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‘Los alimentos orgánicos no son, necesariamente, buenos para el planeta’

Christine Gould es parte del comité asesor científico de la Cumbre de las Naciones Unidas sobre Sistemas Alimentarios. Gran parte de su vida la ha dedicado a estudiar un desafío enorme: ¿cómo dar de comer a todos los seres humanos? El Espectador conversó con ella.

María Camila Bonilla

28 de marzo de 2023 - 07:00 a. m.
Christine Gould fundó la red Thought for Food en 2013.
Foto: Carmen Wong Fisch
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Gran parte de nuestras vidas gira en torno a la alimentación, y desde distintos sectores se han propuesto distintas iniciativas para lograr alimentar a los más de 840 millones de personas que estarían afectadas por el hambre para final de la década. Christine Gould es una de las personas que han tratado de responder a este reto. Gould tiene un máster en administración pública, política científica y tecnológica de la Universidad de Columbia y es parte del comité asesor científico de la Cumbre de las Naciones Unidas sobre Sistemas Alimentarios. En 2013 fundó Thought for Food, una red para que jóvenes de todo el mundo “desarrollen soluciones audaces a los problemas de la alimentación del mundo”.

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En conversación con El Espectador, habló sobre los retos del sistema alimentario actual, sobre el rol de las nuevas generaciones en la creación de soluciones globales frente al cambio climático y otros cambios y cómo la democratización de la biotecnología podría lograr que semillas mejoradas lleguen a las manos de cualquiera. (Lea: Los más afectados por la contaminación del aire en Bogotá)

¿Cuándo empezó a interesarse por la agricultura y los sistemas alimentarios?

Ha sido una pasión y una búsqueda de toda la vida. Crecí en una granja y, de hecho, he dedicado mi carrera educativa a estudiar política científica y tecnológica, y rápidamente vi que el mejor lugar para aplicar la pasión que tenía para cambiar el mundo era la agricultura. En mis estudios de posgrado estudié el papel de las universidades a la hora de impulsar estrategias nacionales de innovación, sobre todo en Estados Unidos, y si ese modelo podía reproducirse en otros lugares. Entonces decidí dedicarme a este ámbito tras graduarme en el máster, me fui a Europa, donde estuve trabajando tanto en la Unión Europea como en la política agrícola mundial, y me incorporé a una gran multinacional, y he estado construyendo la organización Thought for Food durante los últimos 10 años. Como quería llenar algunos vacíos, veía dónde y cómo se producía la innovación.

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¿Qué vacíos ha observado en el mundo de la agricultura?

Viajaba por el mundo y trabajaba en política agrícola y adopción de tecnología. Y una cosa que noté en estas discusiones sobre cómo vamos a alimentar a 10 mil millones de personas en 2050 era que todo el mundo en esa sala no iba a estar vivo en 2050. Y no solo eso, sino que eran ancianos con trajes grises, gente de negocios o viejos agricultores. Esto fue hace una década, y en ese momento, el mundo de la tecnología y la escena startup estaba despegando. Yo pensaba: ¿cómo podemos traer ese espíritu a este sector [de la agricultura]?

Así que la primera brecha que quería llenar fue una de edad y la segunda fue una de creatividad. Ese espíritu emprendedor, ese pensamiento innovador que literalmente dio vida a los teléfonos inteligentes, reconfiguró la industria musical, introdujo el computador doméstico en nuestra vida cotidiana... quería que eso mismo ocurriera en la agricultura. (Lea: La deuda de los buques y el sector marítimo con el cambio climático)

En uno de esos momentos estereotípicos, con un amigo, estábamos escribiendo en una servilleta y nació la idea de Thought for Food. Nuestra idea fue hacer una competencia de startups, centrada en los jóvenes, enfocada en el impacto.

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Cuando se piensa en agricultura y sistemas alimentarios vienen a la mente varios retos. ¿Cuáles cree que son los más urgentes en estos momentos? ¿Ha cambiado su perspectiva al respecto desde que creó Thought for Food?

