que han sembrado ellas mismas y que solo podrán empezar a ser utilizados hasta dentro de 10 años. (Lea: Los pingüinos emperador podrían estar “casi extintos” antes de que acabe el siglo)

Por ese conjunto de acciones para conservar tanto al molusco como al mangle, es que las piangueras han sido reconocidas desde hace décadas como “las guardianas del manglar”, como recuerda Ledesma. Ahora, cuando un estudio realizado por la Universidad Nacional y la del Valle señala que la cobertura de manglar en el Pacífico se redujó en un 6,8 % entre 2009 y 2019 por cuenta de la deforestación, las piangueras reclaman que sean reconocidas y tenidas en cuenta para seguir protegiendo estos bosques.

Este grupo de mujeres ahora sabe que el mangle no solo esconde a las pianguas, sino también captura el dióxido de carbono (CO2) de la atmósfera, uno de los principales gases de efecto invernadero detrás del cambio climático. De hecho, según diversos estudios, se estima que los bosques de manglar pueden retener más CO2 que el bosque húmedo tropical. Por eso esperan que ahora que los bonos de carbono están empezando a entrar con fuerza en la región, sean ellas las llamadas a revalidar el apelativo que por décadas han construido.

Sin embargo, hasta el momento no ha sido posible. Por ejemplo, el consejo comunitario donde vive Mosquera empezó a ejecutar un proyecto de Pagos por Servicios Ambientales (PSA) desde 2020. Pero de las 36.000 hectáreas que están contempladas para el proyecto, ninguna cobija a los manglares. El problema, apuntan tanto Mosquera como el representante legal de otro consejo comunitario de la región que igual ejecuta un proyecto de PSA, es que los manglares no están titulados para los consejos. Por eso, una de las solicitudes que más repiten las mujeres piangueras, está dirigida al Ministerio de Ambiente, a quien le hacen un llamado para que permitan incluir dentro de las titulaciones el bosque de manglar. De esta manera, consideran, podrían seguir pianguando mientras cuidan el mangle. Aunque con una gran diferencia: sus ingresos económicos se verían mejorados. Así, creen ellas, podrían ser reconocidas por una labor que llevan décadas realizando sin la retribución adecuada.

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