Hace un poco más de una semana la Tierra superó otro umbral crítico. Por primera vez, el 17 de noviembre, alcanzó una temperatura (del aire superficial) 2,07 °C por encima de los niveles preindustriales (es decir, de la temperatura promedio del planeta antes del uso extensivo de combustibles fósiles). El sábado 18, el límite fue sobrepasado una vez más, con 2,06 °C. Y todo indica que el 2023 será el año más cálido del que se tenga registro.
“La humanidad está batiendo todos los récords equivocados en lo que respecta al cambio climático… Y el mundo aún no logra reducir las emisiones”, advirtió hace unos días el más reciente reporte de la Oficina de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente. Las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) alcanzaron niveles sin precedentes, el mundo experimentó los tres meses consecutivos más calientes y, en más de 86 días, el planeta excedió el promedio de temperatura en 1,5 °C.
La intensa sequía en la Amazonia, las inundaciones en Haití y República Dominicana, la fuerza del huracán Otis en México, los devastadores incendios forestales en Chile, el blanqueamiento de los corales por el aumento de la temperatura del mar y la reducción del hielo en la Antártida son muestras de que los efectos del cambio climático ya se están sintiendo en cada rincón del planeta. (Le puede interesar: COP28 debe centrarse en los efectos a la salud de la crisis climática)
Y aunque hablar de cambio climático implica un montón de siglas, lenguaje técnico, tratados, reuniones y números, hay un objetivo básico para revertir esta tendencia: limitar el aumento de la temperatura del planeta “muy por debajo” de los 2 °C para final de siglo, y hacer lo posible para mantenerlo en 1,5 °C. Así quedó establecido en el Acuerdo de París, en 2015.
Pese a que, por ahora, estamos rajados en esa tarea, la comunidad científica ha insistido en que todavía tenemos chances. Una “ventana de oportunidad”, la llaman, que, con gran dificultad, se mantiene abierta. Cambiar esa tendencia no sería posible sin las negociaciones climáticas. Hace una década, por ejemplo, y antes del Acuerdo de París, el planeta iba en camino a superar, para finales de siglo, los 3 °C frente a la era preindustrial. Actualmente, con los compromisos climáticos de las naciones, nos dirigimos a los 2,6 °C. Una mejora, pero todavía es insuficiente. (También puede leer: Calentamiento global aumentaría este siglo 3° con las actuales políticas climáticas)
Por eso, desde el próximo jueves, tendrá lugar la reunión anual más importante sobre cambio climático: la COP28, en los Emiratos Árabes Unidos. Un nombre fácil de recordar para la Conferencia de las Partes número 28 de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático, como se llama oficialmente ese evento. En Expo City Dubái, un enorme centro de convenciones al sur de la ciudad, se reunirán más de 70.000 personas provenientes de los 198 territorios que firmaron esa convención, en un nuevo esfuerzo por aumentar la ambición y enfrentar la crisis climática con urgencia. (Le puede interesar: La contaminación que causan 12 de las personas más ricas del planeta)
Estos serán algunos de los temas claves de las negociaciones.
El financiamiento
Si algo ha quedado claro en las conferencias pasadas es que las negociaciones climáticas son negociaciones de financiamiento. Este es, también, el punto sobre el que ahora tambalea la confianza. Desde la COP15, en Copenhague, los países desarrollados se comprometieron a movilizar US$100.000 millones anuales, a partir de 2020, hacia los países en vía de desarrollo. Es una cifra que se considera insuficiente y su entrega, además, ha fracasado.
Por eso, se cree que el éxito de la COP en Dubái dependerá, en gran parte, de un proceso claro y efectivo para entregar ese dinero y avanzar a un nuevo tratado. El Acuerdo de París (2015) estableció una nueva meta de financiación para la COP29, y la confianza y el terreno abonado que dejen estas negociaciones serán indispensables para lograrlo.
Además, la COP27, realizada en Egipto, nos dejó un hecho histórico. Por primera vez, estableció un fondo para “pérdidas y daños”, un concepto que se ha usado para describir cómo el cambio climático está causando impactos serios y, en algunos casos, irreversibles, en el mundo, especialmente en las comunidades y países vulnerables. Es un tema que también hará parte central de la discusión este año.
“Así reduzcamos las emisiones, vamos a tener cambio climático. La concentración de gases en la atmósfera se va a sentir por décadas”, asegura Alejandra López, directora del área de diplomacia de Transforma, un centro de pensamiento colombiano que promueve la acción climática. Por eso, entre los grandes objetivos también está la adaptación. Pero, para lograrla, debe haber un financiamiento suficiente, pues los países en desarrollo, con pequeñas emisiones de CO2, que han tenido menor participación causando la crisis climática, están sufriendo grandes consecuencias.
