Durante las primeras semanas de este año, un par de hechos presentados al interior de dos Parques Nacionales Naturales (PNN) han revivido el debate por los retos que enfrenta el ecoturismo en estas áreas protegidas, sobre todo en aquellas que tienen nevados. El primero de ellos está relacionado con el fallecimiento de Kevin Hernando Bocanegra, un joven de 25 años que se encontraba en el PNN Los Nevados.
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Según el reporte policial, citado por PNN, Bocanegra presentó síntomas gripales en un sector conocido como Arenales “por lo cual decidió suspender el ascenso a la cumbre del volcán Nevado del Tolima. Lamentablemente, su estado de salud se fue deteriorando y después se confirmó su fallecimiento”. De acuerdo con versiones extraoficiales que están siendo investigadas por las autoridades, el guía que acompañaba a Bocanegra no estaba registrado ante Parques, un requisito indispensable establecido en el protocolo para acceder a esta zona.
El segundo hecho se dio a conocer a mediados de esta semana a través de videos difundidos en redes sociales. En ellos se observa a un grupo de turistas extranjeros en el PNN El Cocuy que asciende por el glaciar en el sector de Ritacuba Blanco, una actividad prohibida por PNN al hacer parte del territorio del Resguardo Unido U’wa. Representantes de esa nación indígena rechazaron los hechos al considerarlo una “profanación a nuestra montaña sagrada”. Los turistas, advertidos por otros visitantes, respondieron que habían viajado desde muy lejos e invertido mucho dinero para llegar hasta el nevado.
Mientras las investigaciones avanzan en ambos casos, científicos e investigadores han llamado la atención sobre los retos que plantea el crecimiento del ecoturismo y turismo de naturaleza en las áreas protegidas del país. Aunque reconocen que es una actividad estratégica de conservación, proponen una serie de medidas y recomendaciones para que disminuyan los riesgos para los turistas y ecosistemas, al tiempo que se fortalecen las acciones de control y monitoreo de las entidades competentes.
Otros, como Jorge Luis Ceballos, el único glaciólogo del país y funcionario del Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales (IDEAM), destacan el rol que los turistas podrían jugar en el monitoreo de la desaparición de los glaciares en el país.
“La preservación de los glaciares es uno de los retos más apremiantes de la humanidad. Estas antiguas formaciones de hielo no son solo agua congelada, son los guardianes de la historia climática de nuestro planeta, la fuente de vida de miles de millones de personas y lugares sagrados para muchas culturas. Su rápida desaparición es un crudo recordatorio de que debemos actuar ahora”, señaló Audrey Azoulay, directora General de la UNESCO, este martes durante la inauguración del Año Internacional de la Conservación de los Glaciares, en el que el IDEAM participará de forma activa.
En Colombia, apunta Ceballos, se estima que los seis glaciares que quedan desaparecerán para fin de siglo, si se mantienen los ritmos de descenso actuales. Él, que lleva 20 años recorriéndolos, está seguro que el turismo tiene un papel importante por destacar, pese a que es consciente de los retos que esto implica.
El turismo que aumenta en ecosistemas frágiles
Aunque rastrear el origen del turismo puede ser un ejercicio dispendioso —hay quienes lo sitúan en la Antigua Grecia, mientras otros lo ubican a mediados del siglo XIX—, para hablar del ecoturismo y turismo de naturaleza, no hace falta devolverse tanto en la historia, dice el geógrafo especialista en turismo, ambiente y territorio, José Alejandro Ospina. En Colombia, como en gran parte del mundo, surgió a mediados de los años 90, “cuando se dieron las primeras alertas de que el cambio de la temperatura global se debe a causas antrópicas (causadas por la humanidad)”. Desde entonces, asegura Ospina, esta tendencia global, que valora más los destinos con atractivos de índole natural, ha venido en aumento.
La situación en las montañas blancas, como las llama Jorge Luis Ceballos, ha seguido una trayectoria similar. Si bien no existen muchos registros, Ceballos, que va a completar dos décadas de estudios sobre los glaciares, resalta el atractivo que hace siglos sintieron los pueblos indígenas por estos lugares, muchos de ellos asociados a su cosmovisión. Los primeros ascensos, recuerda, fueron realizados por geógrafos y fotógrafos europeos en las décadas de los 30 y los 40 del siglo pasado.