Siento una gran pasión por el poder de la biotecnología, y estaba muy decidida a poner las herramientas de las semillas mejoradas y la biotecnología en manos de más gente. Pero creo que lo que he aprendido es que eso es solo una parte de la historia, pero hay aspectos fundamentales que pueden marcar una gran diferencia, y ahora creo que lo digital es un elemento que cambia las reglas del juego. Si pudiéramos llevar internet o al menos la conectividad móvil a los agricultores del mundo en las zonas rurales su capacidad para acceder a la información que necesitan y tener más poder en el sistema alimentario sería mucho mejor.

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Ahora mi percepción es que la tecnología es parte de la historia, pero en realidad lo que me apasiona es la democratización de la capacidad de innovar y tener información. ¿Cómo hacer que la biotecnología no esté solo en manos de las multinacionales, sino en manos de los institutos de investigación de todo el mundo, de los agricultores, para que puedan cultivar las semillas que quieran utilizar? ¿Cómo les damos la información utilizando la conectividad digital? (Lea: Aguacate hass, de un éxito en el Super Bowl a posible riesgo para un lorito colombiano)

¿Qué opina de cómo se distribuyen estas soluciones tecnológicas y sus beneficios entre los países de rentas baja, media y alta?

Hace 10 años la tecnología solo estaba al alcance de los grandes países ricos, que tenían todo el poder, y de las grandes empresas, pero pienso que la mayoría de los agricultores y jóvenes del mundo están en economías emergentes y países en desarrollo. De hecho, creo que tenemos la oportunidad única de que estos países, por ejemplo Colombia, se adelanten a los mercados establecidos, porque los sistemas no están desarrollados ni arraigados como en Estados Unidos o Europa. Allí hay muchas estructuras establecidas y cosas que funcionan así porque siempre lo han hecho, pero en un lugar como Colombia o el sudeste asiático, estos sistemas aún no se han formado, por lo que existe la posibilidad de que estos nuevos avances lleguen y hagan cosas que no han sido posibles en otros mercados.

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Creo que el futuro de la agricultura y de nuestros sistemas alimentarios estará en el Sur Global. Gran parte de esa innovación vendrá de países como Colombia, por Colombia y para Colombia.

Y eso es un poco también por qué este viaje fue tan emocionante para mí. ¿Cómo construimos la innovación propia que puede beneficiar a Colombia y Latinoamérica, y sus necesidades específicas? ¿Cómo logramos conectar eso a las oportunidades globales? Porque los desafíos que enfrentamos son globales, el cambio climático es global, la alimentación y la seguridad es en realidad un problema mundial, a pesar de que afecta a las personas a nivel local. Todas son cosas a las que nos vamos a enfrentar: si la gente tiene hambre, eso lleva a conflictos, lleva a la inestabilidad de la sociedad, todo está interrelacionado.

En su experiencia con Thought for Food, ¿qué puentes se han tendido para encontrar soluciones en diferentes sistemas alimentarios?

Escribí un libro sobre este mismo tema, y hay un capítulo entero dedicado a tender puentes. Veo mucho potencial en las próximas generaciones. Los jóvenes de nuestro mundo, los nativos digitales, son muy astutos en el uso de herramientas digitales para resolver todo tipo de problemas, muy emprendedores, en gran parte porque muchos de los sistemas en los que confiaban las generaciones anteriores se han derrumbado.

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Hay estudios al respecto que demuestran que, en el mundo actual, las próximas generaciones tienden a centrarse más en el impacto y los objetivos, y menos en las finanzas que las generaciones anteriores, y esto se aplica en todas partes, no solo en los mercados desarrollados. Ese tipo de atributos y actitudes hacen que las próximas generaciones sean realmente apasionantes agentes de cambio.

Por todo eso, son capaces de mantener nuevos tipos de conversaciones que en realidad no se habían producido antes. ¿Qué significa esto para la agricultura y la alimentación? Significa tender puentes entre zonas que antes no se comunicaban. ¿Cómo pueden encajar los organismos genéticamente modificados (OGM) en el conocimiento indígena? ¿Podemos hablar de agricultura regenerativa y productividad?