“Nuestros países tienen pérdidas y daños muy graves y costosos. No solo en términos monetarios, sino en vidas humanas, en pérdidas culturales”, explica López. Como lo documentó un estudio reciente de Oxfam, el 1 % más rico de la humanidad es responsable de más emisiones de carbono que el 66 % más pobre. Por eso, este fondo es, en otras palabras, una especie de “reparación climática” que, hasta hace un par de negociaciones, seguía relegada en la agenda.
Sus beneficios, sin embargo, dependerán del funcionamiento. Los países desarrollados, agrega la investigadora, insisten en un “financiamiento mejor dirigido”, es decir, que esté destinado solo a los más pobres. “Pero América Latina está en el medio; es el jamón del sándwich. No es el más rico ni el menos pobre; no es el más vulnerable ni el menos vulnerable. Tampoco es el que emite más ni el que emite menos. Entonces, al decir ‘financiamiento mejor dirigido’, nos sacan de la ecuación”.
Hay otro tema central que se tendrá gran discusión en Dubái, agrega Ximena Barrera, directora de Relaciones de Gobierno y Asuntos Internacionales de WWF. “¿Cómo se va a operar el fondo de pérdidas y daños? ¿Cuál será el plan o la metodología para la asignación de los recursos? ¿Cómo será la gobernanza?”. Maritza Florián, especialista en Cambio Climático y Biodiversidad de WWF, plantea otras preguntas: ¿Cuándo van a dar los desembolsos? ¿Quién va a acceder a esto? ¿Quién lo va a administrar? ¿Con cuántos recursos de arranque se empieza en el fondo? Detalles de la “letra pequeña” que suelen llevarse gran parte del cronograma en las negociaciones.
Pero hay algo que tienen claro. “Las condiciones de financiamiento de pérdidas y daños son completamente diferentes a las de mitigación. No pueden ser créditos, no pueden ser préstamos, tienen que ser donaciones; tienen que ser de fácil acceso, tienen que ser rápidos”, insiste Florián.
El balance global
La COP28 está en la mitad entre el Acuerdo de París (2015) y las metas climáticas trazadas a 2030. Por eso, otro de los puntos fundamentales será el primer “balance global”. En palabras sencillas, es una especie de evaluación de los compromisos que se pactaron en París. Su proceso, requirió la revisión de un inventario de más de 1.600 documentos, reportes de los países y de la comunidad científica, que se recolectaron durante dos años, para conocer cómo va la respuesta mundial a la crisis climática y qué hace falta.
“Con el Acuerdo de París nos pusimos una tarea”, explica López, de Transforma. “Ahora tenemos que ver si la cumplimos. Si logramos reducir las emisiones globales para no sobrepasar los 1,5 °C y si vamos encaminados a reducir el 45 % de las emisiones para 2030″.
Entre los temas que evaluará están la mitigación (es decir, los esfuerzos para hacer frente al continuo aumento de la temperatura); la adaptación, con acciones, medidas y mecanismos urgentes para advertir, minimizar y enfrentar los impactos inevitables del cambio climático, y las medidas de implementación, que, en otras palabras, son todo lo relacionado con tecnología, transferencia de conocimiento, construcción de capacidades y financiamiento.
“Ya sabemos que el resultado del examen es malo”, agrega López. Por eso, la atención debe estar enfocada en lo que tenemos que hacer hacia adelante, pues esta década es crítica para cambiar la trayectoria de emisiones globales.
En palabras de Florián, de WWF, “esos resultados van a ser las orientaciones, tanto políticas como técnicas, para que una vez termine esta COP, cada país vuelva a su casa y plantee las orientaciones que tiene que hacer para actualizar sus contribuciones nacionalmente determinadas (NDC) para los próximos cinco años”.
Dubái será, entonces, la fase final del balance global y el inicio de una etapa crítica en la que se determinará cómo los países responden tanto a las brechas como a las oportunidades que se identificaron en la fase técnica del inventario. ¿Los resultados serán solo reflexivos o guiarán acciones decisivas?
Colombia y el papel de la naturaleza
Uno de los grandes cambios que tendrá la participación de Colombia en las negociaciones, en palabras de Sebastián Carranza, director de Cambio Climático y Gestión del Riesgo del Ministerio de Ambiente, será “ampliar la conversación”.