Poco después, hacia 1970, empezó a desarrollarse el montañismo colombiano. Durante décadas, el ascenso a los nevados estuvo concentrado en estos grupos. La situación empezó a cambiar con el inicio del milenio, cuando en sus constantes recorridos comenzó a cruzarse de manera cada vez más frecuente con grupos de turistas. Sin embargo, Ceballos ubica el “boom” desde 2016, luego de la firma del Acuerdo de Paz entre el Estado colombiano y las FARC.
Como puede ver en el gráfico que acompaña este artículo, el total de ingreso de visitantes a los PNN por año ha venido en constante aumento desde 2010. De 681.000 visitantes que registraron estas áreas protegidas ese año, la cifra creció hasta 1’967.672 en 2019, un incremento de cerca del 190 % en una década. En los últimos años, tras la emergencia sanitaria por el covid-19, el ecoturismo en los parques que tienen esta vocación ha ido recuperando la tendencia de hace cinco años.
Para Ospina, el aumento de este tipo de turismo refleja una paradoja, “porque nosotros como país nunca le dimos la importancia debida a las instituciones con la misionalidad que tiene PNN y otras entidades del sector ambiente. De repente, ante el incremento exponencial por ver lugares naturales, empezamos a tener una narrativa de ofrecernos como el ‘país de la naturaleza’, cuando esto nunca fue una prioridad en la construcción de nación”.
Allí, complementa Sandra Milena Henao, directora del Grupo de Investigación en Turismo Sostenible (Gritus), de la Universidad Tecnológica de Pereira (UTP), radica una de las principales problemáticas por las que “la capacidad de PNN se ve cada vez más limitada”. Eso sí, advierte Henao, los retos que plantea el ecoturismo en áreas como Los Nevados o el Cocuy, no empiezan ni acaban con entidades como Parques y requieren también acciones por parte de los turistas y operadores.
Los tres grandes retos del ecoturismo en los nevados
Desde sus inicios, escribieron los profesores Juan Ricardo Gómez y Daniel Ricardo Calderón en uno de los capítulos del último informe de ‘Parques Cómo Vamos’, “la vocación turística de los PNN ha sido evidente. El aumento de visitantes en los PNN (...) ha llevado a la adopción del ecoturismo, convirtiéndose en la alternativa que reconcilió la dicotomía entre conservación y uso de las áreas protegidas”.
Este aumento de visitantes en los 37 PNN de los 59 que tienen vocación ecoturística, asegura Ospina, plantea tres retos importantes. En primer lugar, está el hecho de que se pueda recibir a una cantidad determinada de personas que no afecten el entorno natural. Además del impacto ambiental, apunta Henao, el segundo desafío consiste en que las entidades competentes puedan ejecutar sus funciones de control y monitoreo de los visitantes.
El tercer reto, continúa el geógrafo, tiene que ver con que “esas personas se lleven un mensaje interpretativo positivo en cuanto a la valoración de la conservación y de sus áreas protegidas”. En otras palabras, se trata de que se cumpla uno de los objetivos de PNN con el ecoturismo y es que sea una estrategia de conservación.
Sobre el primer reto, no hay mucha información. En el artículo de Gómez y Calderón, publicado en octubre de 2024, los profesores de las universidades Javeriana y Externado, respectivamente, señalaron que “no es clara la incidencia del ecoturismo en los procesos de conservación y restauración de los ecosistemas”. Tampoco son claros, dicen los investigadores, “los indicadores que evidencian que los impactos negativos del turismo en los PNN se han reducido con la finalidad de generar una actividad más sostenible”. Ante este vacío, señalaron la necesidad de estudios e investigaciones que demuestre que el ecoturismo es una estrategia de conservación para los PNN.
Contrario a la evidencia sobre el impacto ambiental, los retos frente a las funciones de control y monitoreo son más abundantes. Uno de los problemas que tiene PNN en Los Nevados, donde se encuentran tres de los seis nevados que tiene el país —Santa Isabel, Tolima y Ruíz—, son los ingresos irregulares. De acuerdo con datos de la entidad, para octubre de 2022 se estimaba que 80.000 personas ingresaban a esta área protegida, de las cuales 40.000 lo hacían de forma irregular, es decir, por puntos de ingreso que no están autorizados, lo cual no solo pone en riesgo a los turistas, sino que puede generar una carga mayor a la estimada sobre los ecosistemas del área.