Creo que, si lees los medios de comunicación, todo lo que vas a ver es polarización en los sistemas alimentarios, pero cuando hablas con las próximas generaciones, ves que están hartas de eso, quieren encontrar soluciones. Los problemas a los que nos enfrentamos son demasiado grandes, demasiado urgentes, y ahora no es el momento de luchar por un punto de vista, tenemos que resolver el cambio climático, ¿cómo trabajamos juntos para hacerlo?

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Si podemos seguir desarrollando esa capacidad, el cambio será profundo. No se trata solo de facilitar la creación de empresas y la tecnología, sino de normalizar esta nueva forma de abordar temas complejos. Equipar a las empresas para que digan: no necesitamos tener las respuestas nosotros mismos, debemos escuchar estas ideas locas de los jóvenes e incluso darles espacio para que se afiancen y crezcan.

¿Hay historias o ejemplos de las iniciativas que ha visto que respalden esta creencia?

Por supuesto. Hay una foto que me viene a la mente que muestra a un miembro de nuestra comunidad, un brasileño, y dirige la organización Renature. Está dedicada a la agricultura regenerativa y una premisa fundamental de esta es el suelo. Y, a través de Though for Food, ha conectado y se ha hecho amigo de otro tipo llamado Henry Gordon Smith, que es el señor de la agricultura de interior. Todo lo que hace es agricultura de ambiente controlado, a menudo sin suelo, porque se pueden optimizar las condiciones de cultivo y se pueden utilizar estos sistemas acuapónicos.

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Ellos han comenzado a conectar y compartir entre sí, en esta forma de: ¿qué podemos aprender del otro? Los dos estamos aquí para hacer los sistemas alimentarios más sostenibles, ayudar a alimentar a la gente, se preocupan por el planeta...Y se dieron cuenta de que tenían más en común que sus diferencias.

Y un último ejemplo: Cultivando Futuro, nuestro equipo de Colombia que ganó en 2017. Cuando estábamos en la pandemia, construyeron esta aplicación capaz de recopilar rápidamente información sobre los agricultores, en Colombia, en particular los pequeños agricultores, fuera de la red. Y, cuando recibimos fotos de agricultores de la India que no podían llevar sus productos a los mercados, fue muy trágico verlo. Cultivando Futuro se acercó a nosotros y nos dijeron que querían abrir la interfaz de programación de la aplicación, para que los participantes de Thought for Food no tuvieran que empezar de cero.

Así lo hicieron, un equipo de la India se puso manos a la obra, creó una solución para ayudarles a resolver algunos de los problemas de la cadena de suministro durante Covid y luego lanzamos colectivamente algo en el TFF llamado “Colectivo de colaboración Covid”. De hecho, lo enviamos a toda nuestra comunidad de innovadores, para que quien tuviera soluciones y conocimientos, los pudiera compartir porque todos estábamos pasando por esa terrible experiencia. Ahora tenemos una base de datos con todas estas soluciones. Es esa colaboración global la que puede ayudar a acelerar nuestros esfuerzos individuales.

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A medida que surge más tecnología en el campo de la agricultura, ¿qué aspectos cree que son clave para comunicarla al público?

Creo que se trata de humanizar la tecnología y comunicarla como algo positivo para las personas y el planeta. No se trata de hablar de la tecnología por el hecho de serlo, sino de explicar cómo encaja en beneficios más amplios para nuestros sistemas alimentarios y cómo puede beneficiar a los agricultores y a los consumidores. Cuanto más abiertos y transparentes seamos sobre lo que sabemos y lo que no sabemos, más aceptación podremos crear en la gente. Creo que la gente huele las mentiras y algunos quieren conocer la ciencia que las sustenta y que esa información sea accesible y comprensible. Algunos no quieren conocer la ciencia que hay detrás, solo quieren saber que es seguro, necesitamos que todas las partes interesadas encuentren esa comunicación auténtica y honesta.

Lo que no va a funcionar es el ‘lavado verde’, sobre todo con los jóvenes. Incluso hemos oído que odian la palabra “agricultura regenerativa” por esta razón, porque dicen: todo el mundo dice que está regenerando, pero ¿cómo lo sabemos, cómo lo medimos, cómo lo verificamos? Las claves son: dejar de maquillar de verde, ser abiertos y transparentes y ser humanos. Es difícil, porque la industria no está acostumbrada a funcionar así, pero es un mundo nuevo, con nuevas reglas y los jóvenes están creciendo con una nueva forma de obtener información. Los que trabajamos en innovación y tecnología también tenemos que darnos cuenta de que estamos hablando de algo tan fundamental como la comida, que es la base de la vida, lo que te metes en el cuerpo.