“Normalmente, este es un asunto que vemos desde Ambiente y Cancillería. Pero este año nuestra apuesta es vincular a otras carteras, como el Minminas, el Mincomercio, el Minagricultura, el Mintransporte y el Minsalud, obedeciendo la directriz del presidente, que ha sido enfático en establecer la acción climática como prioridad del Gobierno”, explica.
En ese trabajo articulado, el país pretende presentar una posición unificada en tres grandes aspectos: mostrarle al mundo la suma de esfuerzos para reducir los GEI y la dependencia de los combustibles fósiles; sumarse a la meta de triplicar las energías renovables y duplicar la eficiencia energética, que propuso el presidente de la COP; e insistir en la necesidad de un marco para la adaptación “urgente”.
“Nuestro país es altamente vulnerable. Hemos visto los impactos del cambio climático en términos de pérdidas y daños. Tenemos regiones insulares, hemos visto huracanes, avenidas torrenciales, sequías e inundaciones prolongadas. Por eso, para nosotros, la adaptación es fundamental”, explica Carranza. “Además, quienes llevan los mayores impactos negativos son las poblaciones vulnerables que, en el contexto colombiano, también han ido acumulando históricamente otras vulnerabilidades derivadas de la pobreza, la inequidad y el conflicto”.
¿Cómo hacerle frente? La naturaleza, insiste, es una de las grandes apuestas para la solución. Para Carranza, el país debe trascender de la mirada de la naturaleza solo como almacén de carbono y tener en cuenta los servicios ecosistémicos que brinda para la adaptación. “Queremos mostrar que también tenemos soluciones al debate actual. Tenemos potencial para la transición, hay minerales estratégicos y condiciones para las energías renovables y hay oportunidades de cambios en las conductas de los consumidores”, agrega.
En varias ocasiones, Colombia, en cabeza del presidente Gustavo Petro, ha impulsado el canje de la deuda externa por acción climática. Una alternativa que busca hacer frente al endeudamiento con medidas como la conservación de bosques nativos y el impulso a políticas climáticas, entre otras.
Brasil también ha propuesto un fondo para proteger las selvas. “Venimos de la cumbre de los países amazónicos y con un contexto político muy favorable, en especial entre Colombia y Brasil, en tratar de movilizar y posicionar la Amazonia en este contexto internacional”, asegura Ximena Barrera, de WWF. “Con eso esperaríamos que haya bastante liderazgo y una movilización fuerte de los países amazónicos”. (Puede leer: Un fondo para preservar la selva, la propuesta que Lula llevará a la cumbre de Dubái)
A mediados de octubre, en Panamá, en la cumbre de ministros de Medio Ambiente de Latinoamérica, los delegados se comprometieron a llevar una posición unificada a las negociaciones climáticas en Dubái. Esto, en palabras de Carranza, es un hecho sin precedentes.
“A América Latina y el Caribe le ha costado mucho tener posiciones concertadas en instancias regionales, porque hay bloques bien diferenciados: el de las islas, la alianza independiente latinoamericana (a la que pertenece Colombia) y la alianza Brasil, Uruguay y Argentina. Cada uno tiene miradas distintas de la acción climática o las urgencias, por el tamaño de los países y sus economías”.
Por eso, insiste, conseguir un consenso regional es un gran avance. Para Dubái esperan aportar, en bloque, a las discusiones del fondo de pérdidas y daños, a establecer una meta global de adaptación, fortalecer los sistemas de alertas tempranas, promover un fondo climático para las mujeres indígenas y enfoques comunes para aumentar las iniciativas de canje de deuda externa por cuidado de la naturaleza.
Pero aún hay grandes retos. Que la COP28 se realice en un país petrolero, y que sea presidida por el sultán Ahmed Al Jaber, director ejecutivo de la Compañía Nacional de Petróleo de Abu Dabi, y ministro de Industria y Tecnología de los Emiratos Árabes Unidos, ha generado inquietudes alrededor de la ambición.
Entre los retos de Al Jaber estará que en la conferencia se logre establecer la salida de todos los combustibles fósiles (en los que su país sigue invirtiendo fuertemente) y no solo del carbón (como está pactado hasta ahora) de manera justa y equitativa, con apoyo financiero y técnico para los países del sur global. También está pendiente establecer una fecha clara para la salida de dichos combustibles.
Si las condiciones se mantienen iguales, según el Banco Mundial, en 2050 más de 17 millones de personas podrían verse obligadas a abandonar sus hogares para escapar de los impactos climáticos.
* Esta historia fue producida como parte de la Climate Change Media Partnership 2023, una beca de periodismo organizada por la Earth Journalism Network de Internews y el Centro Stanley para la Paz y la Seguridad.
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