En la Cumbre de Biodiversidad de la ONU (COP16), que se llevó a cabo entre octubre y noviembre del año pasado en Cali, hubo un tema que enfrentó a lo largo de las dos semanas a Colombia y Brasil con un bloque de países africanos: el reconocimiento del rol de los afrodescendientes en el Convenio sobre la Diversidad Biológica (CDB) como parte fundamental en la conservación de la naturaleza.
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Como contamos en su momento, tras unas llamadas de la vicepresidenta de Colombia, Francia Márquez, a delegados de la República Democrática del Congo, las negociaciones entre las partes se aceleraron y, en la plenaria final, los 196 países adoptaron la propuesta de Colombia y Brasil, lo que, para muchos, fue calificado como un hecho histórico.
Después de todo, nos decía hace unos meses Jhon Antón Sánchez, docente del Instituto de Altos Estudios Nacionales de Ecuador (IAEM) y miembro del Movimiento Social Afrodescendiente de las Américas, “tenemos una cosmovisión caracterizada por su relación estrecha con el medio ambiente y la naturaleza”.
Ahora, ocho meses después del histórico reconocimiento, un grupo de científicos, liderados por la organización Conservación Internacional, publicó la primera investigación que, combinando datos estadísticos, espaciales e históricos, cuantifica el papel de los pueblos afrodescendientes en la protección de la naturaleza. Los resultados de su estudio fueron publicados este martes 22 de julio en la revista académica Nature Communications Earth and Environment.
Los impactos de un cuidado histórico
Martha Cecilia Rosero Peña, directora de Inclusión Social en Conservación Internacional y una de las autoras de la reciente investigación, sintetiza de buena manera lo que ha pasado con los afrodescendientes y su reconocimiento en el cuidado de la naturaleza: “Los pueblos afrodescendientes de las Américas han servido durante mucho tiempo como administradores ambientales sin reconocimiento ni compensación, inclusive, la mayoría de sus territorios ni siquiera están formalmente reconocidos”.
Tener los primeros datos sobre los beneficios que se han generado de ese cuidado ambiental, fue lo que impulsó al equipo de científicos a realizar este estudio. Para esto, se centraron en las tierras de afrodescendientes reconocidas en Brasil, Colombia, Ecuador y Surinam, donde tienen derechos de gestión sobre 9.9 millones de hectáreas de tierra. Esto, para hacerse una idea, corresponde al 1 % del total de 1.000 millones de hectáreas de superficie terrestre que tienen los cuatro países analizados.
El principal hallazgo, tiene que ver con una problemática que afecta a varios países de la región: la deforestación. En las tierras de afrodescendientes, las tasas de deforestación fueron un 29 % más bajas cuando estaban dentro de Áreas Protegidas; un 36 % más bajas cuando estaban fuera de Áreas Protegidas; y un 55 % más bajas cuando estaban al borde de un Área Protegida.
Pero la reducción de la deforestación no fue el único impacto positivo identificado en el estudio. El 57 % de estas tierras se encuentran dentro del 5 % de áreas con mayor biodiversidad a nivel global. Al mismo tiempo, contienen más de 486 millones de toneladas de carbono, lo que pone de relieve que “su protección continua bajo la gestión de la comunidad afrodescendiente es esencial para prevenir los peores efectos del cambio climático”.
Para Hugo Jabini, líder Maroon de derechos humanos y ambiente de la tribu afrodescendiente Saamaka de Surinam, “este estudio es muy importante para nosotros, el pueblo Saamaka, ya que destaca por primera vez cómo, a través de nuestra profunda conexión cultural y espiritual con la tierra, hemos mantenido áreas forestales vitales”.
La subrepresentación de los pueblos afrodescendientes
Con estos resultados, líderes como Jabini esperan que sirva para generar conciencia y que los dirigentes políticos, entre otros, dejen de verlos “como meros demandantes de territorios”. Y es que, de acuerdo con Sushma Shretha, directora de Ciencia Indígena, Investigación y Conocimiento en Conservation International y autora principal del artículo, “durante siglos, las comunidades afrodescendientes han gestionado paisajes que sostienen tanto a las personas como a la naturaleza, sin embargo, sus contribuciones siguen siendo en gran parte invisibles”.
Una forma de evidenciar esta “invisibilización”, denuncian los científicos, es lo que sucede en las cumbres ambientales, como las COP de cambio climático o las de biodiversidad. “Aunque casi una de cada cuatro personas en América Latina se identifica como afrodescendientes, los pueblos afrodescendientes están en gran medida subrepresentados en foros ambientales globales”, advierten los investigadores. Estos espacios son claves, pues allí se definen políticas, financiamiento y decisiones de liderazgo.
“La participación en foros internacionales como la COP30 puede mejorar significativamente la visibilidad, representación e influencia del liderazgo afrodescendiente en la política ambiental global, contribuyendo a una gobernanza más equitativa y ambiental,” apuntó el líder de Surinam.
Pese a esto, la subrepresentación en negociaciones multilaterales no es el único reto que enfrenta la población afrodescendiente en la región. Conscientes de esto, los investigadores emitieron un llamado a adoptar al menos tres medidas cuya implementación son necesarias.
La primera de ellas, apunta al reconocimiento legal de los territorios afrodescendientes para asegurar su protección continua. Como contamos hace algunos meses, el primer atlas que mapeó la presencia de comunidades afrodescendientes en 15 países de América Latina (incluido Colombia), encontró que hay más de 32.600.000 hectáreas (ha) de tierras rurales en las que hay asentamientos afrodescendientes. Sin embargo, apenas hay 8.300.000 ha hectáreas de tierra tituladas colectivamente a las comunidades, mientras que 5.211.000 hectáreas se encuentran “reclamados o en solicitud de reconocimiento y demarcación”.
La segunda medida, pasa por aumentar la investigación y el financiamiento para apoyar a los afrodescendientes y su trabajo de conservación, mientras que la última, apunta a integrar las prácticas sostenibles de gestión territorial utilizadas por los pueblos afrodescendientes en las políticas climáticas y de biodiversidad globales.
“La evidencia es indiscutible —concluyó Rosero, de Conservación Internacional—; el mundo tiene mucho que aprender de sus prácticas de gestión territorial”.
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