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Yo estoy a favor de la biotecnología, pero las personas que están en contra de la biotecnología, son tan anti biotecnología, como yo estoy a favor de ella. No se puede simplemente decirles que están equivocados, solo provoca que estén a la defensiva y eso es lo que no necesitamos.

¿Qué hace que la agricultura sea “sostenible”, más allá de que un producto se clasifique o no como orgánico, por ejemplo?

El malentendido de lo orgánico... Es como un atajo cognitivo, porque la gente quiere apoyar alimentos que se alineen con sus valores y que sean buenos para el planeta, y lo orgánico no cumple necesariamente esos criterios, pero es lo que la gente cree. Se compra orgánico porque no está asociado a lo industrial. Ahora bien, ¿significa eso que los transgénicos, que técnica y legalmente no están incluidos en lo orgánico, son malos? En realidad no, y los transgénicos pueden ser una parte importante de las soluciones sostenibles, pero de nuevo, se trata de encajarlos en el contexto no solo de la tecnología, sino de cómo se introducen y a quién benefician.

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Cuando vemos que los OGM benefician a los pequeños agricultores, es el tipo de cosa que puede hacer pensar a la gente que hay algo valioso ahí.

Si le preguntas a alguien, qué alimentos no son sostenibles, te dirá que la carne es insostenible, porque es la que más emisiones de carbono tiene asociadas, pero es muy nutritiva. La cuestión es cómo se produce la carne, en qué cantidades y cuánto se come. Responder a qué alimentos son sostenibles es muy difícil y contextual. No quiero decir que un tipo de sistema alimentario sea lo que necesitamos, pero sabemos lo que no queremos: no queremos sistemas alimentarios que contaminen, que destruyan nuestra biodiversidad, que acaben con los ecosistemas. Pero, ¿significa eso que comer mariscos y animales es malo? No. Tenemos que encontrar el sistema adecuado para cultivar todo esto de manera que pueda tener un impacto positivo en el planeta, las economías y las comunidades, y en particular en las personas que han sido excluidas de los beneficios anteriormente, como las personas vulnerables, las personas marginadas, los pequeños agricultores. Pero tenemos que darles las herramientas que nos lleven a esos objetivos.

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¿Qué hace falta para transformar el sistema alimentario?

Los sistemas alimentarios son solo un elemento de todos los sistemas en los que funciona nuestro mundo. Se puede cambiar una parte, pero hay que pensar en los sistemas económicos, políticos y climáticos, todo está interrelacionado. Para mí, de nuevo, transformar el sistema alimentario tiene que ver con actitudes y enfoques, con más apertura, más colaboración, más experimentación, y con poner el propósito en primer plano de por qué hacemos negocios, no para ganar dinero, sino para garantizar que la gente tenga alimentos y alimentos que hagan mejor al mundo. Transformar el sistema alimentario no es solo dar comida a la gente, sino hacer que la comida sea un agente de mejora de nuestra experiencia humana. Y es la tarea de todo.

En 2020 la invitaron a formar parte del comité asesor científico de la Cumbre de las Naciones Unidas sobre Sistemas Alimentarios. ¿Cómo fue participar en este comité?

Fue una experiencia estupenda ver a las Naciones Unidas decir que la alimentación es una cuestión sistémica. Gran parte de la forma en que la ONU y los gobiernos abordaban la alimentación era que tenían su agenda sobre el hambre, la de nutrición, la del cambio climático. El intento, distinto, fue decir: todo esto está interrelacionado, no se puede hablar del hambre sin hablar de la nutrición, no se puede hablar de la nutrición sin hablar del cambio climático. Buscamos nuevas formas de trabajar juntos. Así que todo el modelo fue que creamos coaliciones de múltiples partes interesadas para impulsar las agendas de acción. Fue de alta velocidad y me pareció muy energizante y mi gran revelación es que me gustaría que hubiéramos ido más lejos.

