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En su último libro, Jane Goodall se preguntó si es posible mantener la esperanza en un mundo marcado por las guerras y el cambio climático. En respuesta, la investigadora, admitió en esas líneas sentir en ocasiones desaliento por lo que ocurre en el planeta, pero sostuvo que la esperanza constituía algo vital para sobrevivir.
Y para esto son claves los relatos “y las voces de quienes le plantan cara al mal son más poderosas e inspiradoras, e incluso cuando pierden la vida, su voz aún resuena largo tiempo después de su desaparición, legándonos su entusiasmo y esperanza; esperanza en la bondad última de este extraño y conflictivo animal humano que evolucionó a partir de una criatura de aspecto simiesco hace seis millones de años”, escribió.
(Lea Adiós a Jane Goodall: así despide el mundo a una gran primatóloga y conservacionista)
Este miércoles 1 de octubre se extinguió su voz, que, a través de su trabajo científico, no solo amplió el conocimiento sobre chimpancés y otros primates, sino que ayudó a modificar el relato que los seres humanos teníamos sobre nuestra especie, así como nuestra relación con la naturaleza. Goodall, retomando sus ideas, nos dio y nos sigue dando esperanza.
“Jane Goodall falleció a sus 91 años este martes por causas naturales. Se encontraba en California como parte de su gira de conferencias en Estados Unidos”, informó, al mediodía de este miércoles, el instituto dedicado a la conservación que lleva su nombre. “Los descubrimientos de la doctora Goodall como etóloga revolucionaron la ciencia, y ella fue una incansable defensora de la protección y restauración de nuestro mundo natural”.
Goodall, quien nació en la primavera de 1934 en Inglaterra, saltó a la fama mundial por su trabajo científico, en el que documentó el comportamiento de chimpancés en el este de África. Sus investigaciones, que pronto fueron difundidas a través de documentales y libros, mostraron cómo estas especies fabricaban y utilizaban herramientas, realizaban danzas grupales y —quizá en una de sus características más dicientes— participaban en guerras organizadas.
En su libro ‘A través de una ventana: mis treinta años con los chimpancés de Gombe’ relató una de esas observaciones que la llevaron a hacer grandes descubrimientos. “Estaba en cuclillas junto al montículo de tierra roja de un nido de termitas y, mientras lo observaba, vi cómo empujaba con cuidado una larga tallo de hierba hacia un agujero en el montículo. Al cabo de un momento, la retiró y recogió algo del extremo con la boca. Era obvio que estaba utilizando la brizna de hierba como herramienta”.
Estos hallazgos se dieron a conocer a partir de 1963, cuando National Geographic financió sus estudios en la Reserva de Chimpancés de Gombe Stream, en lo que hoy es Tanzania. En estos viajes, ocurridos en el contexto de la Guerra Fría, tuvo que superar enfermedades, frustraciones, así como depredadores para poder contar la vida de los miembros de las tropas de primates que observó.
Sus descubrimientos, mostraron cómo grupos de chimpancés —la especie genéticamente más cercana a los humanos— criaban a sus miembros más pequeños y las formas en las que establecían jerarquías sociales. Como explicó uno de sus mentores, Louis Leakey, su trabajo solo dejaba dos opciones: “Ahora debemos redefinir ‘herramienta’, redefinir ‘hombre’ o aceptar a los chimpancés como humanos.”
No fueron expediciones fáciles para Goodall, que decidió hacer ese viaje en una década (1960) en la que, como mujer, no era nada sencillo abrirse un espacio en la ciencia. En particular, su metodología, alejada de lo convencional de la época, causó controversia entre sus colegas al dar, por ejemplo, nombres a los primates que estudiaba. A pesar de las críticas, se mantuvo firme en sus convicciones. El documental Jane, producido por The National Geographic, retrata bien esos días y cómo, poco a poco, ganó el lugar que merecía.
Debido a sus contribuciones a la ciencia, fue admitida en la década de los sesenta al programa de doctorado en Etología de la Universidad de Cambridge, a pesar de no contar con un pregrado universitario. Después de esto, fue nombrada doctora honoris causa en más de cuarenta y cinco universidades del mundo y, en su carrera, recibió más de 100 premios.
Uno de estos fue su reconocimiento como Mensajera de la Paz de la ONU, uno de mayores reconocimientos para ciudadanos en el mundo, en parte por su trabajo por la protección de los hábitats de los chimpancés y otras especies que estudió a lo largo de su vida. Este nuevo giro en su carrera se dio luego de asistir a una conferencia sobre conservación en África en 1986.
“Fue impactante ver que en toda África, dondequiera que se estudiaban chimpancés, los bosques estaban desapareciendo”, indicó en declaraciones a medios de comunicación. “Fue entonces cuando me di cuenta de que el papel que debía desempeñar era asegurarme de que la próxima generación fuera mejor administradora de lo que nosotros habíamos sido. Y necesitaba llevar ese mensaje al mundo”.
Además de viajar por el mundo abogando por la conservación de los ecosistemas, fundó el Instituto Jane Goodall, que se dedica a la conservación de la vida silvestre, en particular en el Parque Nacional Gombe para proteger el hábitat de las especies que pasó años estudiando.
“Jane Goodall cambió para siempre la forma en que las personas piensan, interactúan y cuidan el mundo natural”, dijo Daniela Raik, directora ejecutiva interina de Conservación Internacional. “Su fallecimiento es una profunda pérdida para nuestro movimiento y nuestro planeta. Su legado perdura, no solo a través de recuerdos y elogios, sino también en la convicción que inspiró a muchos: que podemos revertir el cambio climático, detener la pérdida de biodiversidad y reparar la naturaleza”.
La UNESCO se unió a los mensajes para recordar el legado de Jane Goodall. En horas de la tarde, publicó este mensaje: “Goodall se presentó ante el mundo con un mensaje de esperanza, recordándonos que nuestro futuro depende del cuidado de los gorilas, de la vida silvestre y de nuestro planeta. Sus palabras fueron sencillas, pero profundas: la esperanza reside en la acción, y cada uno de nosotros tiene el poder de proteger la frágil red de vida que nos sustenta”.
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