A mediados de 2021, las comunidades del páramo El Almorzadero, ubicado de El Cerrito, Santander, hallaron muertos tres cóndores andinos (Vultur gryphus). Valentina Jacome, habitante del sector, recuerda que vio volar una hembra a muy poca altura que minutos después cayó. “Fuimos a mirarla y estaba viva, pero ya no volaba ni nada”, dice.
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Los tres ejemplares fueron trasladados a Medellín, donde los integrantes de la unidad forense de la Corporación Universitaria Remington se encargaron de analizar los cuerpos para saber la causa de la muerte. La hipótesis que inicialmente se había planteado resultó ser cierta: los cóndores murieron por envenenamiento.
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“Estos individuos estaban sobrevolando o viviendo en un ambiente que, lastimosamente, está muy rodeado de tóxicos que son perjudiciales para ellos. Algunos tenían rastros de ataque con armas, no necesariamente armas de fuego”, explica Julio César Aguirre Ramírez, decano de la Facultad de Medicina Veterinaria de la Uniremington y director de la unidad.
Esta situación generó alerta en el territorio nacional, pues esta ave, la misma que aparece en el escudo de Colombia, está en peligro crítico. Se estima que en el país solo quedan 63 ejemplares, y justamente, los envenenamientos y conflictos con las comunidades, son una de las causas de la pérdida de su población.
Por eso, desde el caso de 2021, la necesidad de crear una estrategia para proteger una de las aves más grandes del mundo cobró más sentido. Tras varios esfuerzos, en enero de 2022 las Corporaciones Autónomas Regionales (CAR) crearon la Red Nacional de Protección del Cóndor Andino, que busca, entre otras cosas, concretar un censo latinoamericano para tener datos específicos sobre las poblaciones de cóndor andino que hay en Sudamérica.
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Gracias a esa red, liderada por la Corporación Autónoma Regional de Santander (CAS), hace unos días llegaron a Colombia varios científicos de toda la región para compartir sus experiencias en la conservación de esta ave carroñera, que previene la difusión de enfermedades y mitiga la contaminación de las fuentes hídricas. Entre ellos había investigadores de Argentina, Perú, Ecuador, Chile, EE.UU. y Brasil.
“Como es un ave que se mueve tanto (más de 300 km en un solo día), las barreras políticas y geográficas que para nosotros representan el cambio de un país a otro, para la especie, no existen. Entonces que en un país se le conserve y en otro no, conduce a que no haya resultados”, sostiene Guillermo Wiemeyer, investigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet), y PhD de la Universidad de Buenos Aires.
Los científicos que, como Wiemeyer, participaron en el Encuentro Nacional e Internacional de Experiencias de Conservación del Cóndor, como se llamaba la reunión que hubo en Colombia el 30 de noviembre y 1 de diciembre, acordaron varios compromisos para proteger a esta simbólica especie. Uno de ellos consistió en conformar una red de investigadores sobre el cóndor andino, que se reúna periódicamente. “La idea es trabajar juntos para que los territorios donde hay menos individuos, que es en el norte, la especie no se pierda. Tenemos que evitar que sea demasiado tarde”, puntualiza el investigador argentino.
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Este trabajo traería especiales beneficios a las poblaciones de cóndores de Colombia o Ecuador, país en el que quedan menos de 150 individuos, de acuerdo con el censo realizado en 2018 por la Fundación Cóndor Andino de Ecuador. Allí, la principal amenaza es el envenenamiento. El 80 % de los ejemplares que han muerto en los últimos 40 años fueron envenenados.
“Esta amenaza se ha exacerbado últimamente por la cantidad de perros que deambulan en libertad en los ecosistemas del cóndor andino. Esto hace que exista un conflicto entre el humano, los perros y el cóndor. Al ave o a otras especies silvestres les terminan atribuyendo las muertes de animales domésticos”, explica Fabricio Narváez, biólogo y director ejecutivo de la fundación ecuatoriana. Algo que pare él es clave es hacer lo posible por eliminar esas interacciones negativas de las comunidades con la fauna silvestre.
En el otro lado de la orilla está Argentina y Chile, que comparten la cadena de los Andes y tienen una mayor cantidad de cóndores. Se estima que tienen alrededor de 5.000 ejemplares. “Argentina tiene mucha investigación desde hace 10 o 15 años. Sabemos sobre los envenenamientos, los desplazamientos. Hay muchos individuos marcados y tenemos mucha experiencia en captura y marcaje para toma de muestras de individuos silvestres”, agrega Wiemeyer.
Coexistir con el cóndor, una tarea que ya empezó en Santander
Durante siglos, muchas comunidades han tenido la idea errónea de que los cóndores atacan el ganado, las ovejas y otros animales que son fuente de económica para las comunidades. Sin embargo, basta una razón para comprobar que esto es falso: el “dedo” de atrás de esta ave no está desarrollado para llevar presas en sus garras. Aunque, sí es posible que ataquen a crías lactantes de algunos rebaños.
Esta situación condujo a 19 familias del páramo El Almorzadero, en Santander, a agremiarse en una asociación llamada ACAMCO, para hacer algo muy particular: desarrollar acciones que les permitan coexistir con el cóndor. En esa región, por ejemplo, está la provincia García Rovira, popular por la producción de artículos hechos con lana de oveja como ruanas.
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Buscar alternativas les permitió pensar soluciones sencillas que podían resolver las tensiones con los cóndores. “Antes existía un sistema de producción extensivo; las ovejas andaban por todo el Páramo y era difícil proteger a todas las crías. Por esto, empezamos a semiestabular todo este ganado y creamos apriscos, que son los sitios para que las ovejas den a luz”, dice Andrea Flores Ortiz, integrante de la asociación.
¿El resultado? Las interacciones negativas con los cóndores han disminuido. En ACAMCO, además, se trazaron la meta de proteger al ave. Hoy hacen capacitaciones a otras comunidades cercanas en temas de conservación y ayudan en el monitoreo del cóndor y otras especies silvestres que habitan en el páramo.
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Como dice Roberval Almeida, máster en Conservación Biológica, y quien participó en el encuentro de científicos, “las corporaciones y los gobiernos, las comunidades son actores principales en los procesos de conservación porque son quienes conviven con las especies. Ellos tienen un conocimiento empírico, popular, que es muy valioso y que, en el proceso científico y académico, terminamos olvidando”.
Por este motivo es que en aquella reunión una propuesta más quedó sobre la mesa: incentivar el monitoreo participativo y comunitario, y la vinculación de las comunidades en los procesos de investigación en torno al cóndor. La idea es que los esfuerzos que vienen realizando distintas instituciones y organizaciones para el monitoreo de la especie mediante las cámaras trampas, sean estandarizados, para consolidar una base de datos con la que se puedan tomar mejores decisiones para salvar esta ave.