En otros nevados, como el Cocuy o la Sierra Nevada de Santa Marta, donde el ascenso a los puntos más altos está restringido por considerarse lugares sagrados para los pueblos indígenas que habitan estas zonas, se reportan, como se vio esta semana, turistas o montañistas que omiten la prohibición, reconoce Ceballos. Además, agrega Henao, pese a que existe una normativa sólida que regula el acceso a estos espacios, como la obligación de contratar un guía registrado y adquirir un seguro, las falencias en el control y el monitoreo impide que estos requisitos sean validados, incluso en los turistas que ingresan de forma regulada.
A la poca cantidad de funcionarios de PNN en las áreas protegidas y el bajo presupuesto para el sector ambiental, Ospina y Henao mencionan la extensión de los parques como uno de los limitantes para ejercer un control y monitoreo efectivo. Para hacerse una idea, el PNN Los Nevados comprende unas 61.388 hectáreas, siendo más grande, por ejemplo, que ciudades como Manizales.
Estas falencias, añade Manuel Tiberio Flórez, PhD en Ciencias Ambientales de la UTP, no solo ponen en peligro a los turistas, como en el caso de Bocanegra, sino que también pueden generar mayores impactos en los ecosistemas. A estos riesgos, Ceballos agrega el respeto que se debe tener por los glaciares que están en resguardos indígenas y cuyo ascenso está prohibido por razones culturales.
Aunque Flórez y Henao señalan que un mayor presupuesto podría robustecer las funciones de control y monitoreo de PNN, aseguran que “ni un batallón” sería suficiente para cubrir todos los accesos irregulares que existen, por ejemplo, en Los Nevados. Ante una normativa que consideran robusta, creen que buena parte de la solución que las autoridades enfrentan en esta materia pasa por involucrar de manera más activa a las comunidades que viven en las áreas protegidas y en las zonas de amortiguación.
“Las comunidades pueden prestar el servicio de guianza, interpretación, alojamiento, entre otros —asegura Flórez—. Y al hacerlo ellos, aparece la gobernanza local, lo que quiere decir que todos los actores que habitan en el área protegida, trabajan en función de la conservación, respondiendo a los lineamientos institucionales”. En palabras de Henao, se trata de que existan procesos de formación, “no solo para el turismo, sino para la defensa del territorio a través del turismo” y en donde las comunidades locales también se vean beneficiadas de estas actividades.
Si bien los expertos coinciden en que no es tan fácil hacer un balance sobre el tercer reto, que busca que el ecoturismo sea una estrategia de conservación, estiman que es un frente que todavía debe fortalecerse. De acuerdo con Ceballos, “no se trata de que visitar un nevado sea solo una aventura física en la que ‘conquistas’ una montaña, sino que sea un turismo más reflexivo, con una dimensión científica y educativa”.
PNN y el IDEAM ya han avanzado en este sentido. Muestra de esto, cuenta el glaciólogo, son los ‘senderos del cambio climático’ que existen en los nevados de Santa Isabel, Tolima y Cocuy. “Como yo sé dónde ha estado el glaciar desde hace siglo y medio, pusimos unas vallas que le indican al turista dónde estuvo el glaciar en distintos momentos del siglo pasado”, agrega Ceballos.
Aunque prefiere ser cauto con los retos que plantea el ecoturismo frente al control y monitoreo por parte de las entidades competentes, Ceballos ve en el turismo “una gran oportunidad”. Si bien los glaciares se están extinguiendo, y se estima que para finales de siglo ya hayan desaparecido todos, cree que la sociedad también tiene una responsabilidad de monitorear su desaparición.
“Yo les digo a los visitantes, ‘no se entristezcan porque el cambio climático nos está acabando los glaciares’. Esto es un proceso que hay que aceptarlo y es una oportunidad única. Una foto que tomemos, y que al día siguiente servirá solo para mostrársela a la familia y los amigos, será una evidencia histórica construida entre todos dentro de 10 o 20 años”.
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