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Yo no trabajo en el mundo de la ONU, que por naturaleza tiene que ser un poco más lento que el mundo de las startups, donde estoy. Decía: ¿por qué no sentamos a la mesa a Elon Musk y Starlink, o sentamos a Microsoft y al sector de las telecomunicaciones? Quería ir más allá, pero entiendo que es complicado cuando hay tantos países e intereses. El impulso está ahí, solo quiero ver más. Y a esto me refería con lo de ser experimental: no tenemos tiempo para hacer las cosas de la manera habitual, ¿por qué no estamos invitando a la mesa a todas estas partes interesadas? Sé por qué no lo hacemos, pero me gustaría que fuéramos capaces, como seres humanos, de decir: puede que esto no tenga el mejor argumento comercial, pero va a suponer una gran diferencia y, cuando la sociedad esté mejor, ese será el argumento comercial para todos.

Estamos empezando a formar estas coaliciones de personas, porque no podemos resolverlo solo como empresas agrícolas o alimentarias, tenemos que incorporar a estos otros actores. Ellos se van a beneficiar de la entrada de más gente en su ecosistema tecnológico y nosotros nos podemos beneficiar porque podemos poner la información en manos de los agricultores y empezar a hacer mejor las cosas en estos lugares en los que, ahora mismo, es difícil hacerlo.

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¿Cómo ve el futuro próximo de Thought for Food?

En la última década hemos creado un movimiento de base que ha sido realmente humilde e inspirador ver cómo se hacía realidad. Pero para los próximos 10 años, la pregunta es: ¿cómo tomamos la movilización de base y la comunidad que hemos construido y convertirla en la fuerza para el cambio a gran escala? Hemos demostrado el concepto, ahora toca llevarlo al siguiente nivel. La otra cosa que pienso es que el covid-19 ha cambiado el mundo, así como todo lo que ha sucedido desde entonces con la guerra. Algunos expertos lo llaman desglobalización, pero se trata de un resurgimiento del interés por las cuestiones nacionales, y una de ellas es la seguridad alimentaria nacional, que ahora ocupa un lugar destacado en la agenda de muchos países, ya sea Malasia o Colombia.

Creo que es emocionante. Ahora bien, lo que tenemos que evitar es dejar de lado la promesa de la interconexión que trajo la globalización. Por lo tanto, la próxima década va a ser sobre, no la aceleración de las startups, sino la aceleración de la transformación que el mundo necesita en torno a los sistemas alimentarios y el aprovechamiento de nuestra comunidad mundial para el impacto local.

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¿Qué ideas o principios cree que van a ser importantes para el futuro de la agricultura y los sistemas alimentarios?

Apertura, colaboración, experimentación, y eso incluye valentía para que la gente pueda hacer cosas que no se han hecho antes. Cuando hablo de apertura, también me refiero a la apertura a las tecnologías, a abrir la mente a nuevas ideas, a mirar a otras industrias. Por ejemplo, esto es un poco al azar, pero me he inspirado en la industria de la música. Básicamente, las estructuras de poder de los sellos fueron desmantelados cuando un grupo de muchachos llegaron y construyeron Napster y Limewire o iTunes. Es un tipo de forma de pensar de cómo podemos hacer creaciones patentadas más disponibles.

Si dejamos a un lado todo el bombo y platillo sobre las criptomonedas, nos podemos fijar en los principios subyacentes, que son cómo diseñamos nuevos tipos de modelos de gobernanza para las comunidades y cómo invertimos en nuevas formas que puedan desmantelar a los intermediarios, que están capturando el valor, y las estructuras de poder que existen.

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¿Qué podemos aprender de eso? ¿Hay algo que pueda aplicarse a una nueva forma de innovación democratizada en la agricultura, en la que los pequeños agricultores sean de repente los que reciban la inversión y puedan compartir sus conocimientos con más gente? Para mí, ese va a ser el futuro.

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Por María Camila Bonilla

Periodista con intereses en las áreas de medio ambiente, movimientos sociales y democracia, y conflictos y paz.mbonilla@elespectador.com
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